1 de enero de 2019

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I. «Paz a esta casa»

“Dar la paz está en el centro de la misión de los discípulos de Cristo. Y este ofrecimiento está dirigido a todos los hombres y mujeres que esperan la paz en medio de las tragedias y la vio­lencia de la historia humana. La ‘casa’ mencionada por Jesús es cada familia, cada comunidad, cada país, cada con­tinente, con sus características propias y con su historia; es, sobre todo, cada persona, sin distinción ni discrimina­ción. También es nuestra ‘casa común’: el planeta en el que Dios nos ha colo­cado para vivir y al que estamos lla­mados a cuidar con interés. Por tanto, este es también mi deseo al comienzo del nuevo año: ‘Paz a esta casa’”, dice el Papa en el comienzo de su mensaje. 

II. El desafío de una buena política

“La política, si se lleva a cabo en el respeto fundamental de la vida, la li­bertad y la dignidad de las personas, puede convertirse verdaderamente en una forma eminente de la caridad”, manifiesta Bergoglio.

III. Una política al servicio de los derechos humanos

“Cada renovación de las funciones electivas, cada cita electoral, cada etapa de la vida pública es una oportunidad para volver a la fuente y a los puntos de referencia que inspiran la justicia y el derecho. Estamos convencidos de que la buena política está al servicio de la paz; respeta y promueve los de­rechos humanos fundamentales, que son igualmente deberes recíprocos, de modo que se cree entre las genera­ciones presentes y futuras un vínculo de confianza y gratitud”, sostiene el Pontífice.

IV. Los vicios de la política

“En la política, desgraciadamen­te, junto a las virtudes no faltan los vicios, debidos tanto a la ineptitud personal como a distorsiones en el ambiente y en las instituciones. Es evidente, para todos, que los vicios de la vida política restan credibilidad a los sistemas en los que ella se ejercita, así como a la autoridad, a las decisiones y a las acciones de las personas que se dedican a ella”, explica. 

En el mismo sentido, recalca que “estos vicios, que socavan el ideal de una democracia auténtica, son la ver­güenza de la vida pública y ponen en peligro la paz social”.

V. La participación de los jóvenes y la confianza en el otro

“Cuando el ejercicio del poder polí­tico apunta únicamente a proteger los intereses de ciertos individuos privile­giados, el futuro está en peligro y los jóvenes pueden sentirse tentados por la desconfianza, porque se ven conde­nados a quedar al margen de la socie­dad, sin la posibilidad de participar en un proyecto para el futuro. 

“La política favorece la paz si se realiza, por lo tanto, reconocien­do los carismas y las capacidades de cada persona”. “Hoy, más que nunca, nuestras sociedades necesitan “arte­sanos de la paz” que puedan ser au­ténticos mensajeros y testigos de Dios Padre que quiere el bien y la felicidad de la familia humana”.

VI. No a la guerra ni a la estrategia del miedo

“Cien años después del fin de la Primera Guerra Mundial, y con el re­cuerdo de los jóvenes caídos durante aquellos combates y las poblaciones civiles devastadas, conocemos mejor que nunca la terrible enseñanza de las guerras fratricidas; es decir, que la paz jamás puede reducirse al simple equili­brio de la fuerza y el miedo. Mantener al otro bajo amenaza significa redu­cirlo al estado de objeto y negarle la dignidad”, señala.

Al mismo tiempo, subraya que “no son aceptables los discursos políticos que tienden a culpabilizar a los mi­grantes de todos los males y a privar a los pobres de la esperanza. En cam­bio, cabe subrayar que la paz se basa en el respeto de cada persona, indepen­dientemente de su historia, en el res­peto del derecho y del bien común, de la creación que nos ha sido confiada y de la riqueza moral transmitida por las generaciones pasadas”.

Asimismo, “nuestro pensamiento se dirige de modo particular a los ni­ños que viven en las zonas de conflic­to, y a todos los que se esfuerzan para que sus vidas y sus derechos sean pro­tegidos”, asevera.

VII. Un gran proyecto de paz

“La paz, en efecto, es fruto de un gran proyecto político que se funda en la responsabilidad recíproca y la in­terdependencia de los seres humanos, pero es, también, un desafío que exige ser acogido día tras día. La paz es una conversión del corazón y del alma, y es fácil reconocer tres dimensiones in­separables de esta paz interior y comu­nitaria”:

La paz con nosotros mismos, re­chazando la intransigencia, la ira, la impaciencia y —como aconsejaba san Francisco de Sales— teniendo “un poco de dulzura consigo mis­mo”, para ofrecer “un poco de dul­zura a los demás”

La paz con el otro: el familiar, el amigo, el extranjero, el pobre, el que sufre…; atreviéndose al encuentro y escuchando el mensaje que lleva consigo

La paz con la creación, redescu­briendo la grandeza del don de Dios y la parte de responsabilidad que corresponde a cada uno de no­sotros, como habitantes del mundo, ciudadanos y artífices del futuro.