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11 de julio de 2012

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[fusion_dropcap color="var(--awb-color2)" class="fusion-content-tb-dropcap"]E[/fusion_dropcap]l día 7, sábado, en la Catedral de Albacete recibía llena de alegría una nueva ordenación sacerdotal. Un nuevo cura para Albacete. Juan Iniesta, joven de treinta y un años de edad, recibía el sacramento del Orden en el grado del sacerdocio por la imposición de manos del Obispo de Albacete Mons. Ciriaco Benavente. Juan es cercano, alegre, disponible y con la ilusión de este nuevo paso nos abre los sentimientos de su corazón.

¿Cuáles son tus sensaciones ante la Ordenación?
– En estos días se unen sentimientos muy variados e intensos. En primer lugar, no puede haber otra cosa que gratitud: a Dios, que me ha sabido conducir con lazos de amor por el camino que me llevará a ser feliz ayudando a los demás con mi ministerio; a todos los que de un modo u otro, han tenido que ver con mi vocación; especialmente a los más cercanos, a mis familiares y amigos, a los compañeros de tantas batallas en el seminario… También hay sentimientos de enorme alegría, por el hecho de que el Señor sigue enviando trabajadores a su sementera, y ¡cómo no!, sintiéndome un privilegiado porque en esta ocasión se ha fijado en mí. A la vez, siento todo esto como un reto. Un reto a intentar responder a una llamada que sé que me sobrepasa,  que por mi cuenta es una batalla perdida, pero que dejado llevar por la mano del Señor y de su Madre se convierte en un reto apasionante hacia una victoria segura.

– Sacerdote, ¿para qué?
– Hay tantos tipos de sacerdotes como curas. Pero a todos les debe caracterizar una cosa esencial: ser constructores de puentes (que eso significa “pontífices”) entre Dios y los hombres. Haciendo presente en la vida cotidiana de las personas a Dios, y poniendo a los pies de Él las preocupaciones y necesidades de cada uno. Y esto, a través de la celebración de los Sacramentos (especialmente la Eucaristía y la Reconciliación), a través de la guía del Pueblo de Dios, y de la meditación en oración y predicación de Su Palabra.

– ¿Cómo nace tu vocación?
– Me gusta presumir de haber vivido un proceso vocacional fundamentado en lo cotidiano, en lo silencioso del día a día. Normalmente, es como actúa Dios. Me acerqué a Dios y a su Iglesia de un modo más consciente cuando ejercí en el pueblo de mis padres, Pozo-Cañada, la labor de monaguillo. En la parroquia de mi barrio de Albacete, la de El Pilar, formé parte de diversos grupos y fui catequistas de muchos niños y jóvenes a los que uno iba a darles lecciones, y se las acababa llevando él al ver cómo se puede valorar una verdadera relación de amistad con la persona de Jesucristo. Por supuesto, en este camino ha habido numerosos sacerdotes, que me han hecho fijarme en su vida como un ideal de entrega y servicio a Dios y, por Dios, a todos. En la universidad, los estudios de medicina me sirvieron para conocer más de cerca las necesidades de las personas, que no se limitan (muchas veces ni siquiera son las más importantes) a las necesidades físicas. De todo ello, de los años de discernimiento en el seminario, uno llega a la convicción de que no puede haber nada más apasionante que una vida como la del sacerdote, entregada por amor a un proyecto de amor sin límites.

– En este momento, ¿de quién se acuerda uno?
– Es inevitable acordarse de los familiares que faltan. En mi caso, de mis abuelos, que a buen seguro hubieran sido de las personas más contentas de verme tan feliz. Pero también se acuerda uno de los vivos, a los que les debo tanto (empezando, por supuesto, por mis padres y hermanos), y de tantos compañeros y amigos que han marcado toda una vida y cada uno de sus momentos.

– Después de vivir la JMJ de Madrid, ¿cómo ves a la juventud?
– En la JMJ tuvimos la oportunidad de comprobar que la nuestra es una juventud muy vital, con muchas ganas de realizar grandes proyectos, de llevar sus vidas a plenitud. Pero a la vez, se veía una juventud que no termina de atreverse a dar pasos trascendentales en la vida, por miedo muchas veces a un compromiso radical que puede hacer tambalearse todos nuestros cimientos, pero que a la vez puede ver en ello una oportunidad única de felicidad. En otras palabras, se vio a unos jóvenes con ganas de dar la vida, pero a la vez, con miedo a hacerlo. Desde estas páginas aprovecho la ocasión para animarles a perseverar en ese espíritu de las grandes cosas, de los grandes proyectos que hacen que nuestras vidas sean verdaderamente significativas en un mundo tan necesitado de esperanza y de recibir la Buena Noticia de boca de unos jóvenes felices de ser lo que son: el futuro de muchos grandes proyectos.