21 de abril de 2013
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Benedicto XVI nos dejó escrito su Mensaje “Las vocaciones, signo de la esperanza fundada sobre la fe”, para la 50 Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones, que celebramos en este cuarto domingo de Pascua, 21 de abril. Estos son los temas principales del mensaje:
Nuestra esperanza: Dios es fiel por amor
La esperanza es espera de algo positivo para el futuro, pero, al mismo tiempo, sostiene nuestro presente, marcado frecuentemente por insatisfacciones y fracasos. Nuestra esperanza está fundada en la fidelidad de Dios, auténtica fuerza motriz de la historia de la salvación. Por su fidelidad, Dios ha sellado la nueva y eterna alianza con el hombre mediante la sangre de su Hijo, muerto y resucitado para nuestra salvación.
Dios no nos deja nunca solos y es fiel a la palabra dada. Tener esperanza equivale, pues, a confiar en el Dios fiel, que mantiene las promesas de la alianza. Fe y esperanza están estrechamente unidas.
Jóvenes, este amor pide una respuesta personal
La fidelidad de Dios consiste en su amor. Él, que es Padre, vuelca en nuestro yo más profundo su amor, mediante el Espíritu Santo. Y este amor, que se ha manifestado plenamente en Jesucristo, interpela a nuestra existencia, pide una respuesta sobre aquello que cada uno quiere hacer de su propia vida, sobre cuánto está dispuesto a empeñarse para realizarla plenamente.
El amor de Dios sigue, en ocasiones, caminos impensables, pero alcanza siempre a aquellos que se dejan encontrar. La esperanza se alimenta del hecho de que «Nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él» (1 Jn 4, 16). Y este amor exigente, profundo, que va más allá de lo superficial, nos alienta, nos hace esperar en el camino de la vida y en el futuro, tener confianza en nosotros mismos, en la historia y en los demás. Jóvenes, ¿Qué sería vuestra vida sin este amor? ¡En el Señor resucitado tenemos la certeza de nuestra esperanza!, afirma Benedicto XVI.
Como sucedió en su existencia terrena, también hoy Jesús, el Resucitado, pasa a través de los caminos de nuestra vida, y nos ve inmersos en nuestras actividades, deseos y necesidades. En el devenir cotidiano sigue dirigiéndonos su palabra; nos llama a realizar nuestra vida con él, el único capaz de apagar nuestra sed de esperanza. Él, que vive en la comunidad de discípulos que es la Iglesia, también hoy llama a seguirlo. Y esta llamada puede llegar en cualquier momento.
Para responder a esta invitación es necesario dejar de elegir por sí mismo el propio camino. Seguirlo significa sumergir la propia voluntad en la voluntad de Jesús, ponerlo en primer lugar frente a todo lo que forma parte de nuestra vida: la familia, el trabajo, los intereses personales, nosotros mismos.
Las vocaciones sacerdotales y religiosas nacen de la experiencia del encuentro personal con Cristo, del diálogo sincero y confiado con Él, para entrar en su voluntad.
Hay que crecer en la experiencia de fe
Es necesario, pues, crecer en la experiencia de fe, entendida como relación profunda con Jesús, como escucha interior de su voz, que resuena dentro de nosotros. Este itinerario, que hace capaz de acoger la llamada de Dios, tiene lugar dentro de las comunidades cristianas que viven un intenso clima de fe y oración. Esta última debe ser, por una parte, muy personal, una confrontación de mi yo con Dios, con el Dios vivo. Y por otra, ha de estar guiada por las grandes oraciones de la Iglesia y de los santos, por la oración litúrgica.
Dios nunca abandona a su pueblo y lo sostiene suscitando vocaciones especiales, al sacerdocio y a la vida consagrada, para que sean signos de esperanza para el mundo. Por eso, que no falten sacerdotes que sepan acompañar a los jóvenes como «compañeros de viaje» para ayudarles a reconocer, en el camino a veces tortuoso y oscuro de la vida, a Cristo, camino, verdad y vida.
Igualmente, -añade Benedicto XVI-, deseo que los jóvenes, en medio de tantas propuestas superficiales y efímeras, sepan cultivar la atracción hacia los valores de servicio a los demás siguiendo las huellas de Jesús. No tengáis miedo de seguirlo. Seréis felices de servir, testigos de aquel gozo que el mundo no puede dar.