4 de julio de 2012
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Hace muchos siglos, san Ireneo, obispo y mártir en el siglo II, llegó a una admirable conclusión: la gloria de Dios resplandece en el hombre, al que ha hecho partícipe de su vida divina; y nuestra vida alcanzará su plenitud en la contemplación de Dios. Llegadas estas fechas, en torno a la festividad de san Cristóbal, celebramos cada año la Jornada de la Responsabilidad en el Tráfico. Con este motivo, desde el Departamento de Pastoral de la Carretera de la Conferencia Episcopal os hacemos llegar unas palabras de aliento y de felicitación a todos los profesionales del volante, en sus múltiples manifestaciones, y a todas aquellas personas que, sin ser profesionales, sois conductores y tenéis en san Cristóbal un poderoso intercesor.
En no pocas ciudades y pueblos de nuestra geografía, durante estos días, promovido en muchos casos por las cofradías de san Cristóbal, o asociaciones de transportistas, son muchos los conductores, profesionales o no, que se reúnen festivamente para participar juntos en la santa Misa, asistir a la bendición de los vehículos y almorzar fraternalmente. Nos unimos de corazón a la alegría de la i esta, pero no olvidamos las dificultades por las que muchos profesionales de la carretera estáis pasando debido a la crisis del momento, a la escasez de trabajo, a la subida del combustible, etc. Que el Señor nos dé fuerza a todos para salir juntos de este bache, sin que nadie se tenga que quedar -nunca mejor dicho- tirado en la carretera.
El eslogan de esta año para la Jornada de Responsabilidad en el Tráfico – “La gloria de Dios es la Vida del hombre: ¡Cuídala al volante!“- nos recuerda una vez más a los creyentes que la vida del hombre, como don que es de Dios, es sagrada. Así se pone de relieve a lo largo de toda la Sagrada Escritura.
Leemos en las primeras páginas del Antiguo Testamento, escritas con lenguaje catequético, cómo «el Señor Dios modeló al hombre del polvo del suelo e insufló en su nariz aliento de vida; y el hombre se convirtió en ser vivo» (Gén 2, 7). A la luz de estas palabras no es extraño que el libro de la Sabiduría diga que Dios es «Amigo de la Vida» (Sab 11, 26), que «ama a todos los seres y no aborrece nada de lo que ha hecho» (cf. Sab 11, 24). Al hombre, hecho a «imagen y semejanza suya» (cf. Gén 1, 26), ha confiado Dios «el mando sobre todas las obras de sus manos, le ha hecho poco inferior a los ángeles y le ha coronado de gloria y dignidad» (cf. Sal 8, 6-7).
Pero es en el Nuevo Testamento donde resplandece toda la grandeza y dignidad del hombre: «Mas cuando llegó la plenitud del tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, (…) para que recibiéramos la adopción filial… Así que ya no eres esclavo, sino hijo; y si eres hijo, eres también heredero por voluntad de Dios» (Gál 4, 4-7). Dios se ha hecho hombre para hacer al hombre hijo de Dios; ha venido a compartir con nosotros la vida terrenal para que nosotros compartamos con Él la vida celestial.
Este carácter sagrado del hombre y de la vida humana ha sido reconocido y defendido siempre por la Iglesia. Sería bueno que lo recordáramos en toda ocasión y de manera especial cuando nos ponemos al volante, para que, atentos y vigilantes, no pongamos nunca en peligro ni la vida propia ni la ajena. Hagamos por el contrario realidad lo que nos dice el Papa: «El Señor siempre viene a nuestro encuentro a través de los hombres en los que Él se refleja ».
Hay que felicitarse porque en los últimos años han descendido los accidentes y las muertes en carretera de una manera importante. Y, sin embargo, a pesar de las cifras tan esperanzadoras, todavía se puede seguir afirmando lo que decíamos los obispos hace bastantes años: «Las estadísticas arrojan un considerable balance de muertos y heridos en accidentes de tráfico, en nuestra patria».
Hoy, es verdad, tenemos mejores carreteras y mejores vehículos, pero seguimos, desgraciadamente, lamentando demasiados accidentes, muchos de ellos con consecuencias trágicas. La llamada a la responsabilidad y las advertencias del Pontificio Consejo para los
Emigrantes e Itinerantes, merecen tenerse en consideración: «Es bastante común indicar como causa de los accidentes las condiciones del asfalto, un problema de orden mecánico o las circunstancias ambientales; hay que subrayar, sin embargo, que gran parte de los accidentes automovilísticos se debe a ligerezas graves y gratuitas –cuando no se trata incluso de estupideces y de arrogancia en el comportamiento del conductor o del peatón- y por tanto, al factor humano». Son advertencias que podíamos leer ya en los textos del Concilio Vaticano II: «Algunos subestiman las normas de la circulación, sin preocuparse de que su descuido pone en peligro la vida propia y la vida del prójimo» (GS, 30).
Nuestra Iglesia está embarcada en el compromiso de la “nueva evangelización”, para que el Evangelio llegue a los que todavía no conocen a Cristo y para que penetre en profundidad en el corazón de todos los bautizados. El Evangelio, acogido y vivido, es capaz de hacer de nosotros hombres nuevos.
En los próximos días se van a multiplicar los vehículos en nuestras carreteras con motivo de los desplazamientos veraniegos. Deseamos que, también en las carreteras, en los vehículos y, sobre todo, en el corazón de los conductores, resplandezca la fuerza renovadora del Evangelio.
Ante la próxima Jornada de la Responsabilidad en el Tráfico, y teniendo como fondo la “nueva evangelización”, a la que la Iglesia nos convoca, recordad:
* El valor sagrado de la vida de toda persona humana.
* Que «la gloria de Dios es que el hombre viva» y, por tanto, que hemos de agradecer, valorar y cuidar toda vida humana.
* Que nuestras carreteras han de ser caminos de encuentro, de vida, de desarrollo; nunca vías de muerte.
* Que no sea el temor a la multa, sino el amor a la vida propia y a la de los demás, en que se refleja la gloria de Dios, lo que nos impulse a una conducción responsable y respetuosa con las normas.
* Los creyentes esperamos la vida eterna: «la vida del hombre es la contemplación de Dios», pero solo en manos de Dios está el cómo y el cuándo del fin natural de la vida.
A todos los conductores, pero de modo especial a los profesionales del volante, os encomendamos, juntamente con vuestras familias, con vuestras dificultades y vuestras esperanzas, a la santísima Virgen, tan cercana a vosotros en las familiares advocaciones de la patrona de vuestra ciudad o pueblo.
Que ella, santa María del Camino y de la Guía nos acompañe y guíe en todos nuestros desplazamientos.