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27 de junio de 2007

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Fiel a su cita anual en el primer domingo de julio, la Pastoral de la Carretera quiere seguir aportando su contribución a la solución de un problema permanente, cuya gravedad todo el mundo reconoce: la seguridad vial.

El Departamento de la Pastoral de la Carretera, integrado en la Comisión Episcopal de Migraciones, quiere seguir prestando esa colaboración; y teniendo en cuenta los mensajes de los últimos años, ha considerado conveniente centrar en los niños su mensaje de este año, con el lema “Responsables desde niños”.

1.- EDUCAR AL NIÑO

El niño tiene derecho a recibir una educación integral, que comprenda también su responsabilidad en la vida comunitaria y ciudadana. En esa educación debe entrar, desde los primeros años y de forma progresiva, la educación vial, formando al niño para la convivencia y dotándole del mejor sistema de autoprotección ante los muchos y graves peligros que día tras día comporta el creciente volumen del tráfico.

Educar al niño en esta materia es ayudarle a que vaya creando en él lo que pudiéramos denominar “un sentido vial”, una conciencia clara de que forma parte de una comunidad que se mueve como peatón o con toda clase de vehículos: coches, camiones, motos, bicicletas…, con muchas e innegables ventajas para la vida moderna, pero también con graves riesgos para sus vidas o su integridad. Este “sentido vial” es de primordial importancia dentro de la educación integral que el niño debe recibir.

Con sentido de realismo, esta educación deberá prevenir los peligros, pero sería pobre y unilateral si no ayudara al niño a ir reconociendo y apreciando los aspectos positivos del complejo mundo del tráfico: el sacrificio de los profesionales del volante, el desvelo de los agentes de la circulación, la racionalidad de las normas, los avances de una tecnología que nos brinda vehículos cada vez más seguros y confortables, las múltiples ventajas que reportan a las relaciones humanas, a la economía y al turismo, las satisfacciones de una conducción prudente y de un tráfico bien regulado…

2.- LOS PRIMEROS EDUCADORES, LOS PADRES

Todo el conjunto de la sociedad ha de tomar parte en esta educación, asumiendo el correcto comportamiento vial como un componente fundamental de la socialización general del niño.

Pero nadie puede poner en duda que, como en otros muchos aspectos, son los padres los primeros y mejores educadores de sus hijos, modelando desde la más tierna infancia su carácter y creando en ellos hábitos de reflexión y responsabilidad. También en este aspecto de la educación es fundamental el ejemplo de los propios padres, ya que los hijos pequeños se miran en ellos como en verdaderos espejos. Como peatones y como conductores o viajeros, los padres irán educando a sus niños con sus recomendaciones y observaciones, pero, sobre todo, con su modo de comportarse. Porque nada arruina tanto la educación vial que se trata de inculcar como la conducta incorrecta de los propios padres en la calle o en la conducción de sus vehículos en presencia de sus niños.

Se ha dicho acertadamente que los padres, así como enseñan a sus pequeños a andar, deben enseñarles también a circular. Con cariño y dulzura, sí, pero con firmeza. Es una exigencia urgente de la conducta ciudadana en la sociedad actual.

3.- OTROS EDUCADORES

Como en otros aspectos de la vida, la labor educativa de los padres debe ser complementada por el centro escolar, en sus diversos niveles, uniendo información y auténtica formación, y cumpliendo con fidelidad la normativa establecida a este respeto por la legislación vigente. Cuanto hemos dicho de los padres sobre el “sentido vial” que hay que suscitar en el niño, vale también para la escuela. El tráfico ha de ser propuesto como una de las más importantes formas modernas de convivencia, con todo lo que ello exige de propio dominio y auto limitación, de cortesía, de servicio a los demás y de ayuda mutua.

También la comunidad eclesial puede y debe cooperar en esta tarea educativa, de modo especial a través de los centros escolares de titularidad religiosa y de la catequesis, fomentando sobre bases cristianas los valores de la convivencia cívica.

4.- LA EDUCACIÓN DEL NIÑO COMO PEATÓN

Todos los educadores –padres, abuelos, hermanos mayores, responsables de centros escolares …- han de tener en consideración este aspecto, uniendo advertencias y consejos a protección cuidadosa y a ejemplos de comportamiento prudente y correcto.

Como usuario de la vía pública, el niño debe ser formado en el conocimiento y respeto de las señales de tráfico (pasos de peatones, semáforos, salidas de garaje, zonas reservadas…). Se le enseñará a no jugar en lugares de peligro, a caminar por la acera lejos del bordillo, a prestar especial atención al cruzar la calle, a llevar señales reflectantes en su indumentaria cuando camine de noche, a prestar su ayuda, en lo posible, a personas ancianas o discapacitadas y a niños más pequeños que él.

El niño es, de suyo, espontáneo y vivaz, irreflexivo e inquieto, amante del juego y poco previsor de los peligros, imprevisible en sus movimientos. Por todo ello, juntamente con los ancianos y discapacitados, el niño tiene derecho a ser especialmente protegido, ayudado y defendido. Hasta que adquiera progresivamente el suficiente desarrollo físico, intelectual y moral, los adultos debemos protegerlo con sumo cuidado, también en todo lo referente a la circulación. Todo conductor prudente deberá conocer y tener en cuenta esta sicología tan especial y así extremar las precauciones cuando se encuentre ante la presencia de los niños o circule en lugares frecuentados por éstos. La previsión y la prudencia son particularmente necesarias en estas circunstancias para no tener que lamentar daños irreparables.

5.- LA EDUCACIÓN DEL NIÑO COMO VIAJERO O PASAJERO

En la actualidad la gran mayoría de los niños nace y se cría en familias que disponen de uno o de varios vehículos. De ahí que estos futuros conductores gusten y padezcan, desde los primeros días de su existencia, las condiciones de viajero, primero en el coche familiar; muy pronto, a menudo, en los autobuses del transporte escolar.

También en este campo el respeto debido a la dignidad del niño obliga a padres y demás responsables a protegerlo de todos los riesgos previsibles y a garantizarle un viaje seguro y confortable. Para ello es necesario tomar medidas eficaces para evitar que, en caso de accidente o de frenazo brusco, los niños puedan ser despedidos fuera del vehículo o sufrir choques violentos; nunca se les permitirá viajar en los asientos delanteros –ni siquiera en el regazo o los brazos de sus madres o personas mayores-; habrá de asegurarse el cierre de las puertas traseras y de sus ventanas; se utilizarán los cinturones de seguridad o asientos-sillas homologados y bien acoplados; se les enseñará a apearse cuando el vehículo esté parado y a hacerlo por la puerta de la derecha…

A medida que el niño vaya madurando en su capacidad de reflexión, este conjunto de medidas protectoras contribuirá a su formación, porque le ayudarán a comprender la complejidad del tráfico y los muchos valores que en él se ponen en juego.

Otro medio que también puede ser grato y eficaz para la formación de los futuros conductores es el manejo de los pequeños vehículos que se suelen regalar a los niños desde sus primeros años. Triciclos, bicicletas, cochecitos y, si es posible, el acceso a los parques infantiles de tráfico, pueden ayudar a los pequeños a ir conociendo las señales de tráfico y a adquirir los hábitos y reflejos que les van a ser necesarios cuando se conviertan en auténticos conductores el día de mañana.

Que Dios nuestro Padre, por la intercesión de Santa María del Camino y de los santos protectores de los viandantes, bendiga y proteja a cuantos circulan por nuestras carreteras y calles – en especial, a los profesionales del volante – y a cuantos velan por un tráfico más ágil y seguro.