22 de junio de 2014
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Queridos todos:
El hombre posee la cualidad admirable de poder hacer de un objeto un símbolo y de una acción un rito. Incluso lo meramente material y técnico nunca es sólo material y técnico. Nuestra vida cotidiana está plagada de “símbolos”: Un ramo de flores, por ejemplo, puede ser mucho más que un puñado de materia vegetal. Recibido como expresión de amor, podemos oír su voz y escuchar su mensaje, como si tuviera un interior y un corazón. Rememora, evoca, convoca, hace presente otra realidad a la que significa y hace presente. Las cosas más importantes se expresan frecuentemente mejor con símbolos que con palabras.
En el ámbito de lo simbólico se sitúan los sacramentos de la comunidad cristiana: Su realismo y su eficacia, más intensos que el del mero símbolo, les viene de la Palabra de Dios y de la acción del Espíritu Santo. Jesús, la tarde antes de que le quitaran la vida violentamente en la cruz, la puso espontáneamente sobre la mesa, como ofrenda de amor al Padre y de entrega a sus hermanos, en el símbolo del pan partido y de la copa de vino: “tomó pan, lo partió y se lo dio a sus discípulos diciendo: Tomad y comed. Esto es mi cuerpo. Y lo mismo hizo con la copa de vino: Tomad y bebed: Esta es mi sangre, sangre de la nueva y eterna alianza, que será derramada por vosotros y por todos los hombres para el perdón de los pecados. Haced esto en memoria mía”. El cristiano no vive de un recuerdo; vive de una presencia.
En el texto litúrgico de la fiesta leemos este año un fragmento del llamado discurso del pan de vida. “Yo soy el pan vivo…, el que coma de este pan vivirá para siempre”. El pan en la cultura mediterránea es el alimento básico. “Que cuando el pan decimos, todo el comer nombramos” decía el bueno de Berceo en el lenguaje todavía balbuciente de la lengua castellana. En el pan se expresa la vida Jesús. En el vino, uva pisada en el lagar, se significa la sangre derramada, sangre de la alianza nueva y eterna, el vino de las bodas del cordero entregado en amor hasta la muerte por la humanidad. (Lo del pan y el vino lo entendemos muy bien en esta “sacramental llanura”, como llamó el poeta a nuestra tierra manchega.
Si en el Jueves Santo celebramos con gratitud y asombro la institución de la Eucaristía como memorial de la entrega de Jesús hasta la muerte, el día del Corpus proclamamos su presencia real y adoramos con gozo al Señor en el pan eucarístico: “Dios está aquí, venid adoradores, adoremos a Cristo Redentor”. Porque pasa el Señor, en nuestros pueblos se adornan los balcones, se alfombran las calles de tomillo y romero o se lanza pétalos de rosas al paso de la custodia.
Por eso en Elche de la Sierra pasa lo que pasa en la noche que precede a la fiesta del Corpus. Lo sabéis mejor que yo: Hace cincuenta años, los vecinos se encontraron con la encantadora sorpresa de que un grupo de jóvenes, durante la noche, sin que nadie se enterara, tejieron, a lo largo del recorrido que seguiría la procesión del Corpus, una alfombra con virutas de colores. Desde entonces, en la víspera del Corpus, Elche no duerme. Hombres y mujeres, adultos, jóvenes y niños, con mimo de artesanos, unidos por un mismo y compartido afán, convierten sus plazas y calles en un tapiz multicolor y variado de admirable belleza. En la madrugada del Corpus, Elche huele a pan caliente y familiar, a madera fresca, a manos unidas, a vecindad. Y, en la mañana del Corpus, los vecinos, que habéis puesto el alma en la tarea, os sentís felices porque pasa el Señor pisando las alfombras, que es como si pisara vuestras almas postradas en adoración en cada brizna de serrín.
Mi más cordial enhorabuena a todos los vecinos y muy especialmente a la Asociación de Amigos de las Alfombras de Serrín, que habéis logrado unas alfombras tan artísticas que ha merecido con todo derecho el reconocimiento de Interés Turístico Nacional. Como ha dicho alguno de vuestros cronistas, “la labor de tantas noches de arte efímero no han sido en vano, porque se ha escrito una nueva página de nuestra historia”. Enhorabuena a otras asociaciones que habéis venido de fuera para apoyar a la de Elche. Lo del turismo es un valor añadido, que bienvenido sea, pero el valor básico, no lo olvidéis, es el trabajo y la ilusión compartidos para honrar y adorar al Señor: es una fe que, en Elche, se ha hecho cultura, culto, arte.
Ofrezcamos hoy nuestro homenaje al Señor, que quiso quedarse con nosotros en la Eucaristía, reconozcamos su presencia sacramental en las especies eucarísticas. Y no olvidemos el compromiso de amor que brota de la Eucaristía. Por ser hoy la fiesta de la Eucaristía es el Día nacional de Caridad. La Eucaristía es la expresión sacramental del don que Cristo hace de sí mismo al Padre y a todos los hombres: Tomar el pan, partirlo, darlo, darse…”. “Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros. Haced esto en memoria mía. Lo mismo hizo con el cáliz…” (1 Co. 11,23-26).
La Eucaristía no es algo inocuo, no es puro deleite espiritualista e intimista. Tiene fuerza transformadora, revolucionaria. A lo largo de la historia del cristianismo, de la Eucaristía han brotado los gestos más gratuitos de entrega y de servicio. Ahí aprendió la Beata Teresa de Calcuta a hacer de su vida pan partido para los más pobres. La Eucaristía es también signo e instrumento de comunión fraterna y eclesial: “El pan que partimos, ¿no nos une a todos en el cuerpo de Cristo?. El pan es uno, y así nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo, porque comemos del mismo pan” (1 Co,10,16- 17). Este significado era seguramente más elocuente cuando no se conocían los panecillos ni las mesas individuales. El padre, frente a la familia reunida en torno a la mesa, partía la hogaza de pan y lo repartía entre todos. ¡Qué signo de comunión más hermoso!. Un solo pan que se convertía en carne y sangre, en parte integrante de la vida de cada uno de los comensales, creando un vínculo profundo y sustancial de unidad.
“La Eucaristía, decía San Juan Pablo II, no sólo es expresión de comunión en la vida de la Iglesia; es proyecto de solidaridad para toda la humanidad. Nuestro Dios ha manifestado en la Eucaristía la forma suprema de amor. No podemos hacernos ilusiones: por el amor mutuo y, en particular, por el amor a los necesitados se nos reconocerá como verdaderos discípulos de Cristo. En base a este criterio se comprobará la autenticidad de nuestras celebraciones eucarísticas”.
Caritas nos recuerda una vez más que, a pesar de que el clima económico mejora, “el desempleo sigue todavía en unos niveles muy altos, que la pobreza por ser crónica es cada vez más intensa”.
Y los obispos de la C.E. de Pastoral Social nos advierten que “la caridad comienza por abrir los ojos a la realidad, pero la realidad puede ser mirada y valorada de diferentes maneras. Podemos verla desde el beneficio de las grandes empresas, desde el fluir de los préstamos bancarios, desde los intereses del mercado, desde la reducción del déficit y los resultados macroeconómicos… -¡bienvenido sea todo ello! – o podemos leer la realidad desde el número de parados, desde los desechados por el sistema, desde las rentas mínimas y desde los recortes”.
“Es una obligación de los poderes públicos no dejar de poner la vista sobre los que más sufren. Pero es responsabilidad también de toda la sociedad (Ib). Sí, de tí y de mí; tú y yo no podremos cambiar el mundo de un día para otro, pero podemos ayudar a que sea más habitable, y eso con gestos sencillos de solidaridad, cambiando nuestros hábitos de consumo, pensando en términos de comunidad y de bien común.
Corpus Christi: Aquel buen feligrés acudía cada año en las vísperas del Corpus con dos botellas de vino que entregaba al párroco: “Yo mismo planté las cepas en mi pequeña huerta, yo mismo he seleccionado los racimos y he prensado las uvas. He logrado un buen vino. Y ahora le traigo estas botellas para que usted, en misa, haga la otra transformación”. Contaba el párroco que cuando el día del Corpus, aquel hombre escuchaba las palabras de la consagración, su mirada era todo poema, todo un gesto de complicidad satisfecha. Como si dijera: “Ya está toda la elaboración terminada: Mis racimos son Cuerpo y Sangre del Señor”. ¡Admirable gesto de fe!. Pero no estaba toda la elaboración terminada. La última elaboración se realiza cuando dejamos que la Eucaristía nos haga sentirnos a todos, más allá de las legítimas diferencias, miembros del mismo cuerpo; cuando va haciendo de cada uno de nosotros pan partido y compartido para nuestros hermanos. Preguntémonos cómo vivimos la Eucaristía, adónde nos lleva, en qué se traduce ¿En qué se va a traducir nuestro Día del Corpus 2014, nuestro Día Nacional de la Caridad?
Luego, a lo largo de la procesión, escuchemos el requerimiento de amor que el Señor nos hace y que Góngora expresó en verbos entrañables: “Oveja perdida, ven sobre mis hombros, que hoy / no sólo tu pastor soy / sino tu pasto también”.
Que así sea