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22 de septiembre de 2010

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Juan José Pérez Soba, profesor de Moral Fundamental de la Facultad de Teología de San Dámaso, en Madrid, recientemente ha estado en Albacete para impartir una charla de formación a los sacerdotes. Nos habla de la dicotomía que viven muchas personas entre fe y vida, al considerar la fe como una especie de ideología, y nos explica de qué manera la fe es vida, cuando respondemos al amor incondicional de Cristo, que nos transforma.

D. Juan José, en este mundo, ante tantas dificultades, problemas… ¿Cómo combinar fe y vida?
El tema fundamental que cualquier cristiano entiende es que la fe es algo central en su vida, pero, por otra parte, percibe una dificultad en hacer, de esa fe, vida, porque parece que la vida nos ofrece otras cosas muy distintas de la fe. Entonces, la moral fundamentalmente nos va a referir a esa fe como un encuentro con Cristo, que nos permite introducirnos en la misma vida de Cristo para que sea la guía de nuestra existencia. Esto es al mismo tiempo una luz muy importante para nuestra vida, porque percibimos en Cristo una grandeza del hombre y al mismo tiempo algo que nos transforma interiormente. Por tanto, lo que es importante como cristianos es que ese encuentro con Cristo que es el centro de nuestra fe y la guía de nuestra vida, sea al mismo tiempo una reflexión que nos haga asegurarnos en esa vida cristiana que Dios quiere para nosotros.

En ocasiones nos ha bastado con una moral, independientemente de una fe.
Yo creo que el gran problema es que a veces hemos percibido la fe como una especie de ideología, que nosotros creemos y que nos ayuda como un sistema de ideas, y la vida va por otra parte. Se trata de una dicotomía que viven muchas personas, y esto es un punto fundamental, porque lo que no sabemos es decir  que nuestra fe es ante todo un amor que nos transforma, que es el amor de Cristo, y responder a ese amor nos lleva a descubrir de qué manera la fe es vida, lo que es esencialmente el amor, no es como un sistema de normas que tengamos que aplicar a una vida diferente.

Qué pautas podría dar para la nueva evangelización?
Ante la dificultad que muestran muchas personas en relación a la moral cristiana, por no entenderla o por considerarla directamente como opresiva, a veces se ha evitado hablar de los temas de moral. Entendiendo que se trata de la vida, lo importante es mostrar primero nosotros, los cristianos, para qué vivimos. Nosotros, por medio de nuestras acciones mostramos que vivimos para algo más grande, y esto es muy necesario para que las otras personas también puedan tener un sentido de su vida. Vivimos en un mundo basado muchas veces en el consumo, en un cierto individualismo, que hace que muchas personas no sepan para qué vivir. Nosotros tenemos un sentido fuerte para qué vivir y tenemos que saberlo mostrar, lo cual tiene una repercusión evangelizadora enorme.

Se puede dar el caso de yo tengo una fe muy grande, pero tengo una moral que se deja llevar de todo.
Cuando se habla de una fe muy grande, hay que entender que es ante todo la fe en Jesucristo. A veces hemos mentalizado la fe como algo que hemos interiorizado como un valor grande y que se refiere a unos puntos muy concretos. Que Cristo sea el Señor de nuestra vida hace que nosotros honestamente vivamos para Él y esto sí que transforma nuestra existencia, entre otras cosas, porque no podemos vivir para nosotros mismos. El modo de ese cambio de vida, cómo se articula, es precisamente un crecimiento en esa vida en Cristo que requiere una vida eclesial, una vida sacramental, en la que realmente encontramos dónde está el tesoro de nuestra existencia, donde hemos puesto nuestro corazón. 

¿Qué es lo que rompe la estructura de la moral, en estos momentos?
Lo que rompe la estructura de la moral es, fundamentalmente, un emotivismo: las personas juzgan sus actos morales simplemente si se sienten bien haciéndolos o no. Por ejemplo, una persona puede decir: yo considero que el aborto es bueno porque lo siento bueno. Esa manera de juzgar los actos hace que, primero, no tengan ninguna contrapartida objetiva, es simplemente mi sentimiento subjetivo. Es un modo inadecuado de juzgar los actos, y que, por otra parte, encierra a las personas en su propio mundo, considerando cualquier referencia exterior como si fuese una opresión a su propio sentimiento. La moral en cambio nace en un ámbito comunicativo, es decir, lo que nos comunica son bienes que buscamos todos, son cosas que hacen grande nuestra vida y que entendemos que a su vez hacen grande la vida de los demás. Por lo tanto, esos deseos de una grandeza es lo que nos puede permitir considerar qué es la justicia y qué es la unión con los demás dentro de lo que es la caridad. Todos estos elementos que son importantes en nuestra vida, como es la integración de todos nuestros afectos, de todos nuestros sentimientos, en la búsqueda de lo que es una plenitud y una nobleza de vida es algo que todas las personas sentimos y que nos ayuda a entender de qué modo la relación con los demás forma parte integrante de esa realidad moral que nos ilumina.

¿Cómo podemos llevar todo esto a los jóvenes frente, al pansexualismo reinante?
El tema fundamental es enseñar a amar. Aquello que nos une a todos y a todas las personas, es que desean amar y ser amados y entendemos que no podemos amar de cualquier manera, porque no deseamos ser amados de cualquier manera: queremos ser amados de una manera muy buena. Esto lo vivimos en primer lugar en la familia, donde deseamos ser amados por nosotros mismos y recibimos un amor incondicional que nos permite crecer enormemente. El problema viene por un modo de educación basado en una autonomía, como si cualquier influjo de los demás fuese negativo para mí, y que hace muchas veces que los jóvenes educados de esta manera entiendan que tienen que autoafirmarse contra sus padres. En cambio, una auténtica educación en el amor por la que podamos apreciar que lo más importante no es lo que he hecho yo sino lo que he recibido, me permite crecer, forma parte de lo que es una educación moral. La educación a veces se ha basado en una educación en valores más bien ambigua que hace que las personas no cambien interiormente, es decir es una educación mucho más fundamentada en virtudes, que en esa afirmación de ese bien interior que me hace realizar una vida excelente. En toda esa tarea, los padres necesitan una ayuda, y  la Iglesia puede ofrecer unos caminos de educación afectivo-sexual para enseñar a amar a las personas, para que puedan interpretar todo aquello que les sucede y que, de otra manera, no saben realizar lo que más desean.

¿Qué material nos podría aconsejar para esta educación afectivo-sexual?
Un libro de Nieves González Rico, “Aprendamos a amar”, que es también un curso que se puede realizar tanto en el ámbito educativo como en el parroquial, donde se presenta a los preadolescentes el modo de interpretar sus primeras experiencias afectivas, para entender en ellas lo que es una llamada a una plenitud de vida.