15 de mayo de 2016
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El profesor Daniel Izuzquiza ha impartido un curso de formación a los profesores de Religión de la provincia de Albacete. Jesuita, director de Razón y Fe y también de Entre paréntesis, también es escritor. Precisamente, utilizamos una frase de uno de sus libros para plantearle la primera pregunta.
Un tiempo crucial, crisis, solidaridad y experiencia espiritual.
Vivimos un tiempo de crisis, los desgarros, los zarpazos de la crisis nos golpean. Y, aunque hay indicadores de que empezamos a salir, seguimos en ella. La crisis no es sólo un fenómeno sociológico que observamos desde fuera. Para los cristianos es una oportunidad de encuentro, de solidarizarse con los pobres.
¿Cómo podemos hacer de la crisis una experiencia espiritual?
Dios está presente en la vida, en la historia, en todos los acontecimientos y, muy particularmente, en las personas más machacadas y golpeadas. El Espíritu te empuja a experiencias de solidaridad, a unirnos, a reforzar el tejido solidario, a tejer redes de apoyo… Por tanto, la respuesta a la crisis es una experiencia espiritual.
En el Año de la Misericordia, ¿cómo podemos cultivar esa experiencia espiritual?
La Encíclica se podría resumir diciendo que es la escucha del grito de los pobres y del gripo de la tierra. Para eso, tenemos que afinar el oído. Ver esas lágrimas, escuchar esos lamentos, esas reivindicaciones que pueden reflejarse de múltiples formas. Ahí también está hablando el espíritu de Dios. Pero, para eso, tenemos que afinar el oído y eso se hace cultivando la interioridad. Tenemos que lanzarnos a la calle, a los barrios y a los pueblos para comprometernos.
Ha ofrecido un decálogo sobre la Encíclica Laudato Sí. ¿Qué conclusiones saca?
Es un documento importante que toca muchos aspectos y he tratado de resumirlo para que la entendamos y nos dejemos sorprender. Los diez son importantes. El primero es fundamental porque viene a decir que apoyarás la causa de los pobres. También nos encontramos con que estamos muy equivocados, la ecología no es una cosa de los suecos que están aburridos. Con todo el sufrimiento que hay, qué tontería esto de las focas. Aunque escuchemos reflexiones como ésta, el Papa ve que la causa de los pobres y la de la Tierra son indisolubles. La contaminación, por ejemplo, afecta a numerosas poblaciones que no tienen agua potable. Cientos de miles de personas acaban en chabolas en las grandes ciudades, expulsados del campo, víctimas de grandes proyectos desarrollistas. El Papa llega a decir que no hay dos crisis, hay una, la socio-ambiental.
¿Qué es el paradigma tecnocrático del que el Papa habla en la encíclica?
Hay otro capítulo que tiene que ver con la dimensión científica. Desde el cambio climático hasta la manipulación genética. Pensemos en un bosque. El paradigma tecnocrático sería pensar que el bosque son listones para construir mesas, que puedo vender y con los que me puedo enriquecer. No todo se puede comercializar. El Papa dice que tenemos que vivir en armonía con la naturaleza y no tener un afán posesivo, mercantil, que privatice todo. El Papa es muy crítico con los líderes políticos que no están a la altura de las circunstancias. Pensemos en San Francisco de Asís, en cómo podemos encontrar al Creador en la criaturas. En definitiva, hay una llamada a la conversión ecológica. Comportamientos anecdóticos, como no desperdiciar el agua o apagar la luz cuando no es necesaria, son gestos solidarios con los pobres y con las generaciones futuras.
¿Y cómo se trabaja todo esto en clave de Misericordia?
Hay que sentir el mundo y la vida desde las entrañas de la Misericordia. Debemos sentir el sufrimiento de quienes están padeciendo los desgarros de la crisis. Cercanía, sensibilidad, empatía, ayudar, pero también tener una visión más amplia y global de las causas que están generando esos efectos tan dolorosos.
Uno de los grupos que más está sufriendo es el de los inmigrantes, con el que usted tiene mucho trato. ¿Está dando la Iglesia la respuesta que debería?
La crisis de los refugiados es la más importante en volumen desde la Segunda Guerra Mundial. Es un reto muy grande. La Iglesia está cercana al mundo de la inmigración, pero se puede hacer mucho más. Hay que ser muy crítico con los dirigentes políticos, con los de la Unión Europea, que están muy por debajo de los niveles exigibles por justicia y caridad. Siempre podemos hacer más. Además, aunque ahora tenemos el foco en la situación dramática de los sirios, no podemos olvidar los millones de inmigrantes que están entre nosotros en una convivencia muy armónica o los que siguen cruzando a través de Ceuta y Melilla.