30 de mayo de 2006
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Después de una vida entregada a los enfermos y necesitados de la Institución Benéfica Sagrado Corazón de Jesús de Albacete, ha fallecido la Hermana María, superiora de la Institución.
El entierro tuvo lugar el día 31 de mayo en un ambiente emotivo donde la lluvia hacía eco de las lágrimas de todos los que participamos en la Eucaristía.
En la homilía, el Administrador Diocesano, D. Luis Marín, que también es el que atiende espiritualmente la Institución desde hace más de 20 años, y, rompiendo las normas de lo que es la homilía en un entierro (no se debe hacer loa del difunto) -como dijo él mismo- en dos pinceladas llenas de realismo y sentimiento, habló de la vida entregada, sencilla y eclesial de la Hermana María. Al final de la ceremonia los acogidos de la Institución y los colaboradores permanentes depositaron tierra del cotolengo en un pequeño estuche de madera encima del féretro para que la tierra de la Institución la acompañe en la tumba del cementerio de Bilbao donde fue enterrada.
Descanse en Paz… y misión cumplida
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Ocurrió un día…
“Lo que no quieren para sus hijos … yo tampoco lo quiero para los míos”
Era en el mes de agosto. Estábamos sentados en el escalón de arriba de la puerta principal de la Institución Benéfica. Había terminado el rezo del Rosario en la puerta de la calle. Comenzaban las despedidas de algún visitante, voluntario o amigo de la casa… Desde fuera escuchábamos el ruido de cubiertos y platos de los que estaban poniendo la mesa para cenar.
Llegó un coche inmenso; puedo decir que la puerta se llenó de coche, tanto que ya no se veía ni jardín ni asfalto. Se hizo el silencio. Una señora ataviada de brillos en las muñecas, en las orejas, en el cuello… abrió la maleta del coche y sacó de ella varios envoltorios de ropa que dejó a los pies de la Hermana María (pero a distancia). Rápidamente le dijo:
Y sin más saludo ni una mirada a los enfermos y acogidos, volvió a subir al coche y abandonó la Institución como alma que se lleva …el dinero.
Había anochecido. Todos se habían marchado.La hermana María me miró con ojos interrogantes y un rictus en los labios de pena y duda a la vez. Abrió una de las bolsas y extrajo una camisa que examinó a la luz de la bombilla de la entrada. La camisa estaba sin planchar. Miró el cuello y comprobó que la tela estaba pasada y deformada…
Me volvió a mirar con un gesto de mayor tristeza y pena por la persona que se había marchado… Después, como en un suspiro que confirmaba una sospecha, susurró:
Por supuesto, estoy seguro, que esa ropa no pasó al ropero sino que, intuyo, formó parte de la leña para la calefacción para el próximo invierno o al contenedor de la basura.