12 de agosto de 2018

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La diócesis de Albacete contará desde el sábado con un nuevo sacerdote: Antonio García García. El obispo diocesano, Mons. Ciriaco Benavente, lo ordenará el 18 de agosto, a las 10 de la mañana, en la Santa Iglesia Catedral. El nuevo presbítero celebrará su Primera Misa el domingo 19 de agosto a las 8 de la tarde, en la Catedral. A pocos días de su ordenación Antonio García nos cuenta cómo afronta este momento. 

Hace escasos 8 meses eras ordenado diácono y el próximo sábado serás ordenado presbítero. ¿Cómo han transcurrido estos meses?            
Como un regalo de Dios, al que solo puedo darle gracias por todo. Estoy muy feliz con las parroquias donde he estado y con toda la gente que tanto te enseña. Han pasado estos meses muy rápidos en los que me he acercado a la vida pastoral de una manera más intensa y con un mayor trato con la Diócesis, ya que durante el tiempo del Seminario se pone mayor énfasis en la parte intelectual y ahora es como asentar todas esas cosas en una comunidad.

¿Con qué sentimientos y actitudes estás viviendo estos días previos a la ordenación?
Por una parte, se entremezclan sentimientos de alegría con cierto miedo. Son muchos años preparándote desde que entras al Seminario y llegas al sacerdocio por eso es una gran alegría. Pero sobre todo porque la Iglesia confirme tu vocación y un cierto miedo porque es muy grande el don del sacerdocio y es una responsabilidad muy grande donde se te confían muchas cosas y siempre quieres hacerlo bien, pero también sabedor de que Dios suple las deficiencias personales cuando se busca sinceramente vivir el sacerdocio como Él quiere.

¿En qué momento Dios se cruza en tu vida y sientes la vocación al sacerdocio?
Quizás en la adolescencia, y digo quizás porque no hubo un momento y día exactos fueron muchos pasos lo que me dieron el impulso de que Dios quería algo de mí. Por ejemplo, cuando empecé a ir a unos encuentros en el seminario y veía como eran tan felices los seminaristas, eso y al estar en una parroquia vinculado y la familia hicieron que la llama tenue se empezara a encender.   
Pero cuando estaba en el instituto empecé a sentir que algo más quería Dios de mi pero tampoco le hacía mucho caso, quería vivir como un joven más y le daba largas al Señor. Pero esa llamada a seguirle se repetía con más intensidad y quise irme al Seminario menor, pero no puedo ser. Entonces en cuanto termine el bachillerato, hable con mis padres y me fui al Seminario, donde he podido discernir con más profundidad esa llamada a ser sacerdote.

¿Te resultó fácil dar el sí al Señor?
Siempre es difícil decir si al Señor en el contexto actual, porque te hacen pensar que no vale la pena, que es una pérdida de tiempo, tienes todo en contra, los amigos no lo entienden, y la sociedad no te lo pone fácil, pero hay que ser valiente y decir si al Señor porque es lo único que te hace feliz, porque es lo único que vale la pena. Si no hubiera dado ese paso quizás no sería hoy ni la mitad de feliz que soy. No te puedo decir otra cosa porque estoy profundamente convencido de que nuestra vida es responder a lo que Dios quiere de cada uno de nosotros.

¿Cómo has vivido con tu familia y amigos este proceso de vocación sacerdotal?
Al principio la novedad de la vocación sorprende e incluso produce rechazo, pero luego vieron que me hacía muy feliz y que era algo de Dios. Tengo que decir que he sentido el apoyo incondicional de mis padres, en todos los momentos, ellos han sido un regalo todo estos años y son los que plantaron la semilla de la vocación. Y ahora están muy orgullosos de que van a tener un hijo sacerdote.  
Los amigos al fin se han convencido de que esto es algo de Dios, pero les ha costado más encajar, pues ven un muchacho joven que quiere ser sacerdote y no lo entienden bien. Piensan que es tira la vida por la borda cuando nada de eso es así. Es una vocación al servicio de los demás y de la sociedad.

¿Cómo palpas desde tu propia persona lo que la sociedad espera del sacerdote de hoy?
La sociedad de hoy quizás no entiende lo que es el sacerdote y lo ven como algo anacrónico. Pero muchos otros ven la presencia de Cristo por sus calles y esperan mucho de ti. Hoy más que nunca hace faltan sacerdotes, que estén disponibles, que sean buenos ejemplos, aunque somos humanos, tenemos nuestros defectos, fallos pero queremos convertirnos para ser buenos sacerdotes. Porque el sacerdote tiene a Dios, trae a Dios, da a Dios y nuestra sociedad esta tan necesitada de Dios que se puede palpar esa hambre de Dios y el sacerdote tiene que saciarlo.

¿De qué manera afrontas el reto de atraer a los jóvenes y a tanta otra gente a la Iglesia?
Con muchísima esperanza y alegría. Creo que debemos vitalizar y trabajar muchos en las parroquias, siendo comunidades abierta, dinámicas y entregadas al evangelio, sin cambiar un ápice de la doctrina, que es el gran depósito de nuestra fe donde nos sustentamos. Creo que los jóvenes necesitan de Dios pero muchas veces no sabemos dárselo y lo presentamos de una forma errónea por ello buscan otras cosas. Debemos exigirles porque solo así darán el máximo de ellos mismos y el encuentro con Jesús cambiara sus vidas.

¿Qué les pides a los seglares, con los que tendrás que compartir tu misión en el día a día?
Que sean fieles colaboradores de los sacerdotes, donde tanto se les necesitan como también tanto necesita la Iglesia de ellos. Los seglares están en primera línea de la vida de una parroquia, llegan mucho más lejos que un sacerdote pues son ellos los principales evangelizadores. Les pido que sean valientes testigos del Evangelio, que recen mucho por sus sacerdotes para que sean fieles y tenga un gran afán apostólico y un amor a Jesucristo profundo y sincero.

¿Ha merecido la pena recorrer este camino? ¿Volverías a hacerlo? ¿Animas a otros jóvenes?
Sin ninguna duda afirmo que ha merecido la pena, merece la pena y merecerá siempre la pena ser sacerdote. Volvería a recorrerlo tantas veces que naciera de nuevo y además recorrer este camino tan bonito hacia el sacerdocio que no exime que el camino sea fácil, al contrario hay momentos que es áspero el camino pero sabes que la meta es la mayor recompensa que podemos tener en la tierra. El sacerdote por el sacramento del orden, prestar sus manos, su voz y todo tu ser para que de una forma sacramental, única y especial traiga al Señor a la tierra. No hay mayor regalo en este mundo.

Animaría a que los jóvenes a que fuesen valientes y no tuviesen miedo, Cristo no vale la pena, vale la vida. Ojalá que, tu querido lector joven, te plantes algún día la vocación y que es lo que Dios quiere de ti, si le respondes te aseguro que serás muy feliz.

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