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21 de diciembre de 2007

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El día a día de nuestro trabajo en Petén se condensa en el acompañamiento de las comunidades cristianas que se reparten por todo este selvático territorio de más de 35.000 Km. cuadrados y cuya fe, en un contexto de pobreza, crece con fuerza y es un signo o sacramento de ese Dios que ha enviado a su Hijo para que el mundo tenga vida y vida en abundancia (Jn 10, 10). Justamente en estos días de diciembre nos estamos preparando para celebrar en la Navidad este acontecimiento que dinamiza de manera extraordinaria la utopía de otro mundo posible.

En Guatemala, como herencia del franciscano Santo Hermano Pedro, a la caída de la tarde, se sale en procesión con la Posada. Recordando la angustia de José con su mujer a punto de dar a luz y buscando dónde hospedarse, la comunidad, con unas imágenes de José y María, se dirige a una casa y con cantos tradicionales pide posada a una familia. Tras el forcejeo y la duda ante los inoportunos visitantes, se acaba abriendo la puerta al descubrir que es Dios mismo quien pide posada. Todos y todas entran y con una celebración de la Palabra se iluminan las oscuridades de la vida diaria con la Luz que nos ha venido a visitar. Cantos, muchos patojos (niños y niñas), algún pan y café y el sentimiento de que lejos de las luces artificiales y de los deseos consumistas exacerbados de estos días, se puede ver reflejada la claridad de Belén en esta gente sencilla.

Los días de Navidad se acercan y tanto la Nochebuena como la de fin de año son para reunirse la comunidad y celebrar al Dios que acompaña los sufrimientos y mantiene inquebrantable la esperanza y la solidaridad entre los pobres como único camino de salvación para ricos y pobres. Son noches de muchos tamales para cenar, de abrazos a las 12 de la noche y de bombas y cohetes. Uno no echa de menos el oropel de las navidades del primer mundo sino lo esencial, la familia y los amigos y amigas.

La experiencia de la misión te lleva a lo real y a dos verdades que son esenciales: la inmensa mayoría de la humanidad sufre pobreza y marginación por el egoísmo de unos pocos y Dios es un Dios que ama a los y las pobres. Creer en Dios y celebrar la Navidad es salir de uno mismo al encuentro de la vida divina que está esparcida en tantos hombres y mujeres.

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