22 de abril de 2018
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«Alegraos y regocijaos» (Mt 5,12). Empieza con las palabras de Jesús «a los que son perseguidos o humillados por su causa», la Exhortación Apostólica firmada por el Santo Padre Francisco el 19 de marzo, Solemnidad de San José, del año 2018, sexto de su Pontificado.
«El Llamado a la santidad»; «Dos sutiles enemigos de la santidad»; «A la luz del Maestro»; «Algunas notas de la santidad en el mundo actual» y «Combate, vigilancia y discernimiento». Son los cinco capítulos, del documento pontificio en el que el papa Francisco recuerda las Bienaventuranzas como camino «a contracorriente» que Jesús nos indica para ser un buen cristiano: «Puede haber muchas teorías sobre lo que es la santidad, abundantes explicaciones y distinciones. Esa reflexión podría ser útil, pero nada es más iluminador que volver a las palabras de Jesús y recoger su modo de transmitir la verdad. Jesús explicó con toda sencillez qué es ser santos, y lo hizo cuando nos dejó las bienaventuranzas (cf. Mt 5,3-12; Lc 6,20-23). Son como el carnet de identidad del cristiano. Así, si alguno de nosotros se plantea la pregunta: «¿Cómo se hace para llegar a ser un buen cristiano?», la respuesta es sencilla: es necesario hacer, cada uno a su modo, lo que dice Jesús en el sermón de las bienaventuranzas. En ellas se dibuja el rostro del Maestro, que estamos llamados a transparentar en lo cotidiano de nuestras vidas» (63).
No es un tratado, sino el anhelo de hacer resonar el llamado a la santidad. «No es de esperar aquí un tratado sobre la santidad, con tantas definiciones y distinciones que podrían enriquecer este importante tema o con análisis que podrían hacerse acerca de los medios de santificación. Mi humilde objetivo es hacer resonar una vez más el llamado a la santidad, procurando encarnarlo en el contexto actual, con sus riesgos, desafíos y oportunidades. Porque, a cada uno de nosotros, el Señor nos eligió «para que fuésemos santos e irreprochables ante él por el amor» (Ef 1,4). (2)
El papa Francisco desea coronar sus reflexiones con María: «…porque Ella vivió como nadie las bienaventuranzas de Jesús. Ella es la que se estremecía de gozo en la presencia de Dios, la que conservaba todo en su corazón y se dejó atravesar por la espada. Es la santa entre los santos, la más bendita, la que nos enseña el camino de la santidad y nos acompaña. Ella no acepta que nos quedemos caídos y a veces nos lleva en sus brazos sin juzgarnos. Conversar con Ella nos consuela, nos libera y nos santifica. La Madre no necesita de muchas palabras, no le hace falta que nos esforcemos demasiado para explicarle lo que nos pasa. Basta musitar una y otra vez: «Dios te salve, María…». (176)