7 de septiembre de 2008
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Cuando empieza septiembre, declinando ya los fuertes calores de agosto, otro calor empieza correr por la piel de Albacete: el calor de su Feria. Todos los albaceteños sueñan con la Feria, la esperan como un momento cumbre de regocijo, como un oasis de frescura y descanso en la febril y fabril travesía del año. El recinto ferial se convierte en plaza mayor no sólo de la ciudad, sino de la provincia, por donde todos acabamos pasando, donde todos tenemos una cita, donde todos acabamos encontrándonos. Sin su Feria, Albacete no seria lo que es.
Quienes, llegado de otras latitudes, como es mi caso, habíamos oído ponderar la feria de Albacete, no nos hemos sentido decepcionados. La Feria de Albacete es mucha Feria.
La Feria de Albacete tiene, entre otras muchas iniciativas, algo que la hace original y única. Está presidida por la imagen chiquita de Nuestra Señora de los Llanos, a cuyo reclamo y convocatoria nació y creció, como un regalo casi de la Sma. Virgen.
Entiendo que, por eso, los albaceteños, agradecidos, la entronizan cada año en el corazón mismo del recinto ferial. Yo espero que los vientos de secularismo y laicismo no acaben con esta tradición entrañable y hermosa.
La fiesta para serlo no pude vivirse sin motivo, ni en soledad o como puro utilitarismo. La Virgen, por ser Madre, hace familia, es maestra de gratuidad, invita acoger al que es «camino, verdad y vida» para nuestra vida.
¡Feliz Feria a todos!