29 de marzo de 2010
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En medio de nuestros quehaceres y ocupaciones nos hemos acercado, un año más, a las puertas de la Semana Santa. Hasta alcanzar este momento hemos recorrido previamente el camino de la Cuaresma, en que hemos sido invitados a mirar nuestro interior y a configurar nuestra vida con los valores del Evangelio.
“Ha llegado la hora en que el Hijo del Hombre va ser glorificado” (Jn 12,23). Así anunciaba Jesús el momento de su muerte. Es verdad que antes de su glorificación tendrá que pasar por el trago amargo de la pasión, donde quedará patente su amor al Padre y su amor a los hombres. La gloria de la resurrección se gesta en la cruz y en la muerte.
En la Semana Santa celebramos, pues, un misterio de amor y de esperanza, el misterio del amor más grande, que es dar la vida por aquellos a los que se ama.
Quienes, tras vivir el escándalo de la pasión, se abrieron a la experiencia de la resurrección, se llenaron de alegría y fortaleza, entendieron con una luz nueva los dichos y los hechos del Señor hasta entonces no comprendidos del todo. También hubo quienes miraron y no vieron. ¿Seremos nosotros simplemente espectadores de lo que en la próxima Semana Santa va acontecer en nuestra ciudad? ¿Haremos lo posible por participar en la celebración de estos misterios, que serán actualizados sacramentalmente en la liturgia? ¿Dejaremos, al menos, que nos cale el sentido de lo que significan y rememoran las imágenes y los pasos de nuestras procesiones, que escenificarán estos misterios en las calles?
Las procesiones, que son una catequesis plástica, constituyen el mejor complemento a la liturgia. Son, además, la expresión de una fe hecha cultura, que combina con admirable maestría rítmica color, luz y sonido para deleite de los sentidos, piedad y sentimiento para alimento del alma.
Sé que en ello está empeñada la Junta de Cofradías de Semana Santa y su junta directiva. ¡Enhorabuena! Cultivar el sentido religioso y eclesial de las procesiones pertenece a la tradición más genuina de las Cofradías, es parte esencial de su identidad.
Deseo tanto a quienes han sumido un generoso protagonismo en nuestra Semana Santa, como a los espectadores, una fructuosa Semana Santa 2010.