2 de junio de 2006
|
178
Visitas: 178
Acabamos de celebrar los 40 años de la finalización del Concilio Vaticano II. Éste ha sido el gran acontecimiento eclesial del siglo XX, verdadero Pentecostés para nuestros días. En él se refuerza algo nuclear que viene del bautismo: a todos los cristianos se impone la gloriosa tarea de trabajar para que el mensaje divino de la salvación sea conocido y aceptado en todas partes.
Tras él, las distintas Conferencias Episcopales e Iglesias locales han tratado de poner en marcha iniciativas y documentos que ayudaran a profundizar y desarrollar este mensaje. Precisamente estamos conmemorando los 20 años de la publicación de las Actas del Congreso sobre “Evangelización y hombre de hoy”.
Muchos son los acontecimientos vividos a lo largo de este tiempo. Constatamos cambios vertiginosos en todos los campos de la vida. Se abren ante nosotros nuevos retos y desafíos. Queremos situarnos ante todos ellos, agradecidos por el don de la fe, fieles al seguimiento de Jesucristo y apasionados por la construcción del Reino de Dios a impulsos del Espíritu.
Y lo hacemos conscientes de que la tarea de la evangelización de todos los hombres constituye la misión especial de la Iglesia. Lo que significa que la Iglesia se define y constituye como tal evangelizando. Y que, por tanto, en la evangelización se está jugando nuestra razón de ser en medio del mundo.
La evangelización es el ofrecimiento convincente y significativo, realizado desde la pobreza compartida y no desde el poder, de la forma de vida de Jesús. Se dirige a la conciencia libre de las personas que viven en una sociedad concreta. A
porta a quienes acogen el Evangelio la capacidad de una transformación real que, desde el interior del hombre, penetra en toda la convivencia, haciéndola más humana y elevándola e iluminándola con el don de Dios.
Esto supone, principalmente, un proceso que parte del encuentro personal con Jesucristo que, mediante el don del Espíritu Santo, hace posible la conversión y nos impulsa a:
– la encarnación en la vida real de la gente, especialmente la más empobrecida
– el testimonio personal y comunitario de una vida entrañable y compasiva
– el anuncio de un Dios que es Padre-Madre, nos hace sus hijos y nos convierte en hermanos, nos regala la Tierra como casa común, centra nuestras relaciones en la justicia y la armonía abriéndonos a un futuro esperanzador
– la denuncia profética de todo lo que enmascara y pervierte el Proyecto amoroso de Dios con la humanidad
– el compromiso de transformación personal, ambiental y estructural.