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20 de marzo de 2011

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Tres sacerdotes de nuestra diócesis: su vocación y sus motivos de felicidad y alegría

DIEGO FERNANDO HERRERA es un sacerdote recién llegado de Boyacá (Colombia). Entró al Seminario Mayor de Bucaramanga a los 17 años movido por comprobar si era su sitio, si el Señor lo llamaba por ahí… (¡Y RESULTÓ QUE SÍ!). Fue ordenado sacerdote a los 25 años y después de estar año y medio de cura en su país vino a Albacete a echarnos una mano pues llegó a sus oídos la necesidad de curas en Albacete. Aquí lo tenemos, como una inyección de juventud en nuestra diócesis, en la parroquia de San Juan de Albacete como vicario parroquial.

– ¿Cómo descubriste que El Señor te llamaba al sacerdocio?
– Mi mayor motivación para el sacerdocio era servir a la gente, algunos me decían que desde otro lado también lo podía hacer; sí, es cierto; pero lo que lo hace diferente es servir a los hermanos desde el lado de Dios; que Él fuera conocido y vivido: esa es la tarea principal del cura.

Mi mayor alegría es que siendo sacerdote, he podido conocer más a Jesús; lo he vivido a pesar de las dificultades que he tenido. Es cierto no es fácil seguirlo, pero es posible con su ayuda. Lo que me hizo optar por Él lo intento vivir todos los días, “quiero vivir sirviendo, para morir amando.

SANTIAGO BERMEJO MARTÍN entró al seminario con 21 años, recién terminada la carrera de magisterio y con plaza ya asignada. En la actualidad es Vicario Episcopal de la Zona La Mancha y párroco de San Sebastián de Villarrobledo.

-¿Cómo surge tu vocación?
– Mi vocación hunde sus raíces en los valores que mis padres me inculcaron desde la infancia (honradez, generosidad, compartir, esfuerzo, perdón, …). A eso se le sumaron las vivencias de mi parroquia y de mi grupo juvenil de la Institución Teresiana (oración personal, formación, jornadas de verano, encuentros, eucaristías, lectura espiritual, acompañamiento, etc.). Todo ello me capacitó para decir “SÍ” cuando el Señor me lo pidió. Hablando de esa etapa recuerdo que estaba trabajando en un bar, a la vez que estudiaba Magisterio. Concretamente recuerdo momentos en los que no había clientes en el bar y veía pasar gentes, coches… y me pensamiento estaba en llamada que sentía en mi corazón. Con el tiempo me doy cuenta de que a David el Señor lo llamó de detrás del rebaño, a mí me llamó de detrás de la barra del bar.

-¿Tus mayores alegrías?
– Es difícil mencionar “algunas” alegrías, porque verdaderamente la vida sacerdotal, la tarea pastoral, la amistad con Jesús es una fuente continua de alegría.

Pero quizá una de las alegrías más grandes y que más me sorprende a diario es que, a pesar de mis debilidades y limitaciones, Dios se sirva de mi persona, mi palabra, mi cercanía, para  hacerse presente en la vida  de otros, dándoles ánimo, iluminando su caminar, confirmando su fe, consolando su dolor, orientando sus decisiones, suscitando su generosidad, aumentando su esperanza, etc. Por todo ello doy gracias al Señor cada día.

JUAN CÁRDENAS HERNÁNDEZ (Vice-ecónomo Diocesano)

En mis recuerdos de niño hay algunos elementos que podrían significar los inicios de mi vocación, aunque en aquellos momentos yo no tuviera conciencia de una llamada. Me había criado en una familia fundamentalmente cristiana, con alguno de sus miembros muy religiosos, que se ocuparon especialmente de mi, y de mi formación.

Hice la primera comunión con 9 años, un poco tarde para aquella época. Tuve buenos maestros cristianos, especialmente alguno de ellos, que me ayudaron a empezar la adolescencia con un bagaje religioso que me permitió entrar en la vida laboral a los 11 años.

El origen consciente de mi vocación yo lo sitúo en el encuentro con dos amigos. Agradezco a Dios este encuentro, pues ellos fueron los que salvaron mi adolescencia y, sin darse cuenta, estimularon mi vocación. Uno de los amigos ya ha muerto. El otro vive, con los achaques propios de la edad, felizmente casado y con un buen plantel de hijos, uno de ellos sacerdote.

Otro encuentro determinante de mi vocación fue el contacto con los movimientos obreros que trabajaban en mi pueblo en los años 50. La Hoac y la Joac, que después pasaría a llamarse JOC. En ellos milité hasta entrar en el Seminario a los 18 años.

Fui ordenado con 28 años, y me dediqué a trabajar con jóvenes como capellán de un instituto, así como en el movimiento diocesano de estudiantes, la JEC. Poco después me destinaron al Seminario Diocesano como educador de los estudiantes de Filosofía. Al mismo tiempo me ocupaba de la administración de la casa. Después de 9 años en estas tareas solicité marcharme a la misión diocesana de Safané, en Burkina Faso, en la que compartí ilusiones y trabajos con unos compañeros extraordinarios: Paco Gil, Pedro Ortuño y Manolo de Diego. Ellos me enseñaron mucho y me estimularon para vivir los años más felices de mi vida.

A la vuelta de África he pasado por diferentes situaciones: párroco de unos pueblos, párroco en la capital, sin dejar la tarea que me asignaron desde mi vuelta: la administración económica diocesana.

-¿Tus mayores alegrías?
En todas las situaciones en las que ha transcurrido mi vida de sacerdote: educador de jóvenes, y, especialmente de seminaristas, evangelizador en África, párroco o coadjutor, administrador o capellán, muchas de ellas vividas simultáneamente, y a pesar de los grandes fallos y pecados en los que he incurrido, creo que el Señor nunca me ha dejado perder la alegría profunda que empecé a sentir cuando me decidí a dar el SI a mi vocación. El Señor, además de ser para mí una providencia continua, ha sido siempre mi alegría. Incluso en medio de unas cuantas enfermedades que han ido apareciendo con la edad, y que espero, me hayan ayudado a configurarme un poco con Jesucristo Crucificado.