18 de julio de 2010
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Javier López es un sacerdote de la Congregación de la Misión (de S. Vicente Paúl), además de párroco de Nª Sª de la Estrella (en el ‘Cerrico’) es capellán de la Prisión “La Torrecica” de Albacete. Ha llegado hace unos días de ’hacer el Camino de Santiago’ pero de una manera especial: con algunos reclusos de la prisión.
– Cómo surge la idea de hacer el Camino de Santiago con unos cuantos reclusos…
– La idea de hacer el Camino de Santiago con los internos de la Torrecica no es nueva, ya la hice hace 3 años con otro grupo de internos. Este año, al ser año Jubilar, me pareció que podría ser una buena idea volverla a repetir. Siempre con unos objetivos concretos: religiosos y culturales.
Hacer el Camino supone invertir un tiempo para que a los internos les sirva como terapia, revisión de su propia vida y reconducirla o reorientarla viviendo y conviviendo en sociedad y en libertad por unos días.
Nuestra peregrinación comienza en Sarria (Lugo), a 120 kms de Santiago. Pero no se trata de caminar por caminar.
Como primer objetivo nos proponemos profundizar en algunos valores. Cada día nos ponemos un tema para la reflexión: disponibilidad, responsabilidad, solidaridad, arrepentimiento, entrega… para intentar asumirlo y que nos ayude a crecer como personas.
Comenzamos el Camino cada mañana a las 7 poniéndonos en la presencia de Dios y encomendándole a él nuestra jornada… la meta: llegar a Santiago, abrazar al apóstol y celebrar con gozo la misa en Santiago y confesarse como muestra de arrepentimiento y volver a comenzar una nueva etapa en la vida.
Como segundo objetivo se trata de hacer un Camino que otros han recorrido antes y que por el camino han levantado iglesias y monumentos como expresión de fe y de cultura. Cada día disponíamos de un tiempo para visitar los lugares más emblemáticos de los pueblos por dónde pasábamos la tarde y noche.
– Seguro que guardas en tu corazón momentos especiales con ellos que te han hecho a ti mucho bien. Cuéntanos…
– Los momentos más entrañables para mí fueron los de la tarde… cada día, después de una siesta y descanso reparador, nos juntábamos en algún lugar tranquilo para compartir la experiencia de la mañana y comentar un cuento o historia con moraleja. Se leía la historia y luego sacábamos conclusiones prácticas para nuestra vida… Han sido momentos de verdadero compartir y sacar lo mejor de nosotros: historias personales, llenas de gozos pero también teñidas de muchas sombras y cruces personales. Se conoce mejor a las personas cuando se comparte en sinceridad y se convive fraternalmente.
– ¿Cuál ha sido el plan de un día cualquiera…?
– Nos levantábamos sobre las seis de la mañana, algún día incluso antes (a las 5’30). Nos aseábamos, recogíamos nuestras cosas, dejábamos limpio el lugar donde nos albergábamos y luego desayunábamos con lo que traíamos en el coche de apoyo (normalmente zumos, leche y galletas). Si había oportunidad de un cafecito… pues también viene bien para acabar de abrir los ojos. Luego dejábamos los sacos de dormir y lo más pesado en la furgoneta y cada uno cargando con su mochila se preparaba para el camino. Nos reuníamos en corro para encomendar la jornada al Señor y luego echábamos a andar sobre las siete. A media jornada, sobre las 10’30, el coche de apoyo llevaba los panes recién comprados y se hacía un pequeño descanso almorzando un buen bocadillo. Seguíamos el camino hasta llegar al final de la etapa del día, en torno a las 12:30 al pueblo donde íbamos a pernoctar. Cada día caminábamos unos 20 ó 25 kilómetros. Al llegar a la meta de la etapa del día nos dirigíamos a los albergues públicos a hacer cola para obtener una plaza. A la una se abrían los albergues y tras pagar, religiosamente, los 5 € tomábamos posesión de nuestra cama. Nos aseábamos e íbamos a buscar el menú del peregrino en algún bar del pueblo. Después de comer descansábamos un ratito y poníamos en remojo nuestros pies cansados. Sobre las 5’30 de la tarde nos juntábamos para la reflexión en grupo. Luego teníamos un tiempo libre hasta la hora de la cena (9 de la tarde). El menú de la cena siempre era a base de bocadillos. En todos los pueblos solíamos participar (la mayoría) de la misa a las 8 de la tarde. En el rato libre de después de cenar algunos aprovechamos para echar la partida al dominó. En torno a las 10’30 ya nos retirábamos todos a descansar. El ambiente fue muy bueno todos los días.
Aunque todos los momentos eran importantes… incluido el compartir juntos las comidas… los que con mayor ilusión esperaba era el compartir las reflexiones de las tardes… Éste era el momento que daba pleno sentido a esta experiencia, a nuestro Camino de Santiago.
– Todo esto conlleva una planificación, preparación e infraestructura…
– Pues sí, la verdad es que lleva una preparación que, al no ser la primera vez que se hacía, ya hemos acumulado una cierta experiencia previa. Y lo de la infraestructura pues también: los materiales, las compras, el viaje, el alquiler de la furgoneta, los avituallamientos… no llueven del cielo. El Centro Penitenciario hizo lo que pudo, a pesar de la crisis, por cubrir los gastos de alimentación de los reclusos y del funcionario que nos acompañó. Pero el capítulo mayor de los gastos, el coste mayor lo han cubierto: la Pastoral Penitenciaria con la ayuda económica que recibe cada año desde el Obispado, también gracias a la aportación generosa de la parroquia de San José (Cáritas parroquial), también la Asociación de la Medalla Milagrosa de la parroquia de la Sagrada Familia y el donativo de una buena mujer. A todos desde aquí, y en nombre de los internos, reitero mi gratitud.
– ¿Qué es lo que más has valorado de esta experiencia?
– Primero valoro la buena convivencia, ya que a pesar de las diferencias personales, han sabido compartir y convivir juntos. Valoro la sinceridad a la hora de hablar y decir las cosas. Valoro el coraje de algunos por rehacer su vida y hacerlo desde la fe en Jesucristo. .Valoro la buena relación con otros peregrinos y también la estrecha relación con el funcionario (Ángel) y con los voluntarios que nos acompañaron (Llanos, de Cáritas, Juan, cura de la Roda, y Fernando, chófer de la furgoneta). Valoro también la disponibilidad de mis compañeros paúles de mi comunidad que me permitieron poder salir, sustituyéndome ellos en mis quehaceres en Albacete. Y valoro también a los feligreses de las dos parroquias: las de la Estrella-La Milagrosa y la de San Vicente de Paúl, que son comprensivos y entienden la labor que desempeño también con los internos de la Torrecica. Y por último valoro la buena disposición del Centro Penitenciario por permitir actividades de este tipo en beneficio de la reinserción de los presos.
– ¿Merece la pena repetirlo…?
– Por supuesto… a pesar de las dificultades creo que merece la pena repetir y dar oportunidad a otros para que hagan la experiencia… Si yo tuviera más tiempo y dispusiera de más fondos… sin duda organizaría dos o tres al año, pero me conformaré con organizar otras salidas más cercanas que cumplan los mismos objetivos y con menos costes de tiempo y dinero.
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