2 de agosto de 2015
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Sobre una colina de la Borgoña francesa comienzan a sonar campanas que sólo tienen un significado: aunar el canto y el silencio para que el ser humano vuelva a sentirse como humanidad ante el Amor de Dios.
Después de la primera oración en común, no deja de paralizar la idea de un lugar donde más de tres mil personas aparentemente disgregadas pero, en lo más profundo de sí mismas, conscientes de una unidad transcendente, puedan vivir una experiencia de comunión semejante.
El artífice de tal acontecimiento que se sucede semanalmente con miles de jóvenes que se renuevan cada domingo del año, no es otro que Roger Schutz, también conocido como Hermano Roger de Taizé.
Este año se respira un ambiente diferente y mucho más especial, se nota cierto nerviosismo porque algo que comenzó como un refugio de exiliados de la Segunda Guerra Mundial, se ha convertido en la mayor comunidad monástica del mundo de carácter ecuménico. Hace 10 años que fue asesinado este hombre santo cuya muerte llegó a ser comparada con la de Martin Luther King, Monseñor Romero o Gandhi por grandes personajes religiosos.
Además celebra el 75 aniversario de la comunidad con el fin de ciclo de la última carta “hacia una nueva solidaridad”, sin duda digna de tener presente para los tiempos que conciernen al mundo.
Aprovechando esta efeméride, se complementa con el centenario del nacimiento del Hermano Roger y el décimo aniversario de su muerte para crear un cóctel explosivo que va a reunir a 75 años de experiencias de reconciliación y amor de todos los que han asistido a lo largo de la historia.
Al fin y al cabo, esto son datos. La pregunta más importante es: ¿Qué es Taizé?
No se podría describir como un lugar, ni una colina, ni una iglesia, ni un encuentro de jóvenes,… Seguramente a todos aquellos que han estado alguna vez allí, si se les pregunta, la respuesta sería semejante a esta: “Te puedo intentar contar mi experiencia, pero es inexplicable, sólo vívelo”.
Formalmente, podría decir que es una forma de vida que aboga por la “unidad de los cristianos” centrada en la oración en común tres veces al día; en la acogida de gentes de todos los países del mundo (sobre todo de aquellos en situación de conflicto o pobreza); donde el trabajo de todos los que residimos allí una semana o más es lo que mantiene vivo el lugar; donde el joven es el foco principal de atención de los hermanos de Taizé, cuya labor se centra en la guía y el acompañamiento ante las dudas existenciales, de confianza en Dios y en sí mismos, del siguiente paso a dar en sus vidas, o simplemente el voluntariado empujado por el Espíritu Santo; y donde el silencio, el canto, la escucha, la contemplación, el compartir, la sencillez (físicamente incluso) y la humildad son los pilares básicos del modo de vida propuesto para una comunión con Cristo alejando toda aspereza disgregadora.
Aun así, con esta descripción seguiría sin responder a la pregunta: ¿Qué es Taizé?
Mi experiencia me dice que es fragilidad, postrarse ante Cristo en nuestra desnudez. Juan Pablo II hizo un acercamiento muy interesante en su estancia en Taizé:
“Se pasa por Taizé como se pasa junto a una fuente. El viajero se detiene, bebe y continúa su ruta. Los hermanos de la comunidad, ya lo sabéis, no quieren reteneros. Ellos quieren, en la oración y el silencio, permitiros beber el agua viva prometida por Cristo, conocer su alegría, discernir su presencia, responder a su llamada; después volver a partir para testimoniar su amor y servir a vuestros hermanos”.
Sin duda lo es, un laboratorio de solidaridad, ternura y alegría de Cristo Resucitado. Allí la felicidad se descubre en el don de uno mismo, repleta de sorpresas, de descubrimientos que a veces te alejan del camino que tu vida te había propuesto, pero cuando sientes la presencia de Dios en tu vida y su llamada, no puedes más que entregarte con una sonrisa.
¡Cuántas partes fundamentales del ser humano están bloqueando el individualismo, el bombardeo tecnológico de información, la anestesia emocional que nos impide sentir el sufrimiento del mundo, los intereses económicos desmoralizadores!
Un punto blanco en el mapa negruzco, así lo llamo. Uno mismo comienza a escucharse a sí mismo y, por encima de todo, a escuchar a los demás. La simpleza de ofrecer un corazón abierto y dispuesto a acoger las cruces de los demás, ese abandonarse a la acción de Cristo a través de nosotros, es una solución magnífica para todos aquellos que necesitan ser escuchados, es decir, toda la humanidad.
Cuando en esa escucha Dios nos revela la búsqueda y sed de Dios del hermano es cuando, a la vez, el Espíritu Santo nos empuja, a través de nuestra intuición, a comprender la debilidad y fragilidad del ser humano y nos sorprende pronunciando con nuestra boca un mensaje claro de esperanza sin complejas estructuras ni palabrería técnica.
Este año se ha presentado el icono de la Misericordia basado en la parábola del buen samaritano, os invito a leer la descripción de la web de Taizé sobre él y a contemplarlo dejando que el amor de Dios colme vuestro corazón.
Sin duda, el espíritu del hermano Roger de Taizé está más presente que nunca en la colina.
Bonum est confidere in Domino. Bonum sperare in Domino