31 de octubre de 2010
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La Iglesia ha querido instituir un día, 2 de noviembre, que se dedica especialmente a orar por aquellas almas que han dejado la tierra y aún no han alcanzado el cielo. La costumbre de visitar a los familiares difuntos en los cementerios en los que han sido enterrados es un buen momento para recordar que hay que rezar intensamente por los muertos, para que alcancen la Gloria Eterna.
La tradición de rezar por los muertos se remonta a los primeros tiempos del cristianismo, en donde ya se honraba su recuerdo y se ofrecían oraciones y sacrificios por ellos.
Cuando una persona muere, ya no es capaz de hacer nada para ganar el cielo,; sin embargo, los vivos sí podemos ofrecer nuestras obras para que el difunto alcance la salvación. Con las buenas obras y la oración se puede ayudar a los seres queridos a conseguir el perdón y la purificación de sus pecados para poder participar de la gloria de Dios.
A estas oraciones se les llama sufragios. El mejor sufragio es ofrecer la santa Misa por los difuntos.
Debido a las numerosas actividades de la vida diaria, las personas muchas veces no tienen tiempo ni de atender a los que viven con ellos, y es muy fácil que se olviden de lo provechoso que pude ser la oración por los difuntos. Debido a esto, la iglesia ha querido instituir un día, el 2 de noviembre, que se dedique especialmente a la oración por aquellas almas que han dejado la tierra y aún no llegan al cielo.
Nuestra oración por los muertos pude no solamente ayudarles, sino también hacer eficaz su intercesión a nuestro favor. Los que ya están en el cielo interceden por los que están en la tierra para que tengan la gracia de ser fieles a Dios y alcanzar la vida eterna.
Le preguntaron a san Agustín: “Cuánto rezarán por mí cuando yo me haya muerto?” y él le respondió: “Eso depende de cuánto rezas tú por los difuntos”. Los muertos nunca jamás vienen a espantar a nadie, pero sí rezan y obtienen favores a favor de los que rezan por ellos.