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7 de febrero de 2016

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“Haced lo que Él os diga”. Son las palabras elegidas por el Santo Padre para meditar en la Jornada Mundial del Enfermo que se celebra el próximo 11 de febrero.

El Papa indica que para nuestros seres queridos que sufren debido a la enfermedad pedimos en primer lugar la salud, pero el amor animado por la fe “hace que pidamos para ellos algo más grande que la salud física: pedimos una paz, una serenidad de la vida que parte del corazón y que es don de Dios, fruto del Espíritu Santo que el Padre no niega nunca a los que le piden con confianza”.

De este modo, el Santo Padre invita en su Mensaje a que en esta Jornada pidamos a Jesús misericordioso “que conceda a todos nosotros esta disponibilidad al servicio de los necesitados, y concretamente de nuestros hermanos y de nuestras hermanas enfermas”. Y aunque este servicio puede resultar fatigoso, pesado, “estamos seguros que el Señor no dejará de transformar nuestro esfuerzo humano en algo divino”.

Asimismo, el Santo Padre pide que “cada hospital o cada estructura de sanación sea signo visible y lugar para promover la cultura del encuentro y de la paz, donde la experiencia de la enfermedad y del sufrimiento, así como también la ayuda profesional y fraterna, contribuyan a superar todo límite y toda división”.

La enfermedad, especialmente aquella grave, recuerda el Papa, “pone siempre en crisis la existencia humana y trae consigo interrogantes que excavan en lo íntimo”.

En estas situaciones, precisa, “por un lado la fe en Dios es puesta a la prueba, pero al mismo tiempo revela toda su potencialidad positiva”. La fe “ofrece una clave con la cual podemos descubrir el sentido más profundo de lo que estamos viviendo; una clave que nos ayuda a ver de qué modo la enfermedad puede ser el camino para llegar a una cercanía más estrecha con Jesús, que camina a nuestro lado, cargando la Cruz”, asegura el Pontífice. Y esta clave “nos la proporciona su Madre, María, experta de este camino”.

Finalmente, pide para todos los que están al servicio de los enfermos y de los que sufren, “que sean animados por el espíritu de María, Madre de la Misericordia”.