26 de abril de 2015
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La interioridad es esa dimensión de todo ser humano que no percibimos, no podemos tocar, ni ver, pero es lo más esencial que hay en nosotros y lo que define nuestro ser. Es ese conjunto de deseos, recuerdos, emociones… los elementos intangibles que están en nuestro ser y que si no conozco, no conozco al ser humano que tengo delante. En cambio, la exterioridad tiene que ver con el cuerpo, la indumentaria, el peso, la altura, sobre lo corporal que puedo tocar y medir, por eso, lo esencial no sólo es educar la interioridad o la exterioridad, sino educar ambas, porque el ser humano es una unidad que tiene una dimensión exterior y también interior.
Hablamos de la necesidad de educar…, pero en un mundo disperso, que vive mucho la exterioridad y poco la interioridad.
Este es el tema, no es algo nuevo: es verdad que nuestro entorno se caracteriza mucho por la dispersión mental y emocional, la multiplicidad de estímulos, y un educando cada vez más volcado hacia el exterior y menos consciente del océano que hay dentro de sí y de toda la riqueza intangible que hay en su ser: de sus talentos, de su vida interior, de su experiencia trascendente, porque vive muy al balcón, vive muy fuera de sí. Por tanto, la pregunta es cómo ayudarle a darse la vuelta y a descubrir todo ese universo interior que hay en él, para que pueda progresar en el autoconocimiento, determinar qué es lo que quiere hacer en el mundo, cuál es su misión, cuál es su objetivo en esta existencia.
Padres, educadores, profesores, catequistas, todos educando a los chavales, a los jóvenes, pero también es una tarea de los adultos, que a veces también viven en ese mundo exterior y nada interior.
Claro, y el problema está en que uno no puede dar lo que no tiene. Es decir, si el adulto no ha hecho este trabajo de autointrospección, de exploración de sus creencias, deseos, emociones, del móvil fundamental de su existencia, si no ha hecho esta interiorización, muy difícilmente podrá ayudar a sus hijos, a sus nietos, a sus alumnos, a interiorizar, porque nadie puede dar lo que no tiene, y además es que eso es básico: si uno quiere enseñar matemáticas, debe conocer matemáticas; si uno quiere enseñar filosofía, debe conocer filosofía; si uno quiere ayudar a otro a interiorizar, tiene que haber hecho este recorrido para poder dar de la mano al educando y darle a conocer moradas, instancias, dimensiones de su castillo interior que no conoce.
Muchísimos intelectuales han hablado de esto, no es un tema actual, sino de toda la historia humana.
Sí, la verdad que sí. Sería un error pensar que ahora hemos inventado la interioridad o que está de moda la educación en la interioridad. No, de hecho, los grandes filósofos, además de tradiciones religiosas distintas y de opciones filosóficas distintas, distinguen esta doble dimensión: interioridad, exterioridad, y además, nos advierten de que es esencial esta labor de autoconocimiento para poder desarrollar buenas elecciones y para poder dar sentido a la vida. Si sólo nos nutrimos exteriormente, al final no sabemos quiénes somos, viviendo como si fuésemos una especie de recipiente de estímulos, de novedades, de noticias… pero yo soy algo más: yo tengo un yo íntimo, un yo esencial que debo tener que conocer y debo poder proyectar en el mundo y a través de eso, embellecerlo y aportar algo.
¿Y cómo poner en práctica esta educación de la interioridad?
La primera receta básica es la formación continuada, tener la voluntad de conocer una y otra vez más, la condición humana y luego, obviamente, intentar ver en qué espacios educativos es más viable esta educación de la interioridad. No siempre tiene que ser en el aula, en la tutoría, en la clase… puede ser en el campo, o a propósito de un producto audiovisual o de una composición musical. La música es un instrumento de interiorización muy superior a la palabra, porque te conecta con lo más profundo de ti y despierta en ti profundas emociones. Por tanto, formarse continuamente y además tener la habilidad pedagógica para ver qué pretextos tenemos para activar este viaje hacia la interioridad, que es básico para tener un alumno responsable, un ciudadano equilibrado, consciente, que no se deje arrastrar como una veleta por el mundo.