9 de noviembre de 2010
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Es un hecho que la mayoría de las personas han acudido alguna vez (o muchas) a la Iglesia Diocesana (que viene a ser el conjunto de parroquias de la provincia), para solicitar servicios religiosos, espirituales o recabar ayuda material (alimentos) en estos tiempos de crisis. La Iglesia responde a todos sin excepción de credos, razas o lenguas. Responde y cada vez quiere responder y ayudar más y mejor. Cualquiera que lea estos párrafos habrá constatado que la Iglesia, que el sacerdote, el catequista, el colaborador de Cáritas, etc,, asiste con prontitud a ayudar y echar la mano en lo que se le pide desde la absoluta gratuidad. Es más, todas las limosnas y todo el dinero que se recibe se utiliza (después de pagar facturas de luz y demás gastos) para prestar un mejor servicio a todos los que llegan a nuestras parroquias.
Cuando se piensa en la Iglesia se suele pensar sólo en los curas o religiosos pero ¿qué sería de nuestra diócesis de Albacete con nada más que unos ciento cincuenta curas si no fuera por los voluntarios parroquiales (agentes de pastoral) que pueden ser alrededor de cinco mil?
Además de todos los agentes de pastoral el término Iglesia incluye con la misma amplitud de la palabra a todos los bautizados que participan en los sacramentos, en la oración, en las diversas tareas pastorales que se llevan a cabo, etc.
Veamos algunos detalles de lo que la Iglesia aporta a la sociedad:
La Iglesia ayuda a los más necesitados de la sociedad: sin techo, familias rotas y desestructuradas, inmigrantes, ancianos, enfermos, etc.
La Iglesia está presente en los acontecimientos más importantes de la vida, acompañando a las personas que se acercan a Dios en los momentos más importantes de la existencia humana: en los felices (matrimonio, bautismo, confirmación) y también en los dolorosos (pecado, enfermedad, muerte). Por la Iglesia, el Dios del Amor, visible en Jesucristo, se acerca a cada uno para darle sentido y esperanza.
La Iglesia, como Pueblo de Dios, brinda a la sociedad valores permanentes que nos ayudan a crecer como personas y mejoran la convivencia entre los hombres: fe, defensa de los derechos humanos, fraternidad, dignidad de la persona, solidaridad, perdón, superación, esfuerzo, etc.
Estas actividades son realizadas en su mayoría por personas que entregan su vida a los demás. Los sacerdotes y los agentes de pastoral, que están al servicio de la comunidad cristiana, desempeñan, una labor discreta y muchas veces ignorada que construye el bien común de la sociedad.
La Iglesia contribuye al desarrollo cultural y educativo de sus miembros, así como al crecimiento de la persona con múltiples iniciativas y centros de educación y enseñanza.
Los misioneros de la Iglesia Católica, repartidos por todo el mundo, predican el Evangelio de Jesucristo. Es precisamente la experiencia del Amor de Dios, que viven y predican, la que les lleva a reconocer en el prójimo el rostro de Cristo, de manera particular en los más necesitados. A menudo reconocemos el testimonio heroico de misioneros que mantienen su compromiso con hombres y mujeres de zonas que viven situaciones de guerra y extrema dificultad: hambrunas, persecuciones, etc. y que, en ocasiones, ponen en peligro su vida por llevar a cabo su misión.
La vida de la Iglesia como comunidad cristiana da lugar a múltiples asociaciones y a un amplio voluntariado que promueve actividades sociales tanto de ámbito religioso (movimientos apostólicos y cofradías) como civil. Estas actividades contribuyen al bien común con su respuesta a las más variadas realidades y necesidades sociales.
La Iglesia a lo largo de la Historia ha creado un patrimonio cultural y artístico que configura la imagen de nuestras ciudades y pueblos y que es expresión de su fe. En sus diferentes planos de actuación, la Iglesia mantiene, restaura y sigue desarrollando y creando los necesarios e imprescindibles bienes muebles e inmuebles para el desarrollo de su actividad.