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8 de marzo de 2015

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[fusion_dropcap color="var(--awb-color2)" class="fusion-content-tb-dropcap"]L[/fusion_dropcap]uis Alberto Gonzalo, misionero claretiano y director de la Revista Vida Religiosa, ha impartido en Albacete una conferencia-mesa redonda sobre el sentido de la vida religiosa, en este Año 2015 dedicado a la Vida Consagrada y las implicaciones que este año tiene también para los laicos.

PREGUNTA: ¿Cuáles son los objetivos, el sentido de este año dedicado a la vida consagrada?
RESPUESTA: Hacía falta que nos recordásemos todos los cristianos, que dentro del pueblo de Dios y al servicio de la misión, hay un grupo pequeño, pero significativo y con una pluralidad grande, de mujeres y hombres que están testimoniando los valores del reino de manera constante, asumiendo en su vida el ideal de parecerse al Señor Jesús en su entrega. El Papa Francisco dice que donde hay religiosos hay alegría, y yo creo que esto tenemos que significarlo de algún modo: nuestro pueblo nos está pidiendo que reivindiquemos la alegría y que despertemos al mundo.

¿Cuáles son las perspectivas de cara al futuro?
De cara al futuro, hemos de saber reubicarnos desde nuestra riqueza carismática, probablemente dejando plataformas y lugares de evangelización tradicionales, y optando por una presencia más de calle. Nuestro sitio es el diálogo, la presencia entre los más débiles, la compañía de los hombres y mujeres que hoy por hoy no forman parte de la pertenencia eclesial, de la gente que está en los márgenes. Esos son lugares muy nuestros, muy de los religiosos.

Y este año, a los laicos, ¿Qué nos corresponde?
Este año es fenomenal para que tomemos conciencia de la misión compartida: esta Iglesia nuestra está en misión y la misión nos posee a todos: laicos y religiosos tenemos que atender el mandato del Señor que es salir a los caminos, salir a los márgenes, encontrarnos con las personas que no han descubierto todavía la esperanza del reino, porque hay mucha gente que está esperando: no nos lo van a decir explícitamente, pero sí que el Señor nos ha dotado a laicos y a religiosos con una sensibilidad especial para captar esa necesidad. Es cuestión de unirnos mucho más, de perder conciencia de ser los titulares o los propietarios de la misión y de animarnos en un servicio del reino que nos recuerda a todos la gratuidad de la alegría.

Y de cara a los religiosos, ¿Qué les diría?
Pues confiar un poquito más en Dios y menos en nuestras fuerzas. Hubo unos años del siglo pasado, donde fuimos muy fuertes, teníamos gente para llenar y ocupar los sanatorios, los colegios… esa misma gente estamos en la vida religiosa hoy, pero somos personas mayores. Pues el recuerdo que hemos de tener no es éste, de cuando éramos muy fuertes, sino el de la época fundacional, cuando éramos originales, intrépidos, libres, pobres. Esto es lo que hay que recuperar para este tiempo, es lo que el Señor nos está pidiendo y que el Papa Francisco, que interpreta muy bien el querer del Espíritu, nos está transmitiendo.

Una preocupación en todas las congregaciones es el tema de las vocaciones. ¿Ante esto?
Ante esto hay que vivir con mucha esperanza y hay que ponernos a disposición de lo que Dios quiera. Las vocaciones son aquellas que Dios necesita para la misión y no las que nacen de nuestros cálculos. No va a haber vocaciones para sostener las obras que hoy tenemos, pero, sin duda, Dios va a enviar vocaciones para una nueva vida religiosa que está naciendo. Yo lo creo firmemente, y lo que tenemos que hacer los que hoy estamos en la vida religiosa es facilitar que esas nuevas vocaciones encuentren su sitio y puedan desarrollar los dones y los carismas con los que el Señor les ha dotado.

Los religiosos estáis haciendo un proceso de reestructuración muy duro… ¿Y los demás?
Esta es una cuestión fundamental y cada vez me encuentro con más personas que quieren abordarla. Este proceso de reestructuración que estamos haciendo los religiosos no será real hasta que no lo hagamos todas las fuerzas de evangelización juntos: es decir, pastores, presbíteros, diocesanos, religiosos y laicos tenemos que preguntarnos en cada Iglesia local cómo tenemos que responder conforme al querer del Espíritu, y así, sí que vamos a encontrar fuerzas para atender nuestra presencia en la calle, en los márgenes, en la educación, en la sanidad, en el acompañamiento espiritual, en la predicación, en la catequesis. Hace falta más generosidad y cederle el mandato al Espíritu Santo.