22 de agosto de 2011
|
229
Visitas: 229
El pasado sábado 13 de agosto Pozo Cañada se llenaba de alegría con la ordenación al sacerdocio de un paisano, Diego López-Luján. Diego, de 44 años de edad, oriundo de Pozo Cañada, profesor de bioética teológica y médica en la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra de Santiago de los Caballeros, de República Dominicana. Desde hace más de cuatro años viviendo en ese país caribeño, compatibiliza la docencia y sus tareas universitarias con diferentes apostolados encomendados por el Arzobispo de Santiago de los Caballeros, Mons. Ramón Benito de la Rosa y Carpio.
– ¿Qué supone para ti la ordenación sacerdotal?
– La ordenación sacerdotal ha supuesto para mí en primer lugar un don; un don y una gracia de Dios que me ha concedido a través de mi arzobispo, confirmándose algo que yo sentía en lo profundo de mi ser desde hace muchísimos años. A la vez, tener y sentir esta gracia sacramental de Dios me hace asumir con mayor hondura y responsabilidad que como bautizado ya pretendía en mí vida: partirme y repartirme a los demás.
– ¿Cómo es Santiago de los Caballeros?
– Describir la realidad de Santiago nos llevaría mucho tiempo, pero brevemente decir que Santiago de los Caballeros es una ciudad, al igual que la República Dominicana, de personas alegres, a pesar de las grandes dificultades económicas, sociales y culturales que un gran mayoría sufren.
– ¿Qué tareas pastorales has estado realizando en Santiago de los Caballeros?
– Desde que llegué a la arquidiócesis de Santiago me incorporé al Seminario Mayor Santo Tomás de Aquino, recinto Santiago, para colaborar en la formación y acompañamiento de las vocaciones adultas al sacerdocio; además asumí, por indicación del Arzobispo, la asesoría de la Asociación de profesionales de la salud. En estos últimos meses como diácono he estado ejerciendo mi ministerio en la parroquia universitaria de Nuestra Señora de la Anunciación. En Estos últimos meses me he ido incorporando a la pastoral universitaria. Todo esto lo he ido armonizando con la formación humana y espiritual de un grupo de laicos, que albergan en su corazón trabajar, desde la “humildad óntica”, por difundir los valores del reino, la justicia, la paz… Todo ello, compaginado con la docencia y tareas universitarias.
– ¿De todo lo que realizas qué es lo más gratificante de tu tarea?
– Puedo decir que me siento un privilegiado porque todo lo que estoy haciendo la verdad es que me gusta y lo disfruto, pero lo que más me gratifica es encontrar espacios de soledad y silencio para estar junto a Dios Padre, cerrada la puesta como dice el evangelio. Son esos espacios de soledad y silencio los que me dan la fuerza, el coraje y la intrepidez para seguir hacia adelante en esta tarea desbordante que me llevo entre manos.
– ¿Cuál es la mayor dificultad que te encuentras en tu labor, antes como laico y ahora como sacerdote?
– La principal dificultad que me encuentro es la falta de tiempo, pero no para hacer todas esas tareas que desde la arquidiócesis me han encargado, sino para encontrar esos espacios de encuentro con Dios Padre en soledad y silencio, pues sin ellos es fácil perder el norte de lo que uno hace en la vida. Por ello, tengo que hacerme violencia a mí mismo para conseguir no perder esta “contemplación”.
– Estamos en la JMJ, un mensaje para la juventud.
– Ser verdaderamente libres. El concilio Vaticano II, nos dice que el ser humano ha sido dotado de libertad para así el ser humano pueda adherirse a Dios Uno y Trino y amar también a su prójimo como Cristo nos amó.