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13 de junio de 2009

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“HE VISTO LA AFLICCIÓN DE MI PUEBLO”

[fusion_dropcap color="var(--awb-color2)" class="fusion-content-tb-dropcap"]D[/fusion_dropcap]esde que estalló la crisis financiera, hombres y mujeres están llamando en número creciente a las puertas de nuestras Cáritas, de las parroquias, congregaciones religiosas y otras instituciones eclesiales, pidiendo que les ayudemos.

En su mensaje con motivo de la Festividad del Corpus Christi, Día de la Caridad, los obispos de la Comisión de Pastoral Social de la Conferencia Episcopal Española, de la cual forma parte el Obispo de Albacete, nos comunican que todas esas personas nos hacen experimentar como propios los sentimientos de nuestro Dios cuando dice ante su pueblo: “He visto la opresión de mi pueblo en Egipto, he oído sus quejas contra los opresores, me he fijado en sus sufrimientos” (Ex 3, 7).

• Conocemos los sufrimientos que está ocasionando la crisis en nuestro pueblo
Es una crisis que afecta a sectores cada día más amplios y cercanos, que no remite en intensidad y está aumentando los índices de pobreza. Así lo ponen de relieve los datos socioeconómicos y los sucesivos informes presentados por Cáritas Española.

Los alarmantes índices de desempleo, el creciente número de pequeñas empresas en quiebra y de trabajadores a los que se les acaba el subsidio, las dificultades de las familias para pagar sus hipotecas y otras deudas, y los desequilibrios emocionales y relacionales que eso genera, nos hace sentir el dolor humano en toda su crudeza y descubrir que estamos ante una grave crisis que no parece coyuntural, que está siendo de largo recorrido, y que no sólo afecta a personas sino que cuestiona también las estructuras mismas del vigente modelo social y económico.

Además se están produciendo cambios significativos en los rostros de la pobreza: Junto a los más vulnerables, como padres o madres que se han quedado solos con hijos a su cargo, personas mayores, familias inmigrantes reagrupadas y en paro, y desempleados sin protección social, aparecen familias y personas saturadas por las deudas que, seducidas por quienes les ofrecieron dinero fácil, pasaron del consumo por encima de las posibilidades a carecer de lo necesario.

• Detrás de la crisis financiera hay otras más hondas que la generan. Esta situación pone en evidencia una profunda quiebra antropológica y de valores morales. La dignidad del ser humano es el valor que ha entrado en crisis cuando no es la persona el centro de la vida social, económica, empresarial; cuando el dinero se convierte en fin en sí mismo y no en un medio al servicio de la persona y del desarrollo social.

Del mismo modo, cerraremos la crisis en falso si no afrontamos la crisis ética que la sustenta: Se ha perdido la confianza en las grandes instituciones económicas y financieras y en los sistemas que las regulan, debido a la irresponsabilidad y avaricia de algunos.

Por tanto, no podemos subestimar la crisis ni reducirla a una cuestión de ingeniería financiera: Detrás asoma el fracaso de esta sociedad del bienestar y de un modelo de desarrollo que, como ha puesto de manifiesto el VI Informe de la Fundación FOESSA, no ha logrado reducir las desigualdades ni disminuir la pobreza en los últimos quince años a pesar de ser años de gran desarrollo económico.

• Nuestra respuesta: Fundamentar nuestra convivencia en la comunión y la participación, llevando mutuamente la carga de los otros. La unión con Cristo y con todos a través de la Eucaristía.
Por otro lado, es admirable la generosidad que se está produciendo entre amigos y en las familias para afrontar esta situación, y la labor de miles de voluntarios que ayudan a las personas más afectadas y vulnerables, así como también el esfuerzo sincero de muchos hombres y mujeres del ámbito de la cultura, de la economía y la política por aportar respuestas concretas.

La crisis está siendo, a su vez, oportunidad para promover otro modelo social y económico más humano y justo y nos llama a todos a tomar conciencia no sólo de la responsabilidad de la comunión cristiana de bienes, sino también de la necesidad de la conversión personal y comunitaria, y de la revisión de las motivaciones y estilos que rigen en nuestras instituciones.

Estamos en un momento privilegiado para promover la comunión y la participación de todos, como nos propone Cáritas en este Día de la Caridad en su campaña “una sociedad con valores es una sociedad con futuro”.

Dejarse interpelar por la comunión conlleva salir de la indiferencia y del propio círculo de intereses e involucrarse personalmente en lograr una mayor justicia en la distribución de bienes, y la participación de forma activa en todos los ámbitos donde se pueden aportar ideas y acciones para mejorar y transformar la sociedad, supone también integrar a quienes habitualmente ignoramos por su realidad de marginación o exclusión.

La Eucaristía es sacramento de comunión y fuente de participación, pues como dice San Pablo, cuantos comemos del mismo pan formamos un solo cuerpo, y como expresa Benedicto XVI: “… La unión con Cristo es al mismo tiempo unión con todos los demás a los que Él se entrega”.