14 de enero de 2007
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La Iglesia española celebro en la jornada del domingo día 14, el Día de las Migraciones con el lema “44 millones de personas: una sola familia”. Esta Jornada de las Migraciones supone para todos una llamada de atención sobre este fenómeno social de palpitante actualidad. Dentro del fenómeno general de las migraciones, reviste la familia emigrante una especial importancia por el determinante papel que la misma ocupa en la vida de las personas, en la sociedad y en la Iglesia. En la emigración, la familia sufre por las especiales dificultades que vive, como separación, desarraigo, barreras de todo tipo para la reagrupación, aprendizaje del nuevo idioma, inculturación, adaptación al nuevo ambiente, integración en la comunidad de fe… estas y otras dificultades tiene que superar la familia cuando se ve, toda ella o alguno de sus miembros, sometida a abandonar su país e instalarse en un país extranjero.
Es obvio que no podemos conformarnos con celebrar una Jornada al año sobre una realidad que afecta a tantas personas y que está dando una nueva configuración a nuestra sociedad y a nuestra Iglesia. La Jornada ha de significar, más bien, un momento más intenso, una oportunidad más favorable para conocer más de cerca la realidad, para dejarnos interpelar por ella a la luz de la palabra de Dios, un nuevo punto de partida y una nueva motivación para nuestro compromiso como ciudadanos y como creyentes para todo el año.
Tarea de la Iglesia
Los inmigrantes católicos han de sentirse desde el primer momento en la Iglesia del país de acogida, en sus instituciones y organizaciones, como en su propia casa, en su familia, con los mismos derechos y obligaciones que los autóctonos y sus familias. El ideal es que lleguen a convertirse en sujetos activos, en la pastoral y la vida de la Iglesia local, plenamente integrados, conservando su carácter específico. Hacemos una especial invitación a las parroquias para que acojan con gozo a las familias inmigrantes, faciliten su progresiva integración en la vida parroquial y en sus estructuras organizativas, fomenten el conocimiento mutuo y la convivencia con las familias locales en orden a constituir una sola familia: la familia de los hijos e hijas de Dios.
Nuestra llamada se dirige también a la Escuela Católica para que sea abanderada en la noble y hermosa tarea educadora de la población escolar inmigrante. La Escuela es un marco privilegiado para el conocimiento y la verdadera integración de niños y jóvenes de diversa procedencia y, a través de ellos y de la propia escuela, de las familias de los inmigrantes.
Tanto la Parroquia como la Escuela Católica y las restantes instituciones eclesiales, comunidades cristianas, movimientos, asociaciones, etc. deben colaborar activamente en hacer realidad lo que afirma S. Pablo en Efesios “Ya no sois extranjeros, sino que ahora compartís con el pueblo santo los mismos derechos, y sois miembros de la familia de Dios”.
Todo lo anteriormente dicho en relación con las familias inmigrantes que son católicas, es aplicable, con los obligados matices, a las actitudes y comportamientos de las comunidades, instituciones, organizaciones y servicios de la Iglesia Católica con las familias cristianas de la tradición ortodoxa, protestante o anglicana. Somos hermanos en la fe, y ello ha de transparentarse en nuestros comportamientos fraternos.
También los demás inmigrantes no cristianos – creyentes de otras religiones o no creyentes – y sus familias son destinatarios de la misión evangelizadora y de los servicios de la Iglesia y de los cristianos. Todos han de ser objeto de la preocupación de la Iglesia y de sus desvelos de madre. A ellos han de ir destinados también los servicios de la Iglesia en el aspecto sociocaritativo, los de acogida y acompañamiento, o en el defensa de sus derechos. La Iglesia y todos sus miembros somos un importante factor en la tarea de la integración armónica de los inmigrantes y de sus familias en la para ellos nueva sociedad y, dado el caso, en el seno de la comunidad cristiana de su nuevo país.
Hacemos un llamamiento a los responsables de las administraciones públicas y a cuantas personas tienen asignada una tarea en relación con los inmigrantes y sus familias para que establezcan normas justas y medidas adecuadas, que defiendan y tutelen la dignidad y los derechos de los inmigrantes y de sus familias. Invitamos a todos los miembros de nuestra sociedad a ver a los inmigrantes y a sus familias no como una carga o un peligro, sino como una riqueza para nuestra sociedad y a acogerlos cordialmente, a servirlos como hermanos y a facilitarles su pacífica y enriquecedora integración. “Si no se garantiza a la familia inmigrada una real posibilidad de inserción y participación – nos dice el Papa en su Mensaje -, es difícil prever su desarrollo armónico”. Reconocemos el valioso servicio de tantas personas que, en las administraciones públicas, en las instituciones y organizaciones públicas y privadas, de la sociedad y de la Iglesia, en el voluntariado o individualmente, a los inmigrantes y a sus familias, tanto en la acogida y acompañamiento, como en el proceso de integración, y otros servicios. Les animamos a continuar en su trabajo y a no desfallecer ante las dificultades. Con el Papa animamos también a los Gobiernos de las naciones a la “ratificación de los instrumentos legales internacionales propuestos para defender los derechos de los emigrantes, de los refugiados y de sus familias”.