25 de marzo de 2008
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Coincidiendo con la solemnidad de la Encarnación del Señor, que este año se celebra el 31 de marzo, la Iglesia en España celebra la VII Jornada por la Vida, que es una invitación a la oración y a proclamar el valor sagrado de toda vida humana desde su comienzo en la fecundación hasta su fin natural. De esta oración debe brotar un compromiso decidido para vencer al mal a fuerza de bien, a la «cultura de la muerte» promoviendo una cultura que acoja y promueva la vida.
El misterio de la Encarnación del Señor nos invita a considerar la grandeza y dignidad de la vida humana. Como nosotros, el Hijo de Dios comenzó su vida humana en el seno de su Madre. (…)
Hace poco, la sociedad española se ha sentido conmovida por ciertas prácticas abortivas y la crueldad de los medios utilizados para ocultarlas. Esta realidad, que los obispos venimos denunciando desde hace años, ha suscitado de nuevo el debate sobre el aborto en nuestra sociedad.
Como ya dijimos, aun considerando como un gran avance el cese de la práctica ilegal del aborto, la acción genuinamente moral y humana sería la abolición de la «ley del aborto», que es una ley injusta. Juan Pablo II nos dijo en Madrid en 1982: «Quien negara la defensa a la persona humana más inocente y débil, a la persona humana ya concebida aunque todavía no nacida, cometería una gravísima violación del orden moral. Nunca se puede legitimar la muerte de un inocente. Se minaría el mismo fundamento de la sociedad».
Invitamos a los fieles a que eleven su oración al Señor para que ilumine la conciencia de nuestros conciudadanos, especialmente la de los políticos. Que el Dios de la vida les ayude a comprender y remediar el enorme drama humano que el aborto supone para el niño en el seno de su madre, para la propia madre, y para la sociedad entera. La ley del aborto debe ser abolida, al tiempo que hay que apoyar eficazmente a la mujer, especialmente con motivo de su maternidad, creando una nueva cultura donde las familias acojan y promuevan la vida. Una alternativa importante es la adopción. Miles de esposos tienen que acudir a largos y gravosos procesos de adopción mientras en España más de cien mil niños murieron por el aborto durante el año 2006.
Nos dirigimos ahora a los católicos para recordarles sus obligaciones morales y de conciencia. Ningún católico, ni en el ámbito privado ni público, puede admitir en ningún caso prácticas como el aborto, la eutanasia o la producción, congelación y manipulación de embriones humanos, La vida humana es un valor sagrado, que todos debemos respetar y que las leyes deben proteger.
No puede sostenerse que el aborto es inadmisible para un católico pero que esto no obliga al que no lo es. Al contrario, «el cristiano está continuamente llamado a movilizarse para afrontar los múltiples ataques a que está expuesto el derecho a la vida. Sabe que en eso puede contar con motivaciones que tienen raíces profundas en la ley natural y que por consiguiente pueden ser compartidas por todas las personas de recta conciencia». (…)
Por eso, si algún católico albergara dudas sobre este tema, debería acudir a la oración para pedir la luz del Espíritu Santo. También podrá informarse de las razones por las que la Iglesia sostiene, siempre con argumentos teológicos, filosóficos y científicos sólidos, el valor y la dignidad de la vida personal desde la fecundación hasta la muerte natural.
La vida es una realidad maravillosa que no deja de sorprendernos. Cuantos más datos nos proporciona la ciencia, mejor podemos comprender que la vida del hombre, creado a imagen y semejanza de Dios, es un misterio que desborda el ámbito de lo puramente bioquímico.
En su constante progreso, la ciencia afirma cada vez con más fuerza que desde la fecundación tenemos una nueva vida humana, original e irrepetible, con una historia y un destino únicos. Una vida que tiene que ser acogida, respetada y amada: «es compromiso de todos acoger la vida humana como don que se debe respetar, tutelar y promover, mucho más cuando es frágil y necesita atención y cuidados, sea antes del nacimiento, sea en su fase terminal». (…)