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12 de junio de 2011

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“Arraigados y edificados en Cristo, firmes en la fe”. Este es el lema elegido por el Santo Padre para la celebración de la Jornada Mundial de la Juventud, que tendrá lugar, Dios mediante, en Madrid el próximo mes de agosto. Entre otras cosas, este lema es una invitación para todos los jóvenes del mundo a vivir la experiencia del amor incondicional de Dios hacia cada ser humano y a renovar el don de la fe mediante el encuentro con el Señor resucitado y vivo en su Iglesia.

Tanto los jóvenes como los adultos necesitamos profundizar en esta experiencia del amor de Dios hacia cada uno de nosotros para llegar a la convicción de que nuestra existencia solo tendrá plenitud de sentido y meta segura, si la construimos sobre Jesucristo, piedra angular de la Iglesia y sólido fundamento de nuestra esperanza cristiana. En ocasiones, todos corremos el riesgo de acostumbrarnos a vivir la fe y olvidamos que, por pura gracia, hemos sido injertados en la vida de Cristo en virtud del sacramento del Bautismo y que estamos llamados a acoger, valorar y desarrollar con la fuerza del Espíritu Santo este incomparable regalo del Señor para crecer en la identificación con Él y para no conformarnos con una vida cristiana mediocre y rutinaria.

El Señor nos envía al mundo como Él fue enviado por el Padre, pues también el hombre de hoy, como el de otros tiempos, tiene necesidad de la salvación de Dios. El Espíritu Santo nos precede y acompaña en todo momento, por lo tanto, sin esperar los resultados de la acción evangelizadora, confiemos en la gracia del Señor que nunca nos faltará y esperemos con paz el cumplimiento de sus promesas.

Ahora bien, para vivir y actuar como auténticos discípulos de Jesús no es suficiente descubrir su amor incondicional a cada ser humano. Además de acoger en el corazón el amor de Dios, que siempre nos ama primero, los cristianos estamos invitados a permanecer en ese amor, que se nos revela a través de la Palabra y que se concreta en la entrega constante de Jesucristo por la salvación de la humanidad a través de los sacramentos. Solo podremos ser auténticos creyentes, si nos dejamos evangelizar, si aceptamos de buen grado ser renovados y transformados interiormente mediante el encuentro y la comunión con Cristo en la oración, en las celebraciones litúrgicas y en el ejercicio de la caridad.

Es necesario anunciar la Buena Noticia no solo a los alejados, sino también a muchos bautizados que permanecen cerrados a la trascendencia y olvidan su servicio y entrega al prójimo. De hecho constatamos que se incrementa el número de los que se confiesan creyentes, pero viven al margen de Dios. Ofrecen culto a los ídolos del dinero, del placer y del poder, alejándose inconscientemente del Dios verdadero y de la Iglesia que los engendró a la fe. Se confiesan creyentes, pero viven al margen de Dios. No se preguntan por el sentido de la existencia y son presa fácil del relativismo y del subjetivismo, porque tienen miedo a confrontarse con la Verdad y les da pánico tener criterios propios y ser distintos a los demás. El ambiente de indiferencia religiosa, la secularización de la sociedad, el culto a la personalidad y la superficialidad de nuestro tiempo han hecho posible que algunos bautizados intenten vivir su fe en Dios sin renunciar a los criterios del mundo. Prefieren vivir instalados en la autosuficiencia y en un estéril individualismo religioso a participar en las actividades evangelizadoras de la comunidad cristiana.

Para llevar a cabo esta misión evangelizadora no sobra nadie. Es más, el Señor y la Iglesia necesitan y esperan la participación consciente y responsable de todos los bautizados. Por ello, en esta solemnidad de Pentecostés, en que recordamos los primeros pasos de la Iglesia y celebramos el día del Apostolado Seglar y el de la Acción Católica, queremos invitaros a todos los militantes cristianos de los movimientos apostólicos y a quienes no pertenecéis a ningún movimiento o asociación laical a que sigáis participando, arraigados en Cristo Jesús y siendo sus testigos, en esta nueva evangelización desde una profunda renovación espiritual y desde una sincera conversión al Señor.

Dejemos que el “fuego” y el “viento huracanado” del Espíritu Santo nos purifiquen interiormente y nos empujen con fuerza hasta los últimos rincones de la tierra para ser testigos valientes de la resurrección de Jesucristo.