16 de enero de 2008
|
96
Visitas: 96
«NO CESÉIS DE ORAR»
(…) Animamos a todos a ser testigos del amor de Cristo y a orientar este testimonio particularmente en favor de la vida humana, amenazada por las desgracias naturales, las graves enfermedades contagiosas y aquellos males que son causados por el desorden moral que genera el pecado, como la insolidaridad y la injusticia social, la explotación sin escrúpulo de los seres humanos, el terrorismo y las guerras. Una amenaza que se cierne sobre la vida y que, en nuestros días, está adquiriendo una gravedad no conocida por la práctica del aborto y el infanticidio, la manipulación de la vida embrionaria y su destrucción. (…)
Cuando los cristianos dan unidos testimonio de Cristo se abre camino el Evangelio predicado por la Iglesia y retrocede el grave mal de nuestro tiempo que es el relativismo moral, que tanto contribuye a apartar a las personas y las sociedades del camino abierto por la predicación del Evangelio de Jesucristo. La norma de una vida regida por los verdaderos valores evangélicos es la fidelidad a los mandamientos de la ley divina y el seguimiento de Cristo por la senda evangélica de las bienaventuranzas.
Un ecumenismo espiritual alimentado por la oración constante de los cristianos y de las Iglesias
El ecumenismo, sin embargo, no podrá avanzar hacia su propio objetivo si cada uno de los cristianos y todos en la comunión de las Iglesias no unieran su plegaria a la de Cristo, el Mediador único de todos los hombres, para implorar al Padre de las misericordias la unidad visible de la Iglesia una y santa. Sin la oración incesante se desdibuja y se pierde el camino hacia la unidad visible. Hay un ecumenismo espiritual que ha contribuido de modo decisivo al reencuentro de las Iglesias, y todos los cristianos han de hacer cuanto esté de su mano para fortalecerlo.
La oración de cada cristiano y cada Iglesia es el alimento del avance hacia la unidad visible. Fue este convencimiento el que inspiró la introducción del Octavario por la unidad que, cien años después, se ha convertido en una práctica puntual en cada mes de enero, año tras año. No podemos olvidar que esta oración incesante y sostenida ha salvado situaciones de dificultad cuando el desaliento ha cundido en la marcha del ecumenismo. Durante su celebración todas comunidades cristianas están llamadas a orar por la unidad: las comunidades parroquiales y las de vida consagrada, los movimientos y sectores pastorales de la vida de la Iglesia.
(…) A todos les recordamos que la necesidad de orar sin desmayo es exhortación y voluntad de Cristo, que a todos nos ha dado ejemplo supremo de comunión con Dios su Padre en la oración que le sostenía en fidelidad a su misión, uniendo su voluntad a la voluntad del Padre. Así lo enseñó a sus discípulos entregándoles la oración del Padrenuestro: “Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo” (Mt 6,10); y con aquellas otras y definitivas palabras suyas con las que aceptó su pasión y cruz: “Padre si es posible, pase de mí este cáliz, pero no se haga mi voluntad sino la tuya” (Mc 14,36). Hemos de suplicar del Señor de la Iglesia su unidad visible y confiar a su bondad y providencia la inspiración para hacer en cada momento aquello que convenga al reino de Dios y su presencia en la Iglesia.