14 de junio de 2008
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Tu ´cruz´ X ayuda directa para dentro
y fuera de los muros del templo
Entre los cincos mandamientos de la Santa Iglesia aprendimos de niños aquello de “pagar diezmos y primicias…” En la nueva redacción de los catecismos quedó lo de “Ayudar a la Iglesia en todas sus necesidades…” Hoy tendríamos que decir que, dentro de este mandamiento, entre otras cosas, está el poner la cruz en la casilla de la declaración de la renta.
No es raro encontrar en el aire esta pregunta entre todos aquellos que quieren pasar por alto la cruz de la casilla: ¿Por qué hay que ayudar a la Iglesia? Si la Iglesia es muy rica. Además ¿para qué sirve? Yo quiero que mi dinero vaya a cosas más útiles o en favor de los pobres.
¡Vaya por Dios! Siempre el mismo tópico. La Iglesia es rica, el oro del Vaticano, sus tesoros… Supongamos que así fuera, pero todos esos tesoros son patrimonio de la humanidad. ¿Qué pueblo estaría dispuesto a vender la corona de siglos de la Virgen su patrona? ¿No sería como arrancarle un trozo de su alma, de su historia?
Lo que importa es ver esas parroquias pobres, esos tejados ruinosos, esas casas rectorales que necesitan arreglos, los salones parroquiales que necesitan ser conservados. Además está la luz que hay que pagar, los sacerdotes que tienen que comer, el seminario, las casas de formación que hay que mantener. ¿De dónde puede salir todo esto, si no es de la ayuda y generosidad de los cristianos? Además esos ´tesoros´ que tenemos, coronas, retablos, imágenes, ¿no hace falta mucho dinero para conservarlos con toda responsabilidad para el disfrute de todos?
La segunda objeción ¿Para qué sirve la Iglesia? Para saber esto hay que empezar por ver todo aquello que se realiza dentro de sus muros. Las celebraciones litúrgicas por las que pasan ocho millones de personas semanalmente, tanta gente desde que nace hasta que se muere; la formación cristiana y humana de niños y jóvenes en sus catequesis; la formación de padres, de novios; la atención y ayuda a los inmigrantes, a los enfermos… Y fuera de los muros del templo, qué cantidad de cosas hace la Iglesia en los colegios, hospitales, residencias de ancianos, centros a disminuidos; acciones solidarias a través de los voluntarios de Cáritas, de Manos Unidas, de tantas ONGs propias de la Iglesia. Y si salimos de nuestras fronteras, cuánto hace la Iglesia con sus misioneros en los países del tercer mundo. Habría que estar ciegos para no querer ver lo que la Iglesia hace en favor de los pobres.
Se dice que una cosa no se aprecia hasta que no se pierde. Habría que preguntar a los países que vivieron durante setenta años la tiranía del comunismo ateo cuánto perdieron con la desaparición de la Iglesia. Habría que ver cuántas cosas buenas llegan a un lugar cuando los misioneros se hacen presentes por primera vez allí; habría que ver cuántas cosas hermosas florecen en aquellos lugares donde se hace presente la Iglesia.
¡Qué duró se hace, por tanto, el poder encajar que un cristiano cogido por falsos prejuicios, cierre los ojos y deje en blanco la casilla de ayuda a la Iglesia en su declaración de la renta!