5771

5771

25 de julio de 2010

|

168

Visitas: 168

(Crónica de una semana de oración en Taizé) 

Siempre es complicado ponerse delante del papel, blanco, inmaculado, esperando a ser llenado con grandes historias. Pero es todavía más complicado cuando lo que cuentas no son historias, sino realidad. Una realidad tan palpable y pura por la que da miedo escribir, temiendo ser imposible regalar una idea de lo que es esa perfección. Porque, tal vez, cuando vivimos algo tememos que pierda su magia cuando hablamos de ello. Pensamos que hay que vivirlo para saberlo, que hay que sentirlo para conocerlo.

Pero, ¿y toda esa gente que por ciertas razones no haya tenido la oportunidad? Tal vez al leerlo puedan sentirlo como todos y cada uno de los que estuvimos allí. Ahora soy yo la que siente la necesidad de compartir algo que, desde siempre y para siempre será mi paraíso. El límite que marcó mi antes y mi después. Y, como para mí,… lo viene siendo para mucha, mucha gente.

¿Quieres sentir lo que alguien en Taizé desde el principio?

Venir a Taizé es ser invitado a una búsqueda de comunión con Dios por medio de la oración, el canto, el silencio, la meditación personal y el compartir.

Cada uno está aquí para descubrir o redescubrir un sentido a su vida y para retomar aliento. Estar en Taizé significa también prepararse para asumir responsabilidades al regresar a casa, en vistas a ser portador de paz y de confianza.

Quienes vienen a Taizé son recibidos por una comunidad de hombres comprometidos para toda su vida siguiendo a Cristo, en la vida común, en el celibato, y en una gran sencillez de vida.

Así es como comienza todo. Siendo acogidos y bienvenidos. Pero por supuesto esto lo encontrarás en Español, pero también en Polaco, en Alemán, en Inglés, en Francés, en Holandés…y en todas las lenguas que puedas imaginar y aquellas que ni sabías que existían. Porque en este paraíso terreno hay cabida para todos aquellos que quieran, sean de donde sean y hablen el idioma que hablen. Sin olvidar que allí compartes tu fe cristiana, con católicos, protestantes, ortodoxos…Uno de los grandes objetivos de Taizé, unir y hermanar las ramas del cristianismo, obviando divisiones y diferencias, apreciándolas como un signo de igualdad. Sabiendo que en nuestras diferencias, algo nos une y somos similares.

Porque Taizé es compartir, es disfrutar, sonreír. Taizé es confiar.

Y fue justamente eso, la confianza, lo que movió al Hermano Roger, su creador, a creer en aquel pequeño proyecto que hoy es Taizé. Aquellas pequeñas tiendas de campaña que en su día alojaban a decenas de jóvenes, se han convertido en metros y metros cuadrados de sonrisas, felicidad y ayuda que ahora comparten miles de jóvenes (¡cada semana del año!)

Peregrinación de confianza a través de la tierra. Eso, entre otras tantas cosas, es Taizé. Su raíz, su flujo.

Un camino por todo el mundo que no sólo se queda en una pequeña aldea de Francia, si no que crece y viaja.

La vida sencilla que jamás pudiste imaginar, sin tecnología, sin grandes comidas, ni lujos… está allí. Y entonces descubres cómo es el ser feliz. Qué necesitas y qué está de más.

Te abres al amor más grande y dejas que te lleve. Confías y te dejas sorprender.

Esperas entenderte con otras lenguas y es entonces cuando te das cuenta que la razón de encontrar a tan grandes personas no ha sido el saber su idioma… no. Todo lo grande lo has encontrado por algo enorme, algo más allá del saber expresarse o hacerse entender.

Sientes que te entienden no gracias a tu idioma si no por ser tú, sin más. En Taizé no hay mascaras.En Taizé son las personas las que se conocen unas a otras, no las fachadas.

Te pones al servicio de los demás con lo que tienes y lo que eres, y, de veras, eres valorado.

Incluso limpiando retretes, preparando la comida, lavando platos o permitiendo que los demás descansen a una hora apropiada… sientes que de verdad eres útil. Todo el que está allí está al servicio de la comunidad. Todos trabajamos para todos. No puedo pasar sin hablar de uno de los ‘’trabajos’’ (si se puede llamar así) que ofrece Taizé, el que este año ha sido el mío. Cuidar de los niños pequeños de las familias que acuden a Taizé. ¡Por supuesto, Taizé no sólo está enfocado a jóvenes de apariencia, también de espíritu! Y a todas las personas que en familia, en compañía de sus pequeños, acuden allí, que dejan conocer a sus hijos, desde muy pequeñitos, el espíritu de Taizé.

Jamás pensé que personitas tan pequeñas pudiesen dar tanto a cambio de tan poco. Porque un niño te sonríe aunque no sepa ni el idioma en que hablas, te abraza sinceramente sin importarle todo lo demás. Cuando llora y le calmas con un abrazo te das cuenta que es el pequeño bebé quien realmente te está ayudando a ti.

Sin duda, es increíble estar con bebés de todas partes y ver cómo sus familias, sin si quiera conocerte, confían en que estarán bien contigo y te agradecen el haberles cuidado, cuando en realidad eres tú quien tiene que agradecer tanto cariño regalado incondicionalmente y que recordarás para siempre.

Además Taizé da la oportunidad de compartir con gente de tu edad experiencias y vivencias que se relacionan con pasajes de la Biblia. Y es ahí cuando te das cuenta que para Él no hay casualidades. No acabas en un grupo por mero azar. Ahora lo entiendo todo.

‘’Está escrito’’.
Descubres que la importancia de la oración no se esconde tan sólo en los silencios, que por supuesto te dan grandes momentos para ti, para descubrirte y descubrirle… pero también se encuentra en las relaciones. En los ratos de charla, en los ratos de bailes, cantos y fiesta. Una fiesta entendida de otra manera. No de la manera en que alguien de 18 años hoy en día, concibe el momento ‘’fiesta’’.

Allí es una fiesta sana, que llena mucho más que otra más materialista. Fiesta compartiendo tus canciones tradicionales, enseñando bailes… y de nuevo te das cuenta de lo sencillo y lleno a la vez que puede ser todo si se quiere de verdad.

Debo admitir que, como todo el mundo, tengo mis prejuicios y, al haber sido éste año mi segunda vez allí, me fue inevitable al principio el comparar ciertos momentos, pero, como siempre… se abren los ojos y el corazón. Todo, sin saber cómo ni por qué, comienza a tomar forma, y como un pequeño trozo de arcilla, desigual al principio, termina por ser una perfecta vasija… las cosas terminan siendo lo que necesitabas que fuesen. Lo que Él sabía que necesitabas que fuesen.

Más que nunca he empezado a aprender que para Dios no existen las casualidades. Hay un momento y un lugar. ¡Y no puedes imaginar lo increíble que es encontrar a alguien que, o de una ciudad cercana, incluso la misma, o realmente alguien que vive realmente lejos, esté otro año contigo, compartiendo algo tan especial!

Todo sucede por una razón.

He aprendido tantas cosas, que ni citando un poco de cada una puedo crear una pequeña idea… Pero, sobre todo, he aprendido que es importante saber el hecho de ‘’No querer que las cosas pasen, sino querer las cosas que pasan”.

La entrega y la disposición, la confianza, el respeto y las ganas son algunos de los fuertes pilares que se necesitan para una pequeña introducción a la verdadera vida.

Sin duda, en Taizé todo se forja de una manera diferente. Pero hay algo todavía más importante y es que ni nosotros podemos quedarnos allí para siempre, ni Taizé puede quedarse allí para siempre… Taizé tiene que venir con nosotros, en nuestro día a día, en cada momento bueno o malo. Es una fuente de la que beber, una gran fuente, pero nosotros somos los encargados de llevar su agua al mundo.

También he aprendido que así como nosotros somos parte del mundo, cambiando nuestro metro cuadrado, ayudándolo, haciéndolo crecer y mejorar, estamos cambiando el mundo entero, de verdad. El mundo gira porque nosotros lo movemos.

Porque Dios quiere que seamos nosotros los que lo hagamos girar.

Taizé, una peregrinación de confianza que empieza nueva cada año, pero que nunca termina.