24 de mayo de 2011

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El escaparate más vistoso de las múlti­ples actividades de la Iglesia católica es el de la caridad y la asistencia a las per­sonas necesitadas. Ciertamente el ejerci­cio del amor al prójimo está en el mandato de Cristo a sus seguidores. Si la Iglesia es la familia de los hijos de Dios en este mundo, parece lógico que no debe haber en ella nadie a quien le falte lo necesario.

Para poner en práctica la caridad se ne­cesita una mínima organización y un presupuesto que permita disponer de re­cursos y medios con los que anunciar a los hombres la Buena Noticia de la sal­vación y hacerse presente entre los hom­bres haciendo creíble el amor de Jesucristo a los hombres. Pero administra sus recursos con una gestión sobria y prudente para poder dedicar la mayor parte a los necesitados.

4.500 centros asistenciales prestan asis­tencia a casi tres millones de personas carentes de recursos: 86 hospitales, 55 ambulatorios o dispensarios, casas para atender a ancianos, enfermos crónicos, inválidos o minusválidos, casi doscientos orfanatos o centros de tutela de la infan­cia, 237 guarderías, 178 consultorios fa­miliares y centros de defensa de la vida y la familia, 68 centros para víctimas de la violencia y atención de ex prostitutas, 53 centros de asesoría jurídica, 272 de pro­moción de trabajo, casi mil quinientos para mitigar la pobreza, 639 para asis­tencia de emigrantes y refugiados prófu­gos, 19 de educación para la paz, 221 culturales y artísticos, 78 de rehabilita­ción de drogadictos, 10 de formación política, y un largo etcétera.

En tiempos de acentuada, y segura­mente prolongada, crisis económica, ¿sería capaz el Estado de prescindir de las mencionadas aportaciones, sobre todo si tenemos en cuenta la acogida amorosa con que los necesitados son ayudados?