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30 de noviembre de 2014

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  • Ángel Moreno de Buenafuente del Sistal ha estado en la Diócesis de Albacete, esta vez en la Parroquia de las Angustias, para dar una conferencia sobre “Orar con los sentidos”. Porque para hablar con Dios no podemos prescindir de nuestra corporeidad.

Ángel Moreno es capellán y párroco del Monasterio de Buenafuente del Sistal y de las parroquias rurales del entorno; vicario episcopal para la Vida Consagrada de la Diócesis de Sigüenza-Guadalajara; doctor en Teología Espiritual y autor de numerosos libros de espiritualidad.

¿Es esto posible, Ángel, orar con los sentidos?
Santa Teresa de Jesús decía que no somos ángeles, por tanto, una persona, si quiere tener una relación espiritual no puede prescindir de su corporeidad, y si lo intenta, hace una cierta aberración. Para hablar con Dios, para tener una relación trascendente y espiritual, no tenemos otra posibilidad, -pues somos humanos-, que hablar como humanos y tratar como tales con este cuerpo que Dios nos ha dado.

¿De dónde parte para su investigación sobre los sentidos?
En la Sagrada Escritura encontramos una serie de elementos que nos están diciendo que necesitamos lo visible, la experiencia tangible, acústica, gustativa, el olfato –los cinco sentidos-, para ser testigos y dar razón de la verdad teologal espiritual. La bendición de Isaac a su hijo Jacob –este pasaje ha sido casi el despertar de mi investigación en los cinco sentidos, que además está plasmado muy bien en un cuadro de José de Rivera en el Museo del Prado-; el relato de aquella mujer, en Betania, que rompe un frasco de perfume en los pies de Jesús, que enjuga, los besa…; la parábola del Hijo Pródigo, cuando el Padre ve al hijo venir, lo abraza, lo besa, le pone un traje nuevo, le da un banquete, se oye la música. Qué cosa tan curiosa: textos tan fundantes, que nos traen los cinco sentidos y como elemento común, un banquete.

Explica Ud. que la liturgia y la eucaristía están colmadas de la provocación de los cinco sentidos.
Sí: la Palabra, la Comunión, el abrazo de paz; cuando hay una ceremonia especial, flores e incienso… pero es que además sólo podemos guardar en la memoria aquello que hemos percibido por los sentidos: uno se acuerda de lo que ha visto, de lo que ha tocado, de lo que ha olido, de lo que ha sentido. Si uno no tiene experiencia corpórea, corporal, no tiene memoria. Entonces, para tener experiencia espiritual tenemos necesidad también de la memoria corporal. Y es el mandato principal: las palabras que te digo las guardarás en la memoria y se las dirás a tus hijos estando en casa y yendo de camino, acostado y levantado.

Y una vez percibido por los sentidos, lo que se queda grabado en la memoria es muy útil.
Puede servir también en tu experiencia personal como referentes despertadores para una posible situación difícil, porque para esto es la buena memoria: cuando uno pasa por la noche, por la oscuridad, puede creer que todo se ha acabado, pero si tú guardas una memoria de algo que te ocurrió, igualmente real e histórico, entonces, al menos, relativizarás la noche, pues si tú viste la luz, no podrás decir que todo es noche. Pero además, los sentidos tienen otra dimensión, y es que autentifican la experiencia.

¿Autentifican además la experiencia?
Dice San Juan, en la primera carta: lo que hemos visto, lo que hemos oído, lo que hemos palpado con nuestras manos, el Verbo de Vida, os lo anunciamos. Porque es la forma de dar a entender que no me lo estoy imaginando, que no es un sentimiento subjetivo, que no es una realidad que yo me invento: lo he visto, lo he oído, lo he palpado. Nosotros, que hemos comido y bebido con él; nosotros, que lo hemos visto y oído. Son al menos dos testigos, por eso, gustad y ved qué bueno es el Señor.

¡Cómo sería la mirada de Jesús, cuando le dice a uno: Ven y sígueme, y se va con él!
Santa Teresa de Jesús nos dice: No os pido ahora que hagáis grandes lucubraciones; no os pido más que le miréis. Mirad que no está esperando otra cosa, sino que le miremos. Pues si podemos mirar cosas tan feas, ¿Por qué no mirar ésta tan hermosa? Santa Teresa dice: yo tengo certeza de que es él, y tengo certeza de que él me mira. Es una experiencia de presencia, de estar sabiéndote que te mira: Miren que les mira, dice a sus monjas. La mirada del Señor te envuelve como una especie de abrazo. Te sientes no solamente mirado exteriormente: es una mirada interior y esto es lo que también nos hace esta llamada corpórea del exterior al interior. Los ojos del alma, el oído del corazón, decimos. No somos, por tanto provocadores sensualistas, sino que somos despertadores de los sentidos interiores.