7 de abril de 2013

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Juan Rubio es el director de la Revista Vida Nueva, líder en información religiosa. Es de Jaén y conoce “el frío de esta tierra y la calidez del corazón de la gente de Albacete”, pues como sacerdote estuvo aquí hace unos 20 años, en la Sierra del Segura. Recientemente nos ha visitado, para participar en el curso de formación de profesores de Religión, en torno a la plena vigencia del Concilio Vaticano II y la necesidad de conocer y asumir todos, cada uno en su labor, -en especial los jóvenes, “que se entusiasmarían”-, su vital aportación a la Iglesia como luz de las gentes.

PREGUNTA. En este Año de la Fe celebramos el 50 Aniversario del Concilio Vaticano II. En el Plan Diocesano de Pastoral “Nos renovamos para evangelizar”, y toda la Iglesia, nos referimos al Concilio. ¿Por qué esta vigencia?
RESPUESTA. Porque está más joven que nunca y creo que es importante que hoy vivamos de la fuerza, del espíritu y de la letra de aquel acontecimiento eclesial. Después de su celebración, el Papa Pablo VI dijo que el concilio ha sido el momento en que la Iglesia se ha puesto a ser samaritana y se ha acercado al hombre que sufre. No olvidemos que tuvo lugar en los años en que Europa estaba en un vacío terrible, levantándose de la ruina tras la guerra mundial. Con el concilio, la Iglesia se acerca al hombre que sufre para darle una razón de vivir y de esperar; para amarlo y curar las heridas, también para ofrecer una luz para aquellos que habían ido perdiendo la fe; tanto a los alejados como a los no creyentes.

P. Fue ese gran vendaval de aire fresco que entró en la Iglesia, renovando sus instituciones.
R. Sí. Renovó la Iglesia por dentro, ya desde entonces no fuimos los mismos. Después, sus instituciones, como cuando abres una casa y se ventilan. Y también nos ayuda a renovar nuestra percepción del mundo, a amar intensamente el mundo. Sus cuatro grandes constituciones venían a ello.

P. De cara a los jóvenes, ¿cómo podemos ayudarles a conocer todo lo que supone el concilio?
R. Es importante que lo conozcan. Yo siempre les pongo este ejemplo: tomar el concilio y el Evangelio como los dos grandes programas que hay que poner en el ordenador y después, reiniciarlo, para que se vayan los virus y se actualice con la Palabra del Señor y con los documentos del concilio, pero sobre todo, con el espíritu de la Iglesia que quiere siempre renovarse, bebiendo en la Palabra de Dios y en la tradición de la Iglesia, que en el concilio tiene un punto importante. Creo que los jóvenes se entusiasmarían con él, por eso he escrito un libro, Hubo una vez un Concilio. Es como un elixir: todos hemos de acudir a las aguas y al espíritu de los textos del concilio, para rejuvenecernos, aprendiéndolos y asumiéndolos, cada uno en particular.

P. ¿Cuál ha sido la aportación más importante del concilio?
R. A simple vista, que la misa es en castellano, no en latín; que se hace de cara a la gente y no de espaldas… pero esto no es lo más importante. Lo fundamental es que la Iglesia empezó a pensar en lo que es ella misma, como pueblo de Dios, no como la cúspide de la pirámide en la que arriba está el Papa, después los cardenales, los obispos y al final el último sacristán. No. Todos, el pueblo entero de Dios camina y cada uno tiene una misión, pero vamos todos caminando y Cristo es el que está a la cabeza, quien nos lleva a todos. Desde ahí, el concilio nos puso el escenario para que nosotros nos moviéramos, donde nadie es más ni nadie es menos: todos sirven a este gran pueblo de Dios en la Iglesia, en su caminar hacia el Reino.

P. ¿Puede describirnos brevemente cuáles son las cuatro grandes constituciones del concilio?
R. Las cuatro grandes constituciones desarrollan lo más fundamental que tenemos los cristianos. Imaginemos una percha que tiene una base de la que salen tres brazos. Pues la base fundamental es la constitución sobre la Iglesia, Lumen Gentium (Luz de las gentes), es decir, qué es la Iglesia, pueblo de Dios que peregrina, y de ahí salen tres brazos: la Iglesia que escucha la Palabra de Dios, Dei verbum; la Iglesia que celebra la fe, la Sacrosanctum Concilium, y la Iglesia que vive en el amor, la Gaudium et spes (los gozos y las esperanzas). Esos cuatro documentos están ensamblados perfectamente. Después, tenemos los decretos conciliares.