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30 de abril de 2007

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Los movimientos especializados de Acción Católica para la evangelización del mundo obrero, JOC (Juventud Obrera Cristiana), MTC (Mujeres Trabajadoras Cristianas) y HOAC (Hermandad Obrera de Acción Católica), en esta celebración del día internacional de la Clase Obrera, nos sentimos hermanos solidarios de todos los hombres y mujeres que, desde su realidad de trabajo o desempleo, albergan la esperanza de que un mañana distinto es posible, y hacemos especialmente presentes a aquellos que con más dureza experimentan el desprecio que este sistema económico y social tiene por la dignidad del ser humano.

Avanza el siglo XXI y constatamos con preocupación que las aspiraciones históricas del mundo obrero tienen cada vez menos cabida en este mundo cruelmente globalizado por la economía. El neoliberalismo se nos sigue imponiendo como único sistema económico y cultural, y procesos supuestamente políticos como la construcción de Europa profundizan en estructuras de capitalismo cada vez más salvaje. A través de sus medios de comunicación se adormecen las conciencias: ¿cuántas personas conocemos las consecuencias que normativas como la Constitución Europea o la Directiva Bolkenstein tendrán para los derechos de los trabajadores y las trabajadoras?

En lo más cercano podemos comprobar cómo, en España, es especialmente preocupante la situación generada por los constantes cierres de empresas debidos a la política generalizada de deslocalización. Casos como los de “Delphi”, en Cádiz, “Mildred”, en Huesca, o “Vitelcom”, en Málaga, hablan de cómo decenas de miles de familias quedan directa o indirectamente desprotegidas ante las grandes empresas que, buscando únicamente el máximo rendimiento económico, desplazan su producción a países donde los trabajadores son más fácilmente explotados, abaratando así sus costes. Así mismo, es completamente injustificable la constante sangría de la siniestralidad laboral.

Y todo ello a pesar de las últimas iniciativas legislativas de carácter social llevadas a cabo, que valoramos positivamente, pero que no terminan de llevarnos hacia una transformación real de las relaciones laborales, se quedan en meras reformas que repercuten en las grandes estadísticas, pero no en la vida real de las personas. Sirva como ejemplo la última Reforma Laboral aprobada, que ha hecho crecer el número de contratos indefinidos a costa de flexibilizar sus condiciones, haciéndolos más atractivos para el empresario, pero inestables e insuficientes para el trabajador que busca la seguridad de un empleo fijo.

Esta precariedad tiene una especial repercusión entre los jóvenes, que vemos cómo se les cierran las puertas de la emancipación al ser materialmente imposible acceder al derecho a una vivienda en condiciones dignas. Asimismo, la realidad que se está viviendo en el mercado inmobiliario coloca a las familias en una situación de verdadera asfixia, por el peso de unas hipotecas que se hacen eternas para poder afrontar los precios indecentes que se están alcanzando a costa del enriquecimiento fácil y la ganancia inmoral de unos pocos.

Tampoco podemos olvidarnos de la brecha cada vez mayor que sigue separando a los países del norte y del sur, que continua forzando a hombres y mujeres desesperados a embarcarse en la inmigración, tanto legal como ilegalmente, dejándonos situaciones sangrantes y dramáticas como las que el pasado verano se vivieron en las costas de Canarias y Andalucía.

En este contexto, la buena noticia de Jesús, el obrero de Nazaret, sigue teniendo una extraordinaria fuerza profética y revolucionaria, pues la escala de valores que nos propone subvierte de raíz el orden establecido. La Iglesia, a través del testimonio de compromiso de tantos y tantos militantes empeñados en la construcción de un mundo sustentado en la igualdad y la justicia, sigue sembrando el mensaje de amor universal que está en el fondo de toda su fe. Hoy más que nunca tiene vigencia todo el contenido de su Doctrina Social, y es urgente recuperar intuiciones como las del Concilio Vaticano II cuando afirma que “el hombre es el autor, el centro y el fin de toda vida económico-social”, y que “el trabajo humano[…] es muy superior a los restantes elementos de la vida económica, pues estos últimos no tienen otro papel que el de instrumentos.” (Gaudium et spes nº 63 y 67 –1965-) Y hoy más que nunca se hace necesario que los creyentes nos impliquemos activamente, junto con nuestros hermanos de trabajo, en la radical defensa de la dignidad de cada ser humano como hijo de Dios, y ayudemos a que se viva cada vez más en nuestras comunidades cristianas.

Desde esa fe y esa confianza en que el tiempo dará la razón a los que ahora son olvidados por las estructuras, somos capaces de ver cómo también a nuestro alrededor se ponen en marcha iniciativas para trabajar en favor de otro futuro posible. Vemos cómo cantidad de gente, que entiende la esperanza como una espera activa, sigue fomentando de manera organizada la concienciación y la lucha. Todas las movilizaciones en torno al conflicto de la vivienda, o aquellas en solidaridad con los trabajadores afectados por el cierre de empresas, demuestran que aún hay hombres y mujeres dispuestos a no dejarse engañar por el ambiente dominante de enfrentamiento y crispación política que mira para otro lado.

La cercanía de las elecciones municipales y autonómicas nos recuerda la necesidad de participar coherentemente en la vida política, sin olvidar que sigue siendo imprescindible profundizar en el sentido real de la democracia, que no limite nuestro papel al de meros votantes ocasionales, sino que favorezca la implicación de todos en la vida social y política.

Por todo ello, como Iglesia encarnada en el mundo obrero, nos sumamos a la celebración universal del 1º de mayo, y os animamos a que os unáis a los actos que con este motivo convocan las organizaciones de trabajadores.

1º de mayo de 2007