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18 de noviembre de 2018

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“Este pobre gritó y el Señor lo escuchó” es el lema que ha elegido el papa Fran­cisco para la II Jornada Mundial de los pobres, que hoy se celebra. 

«Las palabras del salmista se vuelven también las nuestras a partir del momento en que somos llamados a encontrar las di­versas situaciones de sufrimiento y margi­nación en las que viven tantos hermanos y hermanas, que habitualmente designamos con el término general de pobres» —explica el Santo Padre— señalando que quien escri­be tales palabras, a pesar de tener una expe­riencia directa de la pobreza, «la transforma en un canto de alabanza y de acción de gra­cias al Señor».

Escuchar a los pobres

Por otra parte, el Papa destaca tres verbos fundamentales, contenidos en la lectura de este salmo, que ayudan a comprender la ac­titud del pobre y su relación con Dios: gritar, responder y liberar.

En primer lugar, «gritar» porque la con­dición de pobreza «no se agota, en una pa­labra, sino que se transforma en un grito que atraviesa los cielos y llega hasta Dios». Un grito que expresa sufrimiento, soledad y desilusión pero, al mismo tiempo, «esperan­za», ya que pide ser escuchado.

«¿Cómo es que este grito, que sube hasta la presencia de Dios, no alcanza a llegar a nuestros oídos y nos deja indiferentes e im­pasibles?» —plantea el sucesor de Pedro— señalando que, por ello, en esta Jornada, «es­tamos llamados a hacer un serio examen de conciencia para darnos cuenta si realmente hemos sido capaces de escuchar a los po­bres».

Responder a los pobres
El segundo verbo propuesto por el Papa es «responder» ya que, tras escuchar el gri­to del pobre que sufre, es necesario dar una respuesta concreta.

«El Señor —dice el salmista— no sólo es­cucha el grito del pobre, sino que responde. Su respuesta, como se testimonia en toda la historia de la salvación, es una participación llena de amor en la condición del pobre» —continúa explicando Francisco— aña­diendo que la Jornada Mundial de los Pobres «pretende ser una pe­queña respuesta que la Igle­sia entera, extendida por el mundo, dirige a los po­bres de todo tipo y de toda re­gión para que no piensen que su grito se ha perdido en el vacío».

Una respuesta que no debe limitarse a la mera «asistencia material» del necesitado, sino a un auténtico encuentro personal con él, ya que —dice Francisco— «los pobres no necesitan un acto de delegación, sino del compromiso personal de aquellos que escu­chan su clamor».

Liberar a los pobres
El último verbo es «liberar»: «El pobre de la Biblia vive con la certeza de que Dios inter­viene en su favor para restituirle dignidad» —escribe el Santo Padre— recordando que la pobreza «no es buscada, sino creada por el egoísmo, el orgullo, la avaricia y la injusticia» y que, por tanto, «cada cristiano y cada co­munidad están llamados a ser instrumentos de Dios para la liberación y promoción de los pobres, de manera que puedan integrar­se plenamente en la sociedad. Esto supone que seamos dóciles y atentos para escuchar el clamor del pobre y socorrerlo» (Evangelii gaudium, 187).

Y al respecto, el Pontífice pone en guar­dia sobre la “distancia social» que tiende a crearse en torno a los pobres, que sufren el rechazo, la marginación y la indiferencia de quienes pasan por su lado ignorando su presencia; ya que, actuando así, «sin darnos cuenta se produce también un alejamiento del Señor Jesús, quien jamás los rechaza, sino que los llama y los consuela».

Los primeros en reconocer a Dios

Asimismo, Francisco hace hincapié en que los pobres son los primeros capacitados para reconocer la presencia de Dios y dar testimonio de su proximidad en sus vidas «porque confían en que Dios permanece fiel a su promesa e, incluso en la oscuridad de la noche, nos hace faltar el calor de su amor y de su consolación».

«Sin embargo, para superar la opresiva condición de pobreza, es necesario que ellos perciban la presencia de los hermanos y hermanas que se preocupan por ellos y que, abriendo la puerta del corazón y de la vida, los hacen sentir amigos y familiares. Sólo de esta manera podremos reconocer la fuerza salvífica de sus vidas y ponerlos en el cen­tro del camino de la Iglesia» —puntualiza el Papa— invitando a todos a participar en la Jornada Mundial, dedicada a los pobres, como un momento privilegiado de nueva evangelización.

«Los pobres nos evangelizan ayudándo­nos a descubrir cada día la belleza del Evan­gelio. No echemos en saco roto esta oportu­nidad de gracia. Sintámonos todos, en este día, deudores con ellos para que, tendiendo recíprocamente las manos, uno hacia otro, se realice el encuentro salvífico que sostiene la fe, hace activa la caridad y permite que la esperanza prosiga segura en el camino hacia el Señor que viene» —concluye el Obispo de Roma.