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28 de diciembre de 2007

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El domingo, día 30, celebramos la festividad de la Sagrada Familia, una Jornada que la Iglesia celebra dedicada a la Familia y a la Vida y que este año lleva por lema: “Sin embargo nuestra ciudadanía está en el cielo”.

Vivimos inmersos en una sociedad compleja, donde no falta la propuesta de una cultura laica que quiere organizar la vida social como si Dios no existiera. En este contexto, es posible que surjan actitudes de rechazo, o bien, de desconfianza y oscurecimiento de la propia cultura y de la propia fe en el deseo de evitar posibles confrontaciones. Es decir, nos encontramos ante un debilitamiento de la identidad cristiana, que también afecta a las familias.

El lema escogido para esta Jornada de Familia y Vida nos recuerda quienes somos: hijos de Dios y ciudadanos del cielo. Queremos así fortalecer a las familias cristianas, recordándoles su grandeza y dignidad. Lo hacemos con unas hermosas palabras de S. León Magno que la liturgia del día de Navidad nos invita a considerar: «Cristiano, reconoce tu dignidad. Puesto que ahora participas de la naturaleza divina, no degeneres volviendo a la bajeza de tu vida pasada. Recuerda a qué Cabeza perteneces y de qué Cuerpo eres miembro. Acuérdate de que has sido arrancado del poder de las tinieblas para ser trasladado a la luz del Reino de Dios» .

a) La integración de fe y vida
En particular queremos recordar a las familias cristianas dos rasgos que constituyen su identidad. El primero es la integración de fe y vida. La fe no puede reducirse a una experiencia privada, extraña por tanto a la vida familiar. La fe debe penetrar en la vida de cada uno y en la vida de la familia, manifestándose por consiguiente en todas las dimensiones de la existencia. Los padres cristianos deberán dar ejemplo a sus hijos, en el testimonio de una vida inspirada en el Evangelio y alimentada en los sacramentos, muy especialmente en la Eucaristía dominical.

b) La inserción en la comunidad eclesial
El segundo rasgo que queremos destacar es la inserción en la comunidad eclesial. No hay familia cristiana al margen de la Iglesia. Para esta integración es fundamental el desarrollo de la pastoral familiar, de modo que nuestras comunidades parroquiales sean cada vez más una «familia de familias cristianas» , donde la familia entera pueda participar en la Eucaristía dominical, fuente y cumbre de la vida parroquial. Esta inserción de la familia en la comunidad eclesial se realiza también a través de los movimientos familiares , que deben ser una ayuda para vivir el misterio de la comunión eclesial.

Solamente una familia cristiana con una identidad fuerte será capaz, en estos tiempos adversos, de transmitir la fe y de ser, ante los hombres, signo luminoso de la verdad, la bondad y la belleza del matrimonio y de la familia.

EL FORTALECIMIENTO DE LA IDENTIDAD CRISTIANA: ALGUNOS RETOS ACTUALES
Las familias cristianas están llamadas a educar como ciudadanos del cielo a sus hijos. Para ello cuentan con la preciosa colaboración de la escuela católica . Los mártires son también un fruto excelente de la educación cristiana que recibieron. Su ejemplo puede ayudar hoy a las familias a educar en la fe a los hijos y transmitirles valores como el sacrificio, la renuncia, el dominio propio y el respeto, sin los cuales la convivencia familiar y social se deteriora gravemente. Entre estas dificultades que las familias encuentran en su labor educativa está la imposición de una nueva formación moral mediante la Educación para la Ciudadanía. Las familias cristianas tienen que saber que en los centros educativos se va a dar, como cada vez es más manifiesto, una formación moral en franca contradicción con la fe cristiana.

Para aclarar cualquier duda queremos recordar que «esta “Educación para la ciudadanía” de la LOE es inaceptable en la forma y el fondo: en la forma, porque impone legalmente a todos una antropología es decir, una visión del hombre que sólo algunos comparten y, en el fondo, porque sus contenidos son perjudiciales para el desarrollo integral de la persona» . Por ello, «los padres harán muy bien en defender con todos los medios legítimos a su alcance el derecho que les asiste de ser ellos quienes determinen la educación moral que desean para sus hijos». Es más, sería una falta de solidaridad por parte de las familias que llevan a sus hijos a la escuela católica adoptar una postura «pasiva y acomodaticia», justificándose en que sus hijos recibirían una formación moral conforme al ideario del centro, mientras un elevado número de alumnos queda indefenso ante la imposición de una ética laica.