21 de octubre de 2012
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Hoy me ha llegado un correo electrónico de Maricarmen. Es una misionera albaceteña que está en el centro de África. Me impresiona su testimonio, me habla de los kilómetros que tienen que recorrer, de la sonrisa de los niños, de la paciencia y esperanza de los jóvenes pero también me pide oración. Una plegaria para que este año las lluvias se porten y puedan recoger algo de sus campos. Me pide que rece por las madres desnutridas que aun dando sin parar de mamar a sus hijos su cuerpo no tiene nada para poder alimentar a su pequeño.
Hace tres días me llego una carta de otra misionera albaceteña. Su nombre es Ana y está en Japón. Allí los cristianos son minoría. No me habla de necesidades materiales pero sí me pide oración. Comenta que allí, Jesús es un desconocido y que el Evangelio para muchos es toda una novedad. Cada día se hace realidad las palabras del Maestro: “Id al mundo entero y proclamad el Evangelio”
Eduardo está en Ecuador y manda noticias cuando tiene algo de tiempo. En Albacete vivía feliz y en los años de su juventud había recorrido varias parroquias transmitiendo la cercanía del Evangelio. Pero Jesús, le pedía más. Su “Sí” a Dios, era un “Sí” a la Iglesia universal. Él no se hizo cura para Albacete sino para la Iglesia. Y ahora el Señor le pedía darse a los más pobres. En Ecuador no hace cosas diferentes a las que hacía en los pueblos de Albacete. Celebra la Eucaristía, visita a los enfermos, coordina la catequesis, forma a las personas e intenta dar respuesta a las pobrezas de su gente. Me cuenta que él no hace proyectos de ayuda donde la gente nativa no colabora ni los hace suyos, como si fuera un regalo de los ricos a los pobres, sino que la gente se tiene que implicar para que los proyectos sigan adelante. Ya han construido una escuela, un pozo, una iglesia y ahora están con el dispensario. Y todo con ayuda de España pero también de la gente de allí.
Podría hablar de alegrías, esperanzas y sueños de los casi cien misioneros albaceteños. Son historias llenas de fe de hombres y mujeres de carne y hueso que han salido de nuestras parroquias y comunidades. Ellos nos piden oración, recuerdo, apoyo. Que no los olvidemos.
El bueno de mi amigo Miguel, hoy se ha vuelto a meter conmigo. Se ríe porque dice que siempre estoy pidiendo. Que ya está bien, que descanse, que deje vivir a la gente. Que aquí hay mucha necesidad y que antes tenemos que ayudar a los de aquí antes que a los de allí. Yo le digo que una cosa no quita la otra. Que los misioneros de la Fe necesitan que yo me entregue a tope. Que la ayuda y la generosidad no tienen fronteras. Yo mirándole a los ojos le digo que soy creyente, que creo en Jesús y mientras eso sea así mi fe no tiene fronteras. No entiendo eso de los de aquí y los de allá. Le hablo de la última carta que he recibido de un misionero. Al terminar de leerla me pide que le apunte como socio al DOMUND.