31 de mayo de 2015
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Orar por quienes no cesan de orar por nosotros
En la solemnidad de la Santísima Trinidad celebra la Iglesia el Día Pro Orantibus, dedicado a quienes hacen de su vida comunitaria y fraterna un ejercicio permanente de contemplación y alabanza al Dios Uno y Trino. La jornada de este año acontece en el marco del Año de la Vida Consagrada y dentro del V Centenario del nacimiento de santa Teresa de Jesús.
Es ésta una celebración para dar gracias a Dios por el don de la vida contemplativa; para expresar a estas personas nuestro cariño y gratitud por el servicio orante que prestan a nuestra Iglesia; para orar, en justa reciprocidad, por quienes no cesan de orar por nosotros; para dar a conocer las originalidad de esta vocación y promover las vocaciones a esta vida contemplativa y monástica. La exhortación apostólica de san Juan Pablo II Vita consecrata, citando al Concilio Vaticano II (P.C.7), describe así la naturaleza y finalidad de la vida consagrada contemplativa: «Los Institutos orientados completamente a la contemplación, formados por mujeres o por hombres, son para la Iglesia un motivo de gloria y una fuente de gracias celestiales. Con su vida y misión, sus miembros imitan a Cristo orando en el monte, testimonian el señorío de Dios sobre la historia y anticipan la gloria futura. En la soledad y el silencio, mediante la escucha de la Palabra de Dios, el ejercicio del culto divino, la ascesis personal, la oración, la mortificación y la comunión en el amor fraterno, orientan toda su vida y actividad a la contemplación de Dios. Ofrecen así a la comunidad eclesial un singular testimonio del amor de la Iglesia por su Señor y contribuyen, con una misteriosa fecundidad apostólica, al crecimiento del Pueblo de Dios» (VC, n. 8).
Los monasterios de vida contemplativa son verdaderos laboratorios de oxígeno espiritual para nuestro mundo enfermo. El silencio y la soledad del claustro no son silencio enmudecido ni soledad vacía, son soledad sonora, henchida de una presencia sin igual. Decía una joven clarisa: “Cuando escucho mi propio corazón oigo en él un Grito de Victoria incontenible, que quiere atravesar de horizonte a horizonte la tragedia de nuestras guerras, violencias, tristezas y desilusiones, incoherencias y frivolidades, obstinaciones y fraudes, injusticias y crueldades. Es un Grito de consuelo: «Alegraos, no temáis, estoy con vosotros»… Quiero prestar mi voz a ese Grito, desde el silencio de la clausura. Porque eso es contemplación: Esperanza en la desesperanza, júbilo en la tristeza, amor que sana la herida del pecado».
El lema de este año es teresiano: “Solo Dios basta”. Mientras peregrinamos por este mundo entre luces y sombras, las personas contemplativas nos recuerdan que, frente a tantos ídolos como nos creamos, también hoy Dios es lo único necesario.
Oremos por los siete monasterios de vida contemplativa de nuestra Iglesia de Albacete, por la fidelidad de las hermanas que allí viven y para que el Señor les asegure el relevo con nuevas vocaciones.
+Ciriaco Benavente
Obispo de Albacete