5 de febrero de 2013
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[fusion_dropcap color="var(--awb-color2)" class="fusion-content-tb-dropcap"]M[/fusion_dropcap]anos Unidas, organización de la Iglesia para la ayuda, promoción y desarrollo de los países pobres, lanza, con renovada ilusión, su anual Campaña contra el Hambre, que os invito a todos los diocesanos a secundar con toda generosidad.
Son ya más de cincuenta años los que lleva Manos Unidas, con sus miles de voluntarios, en este noble empeño. Con una administración austera ha logrado promover miles de programas que, al enrolar a los mismos beneficiarios, han tenido un efecto multiplicador en las diversas áreas de su actuación: infancia, mujer, agricultura, sanidad, cultura. Y quiero resaltar, una vez más, su tenaz labor en lo que se refiere a la sensibilización de la sociedad española ante los problemas del hambre y del subdesarrollo.
El mundo desarrollado en que vivimos ha alcanzado cotas de bienestar que no se podían sospechar hace sólo unos decenios. Pero prosperidad no significa prosperidad para todos. Mientras unos pocos pueden permitirse disfrutar de los bienes materiales hasta el derroche, otros muchos siguen viviendo en condiciones infrahumanas. Pensar que se trata de una situación inevitable por obra y gracia de las inexorables leyes del mercado, es como si el hombre dimitiera de su misión de protagonista de la historia. Hay situaciones que son solucionables; si no se solucionan es que somos moralmente culpables.
La crisis que actualmente sufrimos en muchos de los países de occidente tampoco ha sido inevitable. Juan Pablo II denunciaba en el 1991 “el estilo de vida orientado a tener y no a ser, y que quiere tener más no para ser más, sino para consumir la existencia en un goce que se propone como un fin en sí mismo. Por eso, es necesario – añadía– esforzarse por implantar estilos de vida, a tenor de los cuales la búsqueda de la verdad, de la belleza y del bien, así como la comunión con los demás hombres para un crecimiento común sean los elementos que determinen las opciones de consumo, de los ahorros y de las inversiones” (Centesimus annus, n. 36d).
No hicimos caso de la advertencia y ahora sufrimos las consecuencias. La búsqueda de la ganancia rápida, del consumismo, de la corrupción y el despilfarro nos han llevado a esta situación que está haciendo sufrir a tantas familias. No están exentas de culpa las administraciones públicas, endeudadas por un gasto sin medida. A ello ha de sumarse la complicidad de algunas instituciones financieras que exhibían cada año ganancias multimillonarias sobre una base ficticia e insostenible. Endeudamiento de los particulares y especialmente de las administraciones públicas, que han gastado sin medida, con la complicidad de las instituciones financieras, que cada año exhibían multimillonarias ganancias sobre la base de una riqueza ficticia e insostenible.
Pero nuestra crisis. La nuestra, con ser grave y afectar a muchas familias, no admite comparación con la situación de crisis crónica que padecen en tantos países a los que todavía no ha llegado el desarrollo. La pobreza y el hambre, el analfabetismo y la falta de escuelas, las enfermedades crónicas y la carencia de atenciones médicas, los abusos sexuales y los matrimonios prematuros, la imposibilidad de contar con recursos crediticios y la falta de trabajo son algunas de las causas de hambre y de muerte, de desigualdades e injusticias que claman al cielo. Los países desarrollados cuentan con muchas llaves para abrir o cerrar a los países pobres el camino para salir de la pobreza.
La vida se nos ha concedido para vivirla solidariamente. Seguro que cada uno de nosotros podemos hacer más de lo que hacemos: Llevar un nivel de vida más sobrio para compartir más, presionar a los respectivos gobiernos para que inviertan más en el desarrollo, colaborar más activamente en las diversas formas de voluntariado.
La Campaña de este año de Manos Unidas – “No hay justicia sin igualdad-. Se centra en la promoción de la igualdad de derechos entre los sexos y en la autonomía de la mujer. El expresivo poster que anuncia la Campaña juega con la imagen de una mujer del tercer mundo acarreando dos cestos que son metáfora de los platillos de la balanza de la justicia. El fondo representa al sol, como símbolo de un nuevo amanecer.
La revista de Manos Unidas nos da cuenta de los numerosos países en que la mujer es todavía víctima de graves desigualdades, de violencia sexual y psicológica. Baste decir que la mayor parte del comercio internacional de seres humanos –la esclavitud del siglo XXI- tiene como víctimas, sobre todo, a niñas y mujeres. Siendo la mujer agente clave del desarrollo, no sólo es explotada económicamente, sino que ve vulnerados derechos tan fundamentales como el de su propia libertad, la capacidad de tomar decisiones o la de ser titular de los mismos bienes.
Manos Unidas, que ha luchado siempre contra el hambre, las enfermedades, la falta de instrucción y el subdesarrollo, considera que acabar con la desigualdad y facilitar la autonomía y el protagonismo de la mujer sobre su propia vida es una exigencia inexorable. El plan de Dios sobre el ser humano, la dignidad de que está dotada toda persona humana por el Creador, así como la llamada del Mandamiento Nuevo así lo reclaman.
Invito, una vez más, a todos los diocesanos a secundar las iniciativas de Manos Unidas y a colaborar generosamente con la colecta que se realizará en todas las parroquias y santuarios de la Diócesis el domingo, 10 de febrero, cuyo importe se hará llegar a la delegación diocesana de Manos Unidas. Invito así mismo al ayuno voluntario que Manos Unidas nos propone para el viernes anterior. El ayuno nos hace solidarios del quienes ayuna diariamente a la fuerza y nos libera para compartir. El ayuno unido a la oración estimula para la conversión y ayuda a descubrir al Dios de la Vida que, en Jesús, se ha identificado con los pobres y los que sufren.