31 de agosto de 2014
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Después de dos intensos meses de trabajo, toca mirar para atrás y hacer balance. El pasado verano los servicios sociales alertaban del serio riesgo que corrían algunos menores de no tener una alimentación adecuada a su edad. Para muchos niños y niñas de la ciudad la comida que realizan en el comedor escolar, durante el curso, es la más completa del día, y esta realidad es la que movió a Cáritas Diocesana de Albacete, a la Comunidad Semilla y a las parroquias del Arciprestazgo número 2 a plantear una fórmula que aprovechara las ofertas de experiencias comunitarias para jóvenes para poder hacer frente, durante los meses de verano, a esta necesidad. De esta manera se decidió aprovechar el Programa de Infancia ya existente para apostar por un campamento urbano, una escuela de verano que atendiera las necesidades de estos menores, y ofrecer un espacio alejado del ambiente tenso y violento que se vive en muchos hogares como consecuencia de situaciones de crisis económica o social.
Para los técnicos del Programa de Infancia ésta ha sido una experiencia única, a todos los niveles: «Aunque ha sido un trabajo duro, si colocásemos en una balanza las experiencias y momentos vividos, ésta caería del lado positivo de una manera incuestionable». Así lo explica Rubén Martínez, uno de los coordinadores del Campo de Trabajo, quien asegura que este proyecto ha servido para afianzar el trabajo con los menores: «Los pequeños participantes nos acercan a una realidad muy distinta a la que vivimos en nuestra infancia, provocan en nosotros un crecimiento personal y nos ha ayudado a plantearnos las cosas de nuestro día a día». Tal y como explica Rubén, en Albacete no hay niños de la calle, pero si hay muchos niños en la calle. Es por ello que desde el Campo de Trabajo se ha puesto al servicio de estos menores una serie de actividades de ocio con objetivos educativos en las que han tratado de generar hábitos y despertar en ellos valores como la amistad, el respeto y la tolerancia. Para Javier Avilés, arcipreste del Arciprestazgo 2, esta experiencia también ha puesto sobre la mesa la necesidad del trabajo social y educativo con la infancia: «Así lo ponen de manifiesto las pistas que muchos de estos menores nos envían con sus comportamientos, con sus dificultades para responder a sus emociones. Pistas que nos hablan de lo que hay detrás, además del convencimiento de que es importantísimo apostar por la infancia».
En esta escuela de verano, por la que han pasado 58 menores, se ha incluido un comedor en el que se ha servido un menú rico en verduras, fruta, carne y pescado; se ha trabajando de forma paralela hábitos higiénicos como lavarse las manos antes y después de cada comida y la higiene bucodental, y se ha ofrecido a jóvenes voluntarios de la ciudad la oportunidad de experimentar un ocio diferente sirviendo a los demás. Todo esto, recuerda Avilés, acompañado de una perspectiva pastoral, pues en estos dos meses, los voluntarios también han tenido la oportunidad de profundizar con talleres y con trabajo personal, la vocación cristiana y solidaria. Precisamente la implicación de los jóvenes ha sido uno de los valores que los responsables del campo de trabajo han puesto en valor. Una gratitud esperanzadora, dice Javier Avilés, que ha quedado patente con la disponibilidad y predisposición de cada uno de los voluntarios: «su ternura, sorprendentemente sabia para sus pocos años e inexperiencia, gratuita a raudales, arriesgada como sólo lo es el amor que nos hace grandes y pequeños, como lo son estos niños y sus problemas.»
Carlos, de 20 años, es uno de los monitores del Campo de Trabajo. Él colabora como voluntario durante todo el año en el programa de Infancia, y no dudó un solo momento en participar en esta iniciativa. Asegura que poder formar parte en la vida de estos niños ha sido algo increíble. «La experiencia de trabajar con estos niños te aporta una gran cantidad de sentimientos y momentos únicos e irrepetibles». Esta misma sensación la comparten los otros 50 jóvenes que durante los meses de julio y agosto se han implicado en este proyecto. El Campo de Trabajo les ha permitido conectar con una realidad muy diferente a la que están acostumbrados: «A nivel personal, no hay nada como la satisfacción personal de regresar a casa y pensar en la labor que has hecho; en como los niños, gracias a tu ayuda, son capaces de superar sus adversidades con una sonrisa, a valorarse positivamente y a mejorar sus capacidades, abriéndoles un camino de ilusiones y esperanzas». Carlos insiste en que esta experiencia le ha servido para madurar como persona, a valorar la vida que posees, a observar el mundo de una manera nueva y a reflexionar sobre las injusticias y las enormes desigualdades presentes en un colectivo tan vulnerable como la niñez y la adolescencia.
Esta experiencia también deja entre los impulsores el reto de continuar apostando por el apoyo educativo a las familias, la necesidad de abordar socialmente la desprotección infantil, pero también de colaborar activamente con los primeros responsables y los más requeridos por los mismos niños, que son sus familias. «Después de este verano, soy menos pesimista con respecto a nuestra capacidad de responder a los problemas sociales de nuestra ciudad de Albacete -asegura Javier Avilés- pero también estoy mucho más preocupado por la indefensión y riesgo que viven muchos menores».
Para Cáritas Diocesana de Albacete, la experiencia del Campo de trabajo con Infancia ha supuesto una nueva oportunidad de fortalecer su compromiso en favor de las personas que más lo necesitan. La Directora de la institución en Albacete, Carmen Escribano, asegura que desde el principio les ilusionó esta experiencia y que desde Cáritas, seguirán apostando por el desarrollo de iniciativas similares.»Tal y como dice el Papa Francisco tenemos que cuidar de la fragilidad, y la infancia es el momento de la vida en el que se necesita un especial cuidado porque se trata de que las personas vayamos creciendo y fortaleciéndonos desde nuestra fragilidad e inocencia».
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