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2 de abril de 2012

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Ángel Moreno de Buenafuente, ha estado con nosotros en este tiempo de Cuaresma. Autor de numerosos libros de espiritualidad, tiene una amplia experiencia en el acompañamiento espiritual, así como en la dirección de ejercicios espirituales. Desde hace 42 años es capellán del Monasterio Cisterciense de la Madre de Dios en Buenafuente del Sistal, de la Diócesis de Sigüenza-Guadalajara.

 – D. Ángel, hay tanta superficialidad en la manera de entender la religiosidad… ¿Cómo define la oración?
– Yo defino la oración como una relación con un concreto y personal; una relación amorosa, amiga, afectiva donde ese está existente y vivo, donde sus ojos están en los tuyos y algunas veces se te colocan en el propio estómago, como dice San Juan de la Cruz. Hay una gran diferencia entre la experiencia espiritual sin rostro, sin tú, y la referencia a un tú, a alguien que fuera de ti -aun dentro de ti-, te acompaña.

– Parece que estamos en un mundo que busca una espiritualidad light: de la energía, de la fortaleza, hasta de las piedras… cuando tenemos tanta riqueza.
– La religiosidad que busca la paz, la armonía, la concentración de la mente, la relajación, que busca el conocimiento íntimo, personal… puede ser legítima e incluso hasta cabe que sea como atrio para disponerme a una realidad mucho más rica, que es salir de mí, salir de mí hacia el otro. Todo lo que sea egocentrismo, narcisismo, de alguna manera casi egolatría, es estéril. Te lleva más pronto o más tarde a una insatisfacción, por mucho que hayas adquirido esa paz, mientras que si sales de ti hacia el otro y por el otro hay una realidad profunda, que te repercute en lo que el propio Evangelio dice: el que se niega a sí mismo se afirma, es la gran diferencia entre espiritualidad sin rostro y espiritualidad ante un rostro.

 – El rostro que se escribe con mayúsculas.
– Lógicamente, ese rostro es Jesucristo, ese tú personal, concreto; no lo veré, no tendré ninguna iluminación, ninguna experiencia mística a la manera teresiana, pero sé que estoy en su presencia, que Él me mira, y que él desea que yo camine en esta certeza de su mirada, y aunque pase por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo, tu vara y tu cayado me sosiegan y es tal la certeza que da la fe de no estar solo, vagabundo, itinerante, sin rumbo… que cuando es noche o es alba, que cuando es alegría o es sufrimiento,  no estas solo, alguien te mira, alguien te da fuerza, alguien te acompaña.

– Hay jóvenes que ven esto difícil, porque creen que orar está fuera de su alcance.
– Yo creo que el joven es una persona privilegiada, porque si alguien tiene el corazón sensible es el joven y si le hablamos de que alguien está enamorado, de que alguien le quiere y desea mantener con él una relación de intimidad y que no le va a llevar a conceptos, ni a leyes, ni a morales, ni a éticas, sino a un tú a tú y a una relación de afecto, va a emerger, va a nacer en él, el deseo de traer presente al corazón esa relación.

 – Nos ha dicho que la gran dificultad que tiene el joven, como todo ser humano, es creer que ser religioso o, en concreto, ser cristiano, es practicar una serie de cumplimientos y de leyes.
– Es la gran dificultad, porque el secreto lo tenemos en buscar a Aquel que realmente nos busca y podernos encontrar. Es el gran motivo de esperanza: no soy yo quien busco, estoy siendo buscado: yo soy buscado. Me impresionó mucho lo que dijo Benedicto XVI en Asís: hay agnósticos que están más cerca de Dios que cristianos rutinarios, porque hay personas que sufren la ausencia y buscan el tú y, sin embargo, hay cristianos confortados en su religiosidad un tanto ética pero no en una relación amorosa y fiel, de persona a persona.

– ¿Por qué es tan necesario hacer ejercicios espirituales, especialmente en tiempo de Cuaresma?
– Hay espacios privilegiados donde se siente el amor de Dios. Jesús nos invita a entrar en la habitación: cerrad la puerta, y Dios que ve en lo escondido, te escuchará. Él mismo se retiraba a lugares apartados. En algún momento, semanalmente o bien anualmente, es necesario tener esos espacios, llamados verdes, donde la persona entra dentro de sí misma y se encuentra con quien le habita, con ese tú que le ama y que le busca, y que cuando atraviesa las fronteras, a veces de rechazo, o de la inercia, descubre algo que en ningún otro sitio se descubre. Más adentro, decía San Agustín; más íntimo que tu propia intimidad, ahí te está aguardando Él y es un privilegio poder entrar a ese oasis que habita en nosotros.