2 de marzo de 2010
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[fusion_dropcap color="var(--awb-color2)" class="fusion-content-tb-dropcap"]C[/fusion_dropcap]uando la tierra tiembla a más de 10.000 kilómetros de distancia, nadie se para a pensar que en el Obispado de Albacete o en Navas de Jorquera el sufrimiento sea equiparable al de los chilenos. Y es que mientras se agolpaban las noticias sobre la catástrofe, tantas que era imposible asimilarlas todas, la Diócesis buscaba a sus cinco misioneros y la familia de Inés Picazo, vecina de Navas, se desesperaba al no poder localizarla ni a ella ni a su hijo de dos años.
El sacerdote Modesto Núñez pronto pudo dar señales de vida desde Santiago y confirmar que el resto de los religiosos estaban bien, que habían sobrevivido a la catástrofe, pero hasta ayer la familia de Inés seguía sin escuchar su voz. Concepción, ciudad de residencia de la albaceteña, era una de las zonas más castigadas por el terremoto. Sabían que ella y el niño estaban bien, porque el marido, que se encontraba en Madrid por motivos de trabajo, había removido cielo y tierra para confirmarlo. Sin embargo, su hermana, Ana Picazo, aseguraba que necesitaba hablar con ella para respirar tranquila.
Las noticias que llegaban de Concepción, una ciudad sin agua, sin luz y amenazada por los saqueadores, no hacían sino poner más nerviosos a los que ven el panorama desde la otra punta del mapa. La distancia aumentaba ayer las proporciones de un terremoto histórico, el peor del último medio siglo.
Eterno
El padre Modesto se quedó «petrificado» en la cama. Le pareció que el movimiento de tierra era eterno, aún mayor que el de los años ochenta. El ruido era ensordecedor. Mientras todo se movía, caían libros, cubiertos, platos y estanterías enteras que ahogaban los gritos de miedo. Aunque todo chileno sabe que la clave en esos momentos está en permanecer bajo los marcos de las puertas, el sacerdote de la diócesis albaceteña no pudo reaccionar. Ayer comentaba por teléfono a este diario que llegó a pensar que era el final. La pobreza del barrio de su misión, demasiado marginal como para construir en altura, salvó al sacerdote y a sus vecinos del desastre. Las casas de madera siguen en pie y las de adobe sólo tienen pequeñas grietas. Lo doloroso ahora es ver cómo están en otras zonas del país.
En Santiago están acostumbrados a que la tierra tiemble todos los meses, con seísmos de entre cuatro y cinco grados de intensidad, pero el de la noche del sábado fue diferente a todos, tanto en intensidad, 8.8, como en duración. «Al país le va a costar unos cuantos años volver a la normalidad, pero Chile tiene ilusión y mucha fuerza. El chileno tiene asumido que su tierra es así, que cada dos o tres décadas hay uno grande. Antes, cuando se movía la tierra, salía corriendo, ahora me quedo quieto, a todo se acostumbra uno».
El padre Modesto confirmó que todos los religiosos españoles están bien, entre ellos cuatro monjas albaceteñas. «Nosotros siempre estamos con los más pobres y esta vez hemos corrido su misma suerte», explicaba.
El sacerdote de la diócesis albaceteña lleva 34 años en Chile. Sabe, por experiencia, que los muertos serán muchos más de los que se calcula hasta el momento, aunque también tiene la certeza de que, como ocurrió en los ochenta, el país se sobrepondrá. «Ahora mismo, en mi zona hemos vuelto a la normalidad, pero la sensación de inseguridad sigue siendo muy grande. Las familias acampan en las puertas de sus casas, porque, aunque no pueden entrar por seguridad, los ladrones sí que se atreven».
El padre Modesto seguirá en su misión hasta el mes de septiembre. Él gestiona un fondo solidario, un peculiar banco que presta dinero a las familias pobres, sin interés alguno y en los plazos que ellas quieran, para que puedan pagar desde un electrodoméstico para su negocio hasta el arreglo del tejado o una dentadura postiza.
El sacerdote seguirá trabajando para que Chile cambie, ya que lo que más le duele son las grandes diferencias que sufre el país, donde «sólo hay o muy ricos o muy pobres».
La Diócesis de Albacete ya respira tranquila, pero al cierre de esta edición en Navas de Jorquera seguían pegados al teléfono, esperando que Inés confirmará en persona que ella y el niño se encontraban bien. La conversación con la hermana de la albaceteña fue breve y telefónica, porque, aunque fue muy amable con el diario, dimos por hecho que preferiría no tener la línea ocupada. La albaceteña lleva años en Concepción, trabajando en su universidad. Hizo el doctorado sobre Chile y al final acabó allí. Cuando este diario se puso en contacto con su hermana, en Navas de Jorquera, ni la Embajada Española ni el Ministerio de Asuntos Exteriores sabían nada de ella. Después de dos días en tensión, el lunes por la mañana, por fin, la familia de Inés confirmaba que estaba bien, supuestamente en su casa, aunque sin posibilidad de llamar por teléfono porque las comunicaciones estaban cortadas y no había ni luz ni agua.
La universidad
La Universidad de Castilla-La Mancha (UCLM) también pasó el fin de semana en vilo. El terremoto tendría que haber sorprendido a dos estudiantes del campus de Cuenca en Valparaíso, donde estaban de intercambio, pero en el momento del seísmo se encontraban de viaje y no sufrieron sus consecuencias. Es previsible que los estudiantes de Bellas Artes vuelvan en cuanto sea posible, porque la universidad no estaría en condiciones de reanudar las clases, según informaron ayer responsables de la UCLM.
El seísmo, de intensidad 8,8 en la escala de Ritcher, sacudió el sábado a todo el país. Los muertos se cuentan por centenares y las comunicaciones y los servicios básicos se han visto seriamente dañados. La situación es tal que el Gobierno ha tenido que recurrir a las Fuerzas Armadas para tratar de mantener el orden. Sin electricidad ni agua y con difícil acceso a la comida, muchos chilenos han recurrido al pillaje.