Una primera carta pastoral para marcar el estilo de la Diócesis

Una primera carta pastoral para marcar el estilo de la Diócesis

25 de noviembre de 2025

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D. Ángel Román, Obispo de Albacete
“Alegraos siempre en el Señor” (Flp 4,4). Con esta cita de san Pablo abre D. Ángel Román Idígoras su primera carta pastoral como obispo de Albacete. Desde que iniciara su ministerio episcopal en la diócesis, reconoce haber sentido la presencia del Señor “en todos y en mil detalles cada día”. De esa gratitud nace su primera invitación para este curso: contemplar no sólo lo que hace Jesús, sino cómo lo hace, con ternura, cercanía, humanidad y entrega total. Esa es la clave de todo el texto: aprender de la manera de actuar del Señor para reproducir en la vida diocesana su estilo de servicio, de confianza mutua y de amor concreto. Una Iglesia que no se encierra, sino que se pone en camino, con alegría y sin miedo. Entre los temas centrales de la carta destaca la vocación y responsabilidad de los laicos. Mons. Román insiste en que “todos somos responsables y protagonistas de la marcha de la Iglesia”: sacerdotes, religiosos y laicos, cada uno con su don y su misión. El obispo propone una Iglesia corresponsable, donde se supere toda división entre “nosotros” y “vosotros”, y donde cada bautizado se sienta parte viva del cuerpo eclesial. Para ello, invita a los laicos a formarse, asumir responsabilidades y comprometerse en la vida pastoral: “Habrá que apostar por la formación y la responsabilidad de los laicos”, escribe con claridad. Su visión del laicado es profundamente activa: hombres y mujeres de fe que rezan, piensan, proponen, dialogan y se arriesgan; que no se limitan a observar, sino que participan y construyen. “No se trata de quejarnos ni de ver lo mal que lo hacen los otros -afirma-, sino de preguntarnos qué puedo hacer yo en el hacer de nosotros”.

MEDIOS CONCRETOS

La carta pastoral no se queda en las ideas. Mons. Román baja a lo concreto con un conjunto de propuestas prácticas que abarcan desde la organización pastoral hasta la vida cotidiana de las parroquias. El primer medio que propone es cuidar la acogida y la escucha: “Tendremos que repensar cómo estamos organizados -dice- y ver qué caminos podemos explorar”. Las parroquias, añade, deben ser lugares donde la gente se sienta escuchada, acogida y valorada. También pide revisar la distribución del clero y confiar más en los laicos formados, de modo que la misión se sostenga en un trabajo compartido. Para favorecer el discernimiento y la corresponsabilidad, el obispo anuncia asambleas, donde se pueda escuchar a todo el Pueblo de Dios y concretar líneas de acción comunes.
Un grupo de laicos reunidos
Otro aspecto esencial es el voluntariado, que D. Ángel considera “signo de familiaridad y gratuidad del amor de Dios”. El voluntariado, dice, es “arrimar el hombro con gusto y con sudor”, no por interés, sino por amor. Advierte con fuerza: “La acción pastoral no puede convertirse en un puesto de trabajo. Si se paga, se desvirtúa su sentido eclesial”. Entre las propuestas prácticas del obispo destaca una llamada muy concreta al modo de comunicarnos dentro de la Iglesia. Mons. Román pide “un hablar constructivo”, que ayude y no hiera, que levante y no derribe. Invita a huir de las críticas, los cotilleos y las indiscreciones que dañan la comunión, y a cultivar una palabra que nazca del amor y de la misericordia. El obispo pide a todos los laicos que revisen cómo están poniendo en juego los talentos que han recibido: “Gratis habéis recibido, dad gratis” (Mt 10,8). A la vez, subraya la importancia de formar y acompañar a los voluntarios, para que su servicio nazca del convencimiento y la fe. Finalmente, propone coordinar fuerzas entre parroquias, movimientos y delegaciones. “Si nos unimos, las fuerzas se multiplican”, afirma. Pone como ejemplo la colaboración entre catequesis, familia, juventud, vocaciones o Cáritas, y anima a que la Acción Católica sea “el brazo pastoral del laicado” en la diócesis.

UNA IGLESIA QUE CAMINA CON ALEGRÍA

El estilo pastoral que el obispo propone se resume en una frase: “Una familia que camina con alegría y unida, pero no uniformada”. En ese mismo tono, el obispo recuerda la importancia de la liturgia vivida con sencillez y profundidad, del sacramento de la reconciliación como encuentro de misericordia, y de la vida fraterna entre sacerdotes y fieles. Todo ello configura una espiritualidad encarnada, donde la fe se celebra, se comparte y se traduce en gestos cotidianos. “Una Iglesia orante, maternal y misericordiosa que acompaña, festeja, celebra, escucha, propone y abre horizontes”: así describe el obispo el modelo de comunidad que desea para Albacete. Su carta es, en el fondo, una invitación a vivir la fe con alegría y cercanía, a poner rostro y nombre a la fraternidad cristiana.

75º ANIVERSARIO: COMUNIÓN EN ACCIÓNQUE CAMINA CON ALEGRÍA

El curso pastoral 2025-26 coincide con la celebración del 75º aniversario de la creación de la Diócesis de Albacete, y Mons. Román propone que este acontecimiento sea una ocasión para la comunión y el compromiso con las siguientes propuestas:
    1. Inmigración: Una Diócesis que mira siempre por los pobres y más necesitados con los ojos de Dios y sincroniza con Él su corazón.
    1. Misión: La delegación de Misiones junto a los Padres Paúles van a lanzar una misión popular abierta a todas las parroquias, como impulso de primer anuncio y de renovación de la fe.
    1. Ecología: la plantación de una carrasca en cada municipio simbolizará las raíces y el crecimiento de la diócesis, gesto de cuidado de la creación y de unidad diocesana.
Parroquia de San Pablo plantando una carrasca
En las páginas finales, Mons. Román reconoce que su propuesta “no es un plan para un año, sino un trabajo para toda la vida”. Por eso fija dos objetivos que quiere que orienten todo el curso y el futuro de la diócesis:
    1. Trabajar la comunión y la fraternidad.
    1. Fortalecer la alegría de la misión bautismal.
Todo parte de un sí renovado al Señor, humilde pero firme: “Es momento de ponernos delante del Señor para renovar nuestra llamada y decirle un Sí con mayúsculas”. El obispo no ignora las dificultades, pero las mira con fe: “Sabemos que hay muchas, pero en sus manos estamos y nos entregamos con alegría a su apuesta de salvación”. Su confianza se apoya en una certeza evangélica: “Para Dios nada hay imposible” (Lc 1,37). La carta concluye con una llamada al compromiso compartido: “Ninguno somos imprescindibles, pero cada uno somos necesarios y complementarios del otro”. Con esa convicción, invita a todo el Pueblo de Dios -laicos, religiosos y sacerdotes- a caminar juntos en comunión y alegría, construyendo una Iglesia viva que dé vida.