
Una casa que acoge, consuela y alimenta en Albacete

Una casa que acoge, consuela y alimenta en Albacete
10 de agosto de 2025
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En el número 21 del Camino de Morata, en Albacete, hay una casa que no cierra por vacaciones ni en los días festivos. Allí, cada día, se sirve desayuno, comida y cena. Como quizás puedas suponer, estamos hablando de la Institución Benéfica Sagrado Corazón de Jesús. Una casa que es sinónimo de hospitalidad, alimento y esperanza para cientos de personas.
Desde hace décadas, esta institución -una de las más queridas y conocidas por los albaceteños- además de su Comedor Social, acoge a personas en situación de vulnerabilidad.
Hoy día, son las Hermanas de la Consolación quienes están al frente de la Institución. Llegaron, como explica la hermana María José López, por un llamamiento de las Hermanas de la Institución: «ya que no podían atenderlo todo. Vieron que nuestro carisma, el de consolar, encajaba con lo que aquí se vivía».
Consolar, dice, es «alegrarse con el que se alegra, estar presentes. Consolamos con nuestras manos y con nuestra mirada. Atendemos a los acogidos en todo lo que necesitan: aseo, comida, acompañamiento… transmitiendo esos valores de lo que es la consolación de Dios».
La casa acoge a 30 residentes como máximo. «Las Hermanas de la Institución -que continúan siendo las titulares- quieren que esto sea una familia, no una residencia más. Por eso mantenemos un número pequeño, para poder tratarlos con cercanía, como hijos, padres, abuelos», añade la hermana.
Además, el comedor social -abierto todos los días del año- atiende a más de 300 personas diariamente, especialmente en estos meses de verano, cuando el trabajo agrícola escasea.
Dar de comer cada día a estas personas sería impensable sin los voluntarios, verdaderos pilares de esta familia. Uno de ellos es Juan Moreno González, que comenzó en octubre de 2024, junto a su esposa. «Ella fue la que dijo: ‘Vamos a hacer algo por los demás’. Y no nos arrepentimos. Aquí vienes a dar, pero te llevas mucho más».
Juan acude dos días a la semana al turno de cocina. «Nos ponemos a disposición de los responsables del comedor y dependiendo de las donaciones del día, preparamos los menús. Si hay patatas, se pelan y se guisan. Si hay pescado, se fríe o se hornea. Siempre se busca variedad», explica.
María Ángeles Díaz-Marta, voluntaria desde 2016, lo vive con entusiasmo. «Esto engancha. Yo, ahora que estoy jubilada, vengo casi todos los días porque hace falta ayuda. Salgo agotada, pero feliz. Y cada día creo más en la providencia. Aquí nunca falta nada».
También los voluntarios se encargan de preparar los bocadillos y bolsas de la cena. Todo se hace pensando en los destinatarios. «Si alguien tiene restricciones por su religión, le explicamos con cariño lo que lleva el bocadillo. Y ellos lo agradecen mucho» relata María Ángeles.
El comedor no cierra nunca. «Ni en Reyes», recuerda Juan. «Ese día vinimos a servir y muchos se emocionaron. No esperaban que estuviéramos. Pero la gente come todos los días, también los días especiales».
Quince empleados completan este engranaje humano. Entre ellos está María Clotilde Valcárcel, auxiliar de enfermería. «Mi trabajo es atender las necesidades básicas: levantar, asear, dar de comer, pasear. Pero va más allá. Aquí nos conocemos tanto que somos una familia. Yo veo más a los residentes que a mi propia familia».
Lo más bonito, dice, es la conexión emocional. «Sabemos cómo estamos con solo mirarnos. Nos apoyamos mucho entre compañeros, con las hermanas y con los propios residentes. No es solo un trabajo».
Samuel Jiménez Sánchez, uno de los cocineros, lo confirma: «Aquí cocinamos con cariño. Tenemos menús basados en la dieta mediterránea, con muchas verduras y legumbres, pero siempre nos adaptamos a las donaciones. Y también a los gustos. Si alguien nos pide un moje o unos huevos fritos con pimientos -como pasó con una visitante de Granada- intentamos prepararlo».
«Lo mejor», añade Samuel, «es que te digan: ‘qué rico estaba el cocido’. Porque nosotros mismos servimos el desayuno, la comida y la cena. Estamos muy cerca de los residentes».
El corazón de la casa: sus residentes
Juan Francisco Cuevas vive allí desde hace cinco años. Conocía la casa desde siempre – «en Albacete todos conocen el Cotolengo», dice-, pero nunca imaginó que llegaría a vivir en ella. «Para mí ha sido un cambio radical. Aquí he encontrado mi segunda familia. Todos los residentes nos ayudamos en lo que podemos. La convivencia es muy buena».
También valora la atención espiritual que recibe en la Casa: «Lo que había perdido durante los años de trabajo, aquí lo he recuperado. Para mí ha sido fundamental».
Para Josefa Mateo, usuaria habitual del comedor, la institución es un apoyo esencial. «Vengo a comer todos los días. Para mí esta casa es todo. A veces no puedo venir porque me encuentro mal, pero saber que tengo un sitio donde me esperan es muy importante. Y se come muy bien».
«Esta casa es una bendición de Dios», así la define la hermana María José López que tampoco se olvida de la providencia. «La providencia nunca falla. A veces llega de forma inesperada, pero siempre llega. Gracias a Dios y a la generosidad de Albacete, que es inmensa y a la que nunca te acostumbras».
Y si hay una palabra que todos repiten -hermanas, voluntarios, trabajadores y usuarios- es familia. En esta casa no se reparte solo comida: se comparte la vida con sencillez y alegría.