5 de mayo de 2020

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¡Qué domingo tan dichoso! Un Domingo del Buen Pastor en el que tenemos el regalo de celebrar la Jornada de Vocaciones Nativas junto con la Jornada de Oración por las Vocaciones. La llamada de Dios es importante y necesaria en todos los rincones del mundo. Muchos de nuestros misioneros trabajan por y para estas vocaciones nativas, dedicando su labor en casas de formación, seminarios, etc., ¡recemos por ellos!

Pero, ¿en qué consiste esta jornada? Es un día especialmente dedicado a la oración y la cooperación con los jóvenes que son llamados al sacerdocio o la vida consagrada en los territorios de misión. Por eso, es tan importante nuestra oración y nuestra colaboración económica para que, en los territorios de misión, donde existen tantas vocaciones, puedan disponer de recursos para la formación y esa vocación se haga realidad. Gracias a esta jornada podemos cubrir muchas de sus necesidades. Y, como dijo San Juan Pablo II: “Que no se pierda ninguna vocación por falta de medios económicos”. 

En total, cerca de 85.000 jóvenes han podido responder a la llamada, gracias a los 18.946.586 € que la Obra de San Pedro Apóstol envió en 2019.  Estas ayudas han servido para asegurar la correcta implementación de la “Ratio fundamentalis” aprobada en 2016, con la que se busca ayudar a los seminaristas a configurarse con Cristo Sacerdote. También, se ha sostenido la vida ordinaria de los seminaristas y novicios/as (estos, en su primer año de formación), para procurar que no tengan que preocuparse por el alojamiento, el vestido o el alimento. Además, hemos apoyado, con tu ayuda, a los formadores de estos jóvenes, sacerdotes nativos que difícilmente pueden tener una formación permanente y una justa asignación por su trabajo.

¡Jesús vive! Y como nos dice el Papa Francisco, “todo lo que Él toca se vuelve joven, se hace nuevo, se llena de vida”. Esto nos invita a abrir el corazón a la esperanza; “el corazón”, porque es ahí donde se hace fecunda la Palabra de Dios, que es vida. Un corazón cerrado puede volverse de piedra. En cambio, un corazón abierto busca, medita, escucha, se arriesga; es un corazón ¡vivo!