22 de diciembre de 2023
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Queridos Jóvenes de las Diócesis de nuestra Provincia Eclesiástica de Toledo: Albacete, Ciudad Real, Cuenca, Sigüenza-Guadalajara y Toledo
“Sois la esperanza gozosa de una Iglesia siempre en movimiento”: Así comenzaba el Papa Francisco su mensaje a los jóvenes en la última Jornada Mundial de la Juventud. Y así queremos dirigirnos a vosotros como pastores de las Iglesias que caminan en la provincia eclesiástica de Toledo. Después de lo vivido en la JMJ de Lisboa, en la que los miles de jóvenes que participabais desde nuestras diócesis os encontrasteis con la alegría de la fe de millones de jóvenes venidos de casi todos los países del mundo, nosotros los obispos de la Provincia eclesiástica de Toledo no queremos dejar de transmitiros una palabra de aliento, una invitación a seguir a Jesucristo y una llamada a vivir en la Iglesia de Jesús transformando desde dentro el mundo que nos ha tocado vivir.
RECORDANDO LA JMJ DE LISBOA
Recordamos los rostros de tantos jóvenes en esos momentos de gozo que supusieron los días de peregrinación y encuentro este verano en Portugal. La presencia de todos vosotros nos hizo percibir la eterna juventud de la Iglesia, que tiene siempre la vida infinita que brota de Jesucristo Resucitado.
La palabra del Papa, que siempre es roca y vínculo de unidad para todos los creyentes, nos dejó a todos muchas invitaciones para pensar en cómo vivir una vida que está llena de retos e incertidumbres, y especialmente a los jóvenes, a ser conscientes de que sois los destinatarios de un amor especial y de una amistad preferente de parte de Dios.
Para orientar la vida y descubrir cómo encaminar vuestros pasos, el Señor se dirige a vosotros también, haciendo resonar su voz en la voz de la Iglesia: “Hemos sido llamados, ¿por qué? Porque somos amados. Es lindo. A los ojos de Dios somos hijos valiosos, que Él llama cada día para abrazar, para animar, para hacer de cada uno de vosotros una obra maestra única, original. Cada uno de vosotros es único y original. Somos la comunidad de los que somos llamados, no somos la comunidad de los mejores, porque somos todos pecadores, pero somos llamados, así como somos, con los problemas y las limitaciones que tenemos, con nuestra alegría desbordante, con nuestras ganas de ser mejores. […] Somos llamados con el nombre de cada uno de nosotros, no es un modo de decir, es palabra de Dios, si Dios te llama por tu nombre significa que para Dios ninguno de nosotros es un número, es un rostro, es una cara, es un corazón” (Papa Francisco, Ceremonia de bienvenida, 3 de agosto).
Por eso, nos gustaría hablar al corazón de cada uno de vosotros, no dirigiéndonos a una masa informe, sino a cada persona, a cada corazón, en vuestra situación real, con vuestras angustias y problemas, con vuestras ilusiones y ganas de vivir, para recordar ese impulso espiritual y retomar con fuerza en la vida de nuestras Iglesias hoy. El Papa nos invitó a repetir con él: “En la Iglesia caben todos, todos, todos… y Jesucristo cuenta con todos vosotros para cambiar el rostro de un mundo tantas veces desesperanzado. No nos gustaría que se perdiera ninguno de los que Jesús ha llamado a acompañarle en esta misión gozosa que el Señor quiere regalaros. Por eso, queremos proponeros un camino compartido como jóvenes que tienen mucho futuro por delante, y a los que la Iglesia no quiere dejar solos.
UN CAMINO POR DELANTE COMO “PEREGRINOS DE LA ESPERANZA”
Al terminar la JMJ, el Papa anunció dos grandes convocatorias para los próximos años: el jubileo de los jóvenes en Roma en 2025 y la siguiente Jornada Mundial en Corea del Sur en 2027. Y para estos primeros años, ha trazado un itinerario en el que nos ha invitado a vivir como hombres y mujeres de esperanza. El primer año, meditando en la exhortación de san Pablo a vivir “alegres en la esperanza” (Rm 12, 12), y el segundo en la profecía de Isaías: “Los que esperan en el Señor caminan sin cansarse” (Is 40, 31). El lema del Jubileo de 2025 que se celebrará en Roma y en toda la Iglesia, como cada veinticinco años, como memoria de la Encarnación del Señor, nos hace esta misma llamada a ser testigos de esperanza, con el mismo: “Peregrinos de la Esperanza”.
Para vivir alegres en la esperanza, el Papa Francisco la noche de la vigilia en el Campo de la Gracia ponía como modelo de esa alegría a la Virgen María: “¿Cómo convertirnos en raíces de alegría? María nos lo muestra: cultiva la alegría en el camino. Ella nos dice que, para crecer y mantener la alegría, debemos aprender el arte de caminar. Levantarse del suelo, porque estamos hechos para el Cielo; para estar en pie ante la vida, no sentados en el sofá. Levantarse de la tristeza para mirar hacia lo alto. Es el primer paso que hay que dar por la mañana al levantarse… Agradeciendo, dando gracias a Dios… Tómate un momento para decirle: ‘Señor, gracias por mi vida. Señor, haz que ame la vida. Señor, tú eres mi vida’”. (Vigilia de Oración, 5 de agosto).
En nuestras Iglesias particulares que caminan en esta provincia eclesiástica, tenemos por delante también el reto de transmitir alegría y esperanza, y en esto, vosotros los jóvenes tenéis una misión especial. Nuestras tierras están en muchos lugares envejecidas, no solo por el progresivo envejecimiento físico y la falta de oportunidades que hace que muchos jóvenes se tengan que marchar, sino también por el cansancio espiritual que se traduce muchas veces en una falta de ilusión por emprender proyectos, transmitir vida en las familias, o tomar decisiones duraderas por las que merezca la pena gastar la vida.
Sin embargo, como solía repetir un joven trapense hoy en los altares, el Hno. Rafael, “toda nuestra ciencia consiste en saber esperar”, pero esperar en Dios y de Dios, porque esa es la verdadera esperanza que “no defrauda” (Rm 5, 5), porque viene de Dios y nos hace apoyarnos en Él para no errar el camino. Como dice el Catecismo de la Iglesia Católica: “La esperanza es la virtud teologal por la cual deseamos el reino de los cielos y la vida eterna como nuestra felicidad, poniendo nuestra confianza en las promesas de Cristo y apoyándonos no sobre nuestras fuerzas sino en el ayudo de la gracia del Espíritu Santo” (CEC 1817).
La esperanza no se aprende en un libro simplemente, ni se puede meter artificiosamente en la vida de otra persona, la esperanza se contagia, y se manifiesta sobre todo en dos signos de la presencia del Espíritu Santo como son la paz profunda del corazón y la alegría verdadera.
Pero la esperanza es también una fuerza, un dinamismo que nos pone en camino, que no consiste solo en aguardar, sino en buscar, en desear ardientemente, en trabajar por alcanzar. ¿Qué buscamos? Sin duda, esa plenitud que nadie puede no desear y que llamamos felicidad o bienaventuranza. Y ¿de quién la esperamos? De nuestra unión con Jesús que se transforma en luz de fe, en amor desbordante y en esperanza viva.
Por eso, la esperanza es no solo un ancla, sino también se la representa como la “vela del barco”, que recoge el viento que sopla y lo aprovecha para dirigirse a buen puerto. Es muy importante aprovechar cualquier viento que sopla. Porque en toda situación, siempre hay una oportunidad para buscar la voluntad de Dios que sabe, incluso sacar bienes de los males. Dios es el Dios de las oportunidades, para el que “nada hay imposible” (Lc 1, 37).
Jesús es capaz de hacer nuevas todas las cosas. Basta con preguntarse: en esta situación, ¿qué espera Jesús de mí? Puede ser trabajar en una dirección, pero también puede ser orar más, o incluso tener paciencia. Unir nuestros deseos a los suyos. Y, en estos tiempos nuestros en los que se quiere todo ya, una educación del deseo, y por tanto de la esperanza también, requiere que sepamos esperar los tiempos de Dios. Contra la precipitación, pedir una sola cosa cada vez, como en el Padrenuestro: “danos hoy el pan de cada día”.
Un poeta francés que escribió mucho y muy bien sobre la esperanza, decía que a Dios le asombraba especialmente la capacidad que había regalado a los hombres de vivir con esperanza. Ponía, en un pasaje muy hermoso, estas palabras en labios del Señor: “La fe no me asombra, para creer basta con mirar contemplativamente mi creación, el amor tampoco me extraña tanto, es un movimiento que a menos que se tenga corazón de piedra aflora al menos ocasionalmente. Lo que me sorprende de verdad es la esperanza: que estos mis pobres hijos vean como van las cosas y crean que mañana irá mejor, esto si que demuestra que mi gracia tiene una fuerza increíble” (Charles Peguy, “El pórtico del misterio de la segunda virtud”). Y dibujaba a la esperanza como la niña pequeña que va de la mano de las hermanas mayores, la fe y la caridad, que, aunque parezca que es llevada por ellas, en el fondo, ambas se mueven al ritmo de la más pequeña. ¡Qué importante es que los jóvenes viváis esperanzados! En el fondo, estáis moviendo a toda la sociedad a esperar un mañana mejor, un mundo más parecido al que Dios ha soñado para cada uno de sus hijos.
Se pueden convertir en enemigos de la verdadera esperanza cristiana la presunción, la rutina y el miedo. En primer lugar, la presunción, que es la convicción de que puedo conseguirlo todo con mis solas fuerzas. Y sabemos que necesitamos la gracia de Dios, que, a su vez, “nunca nos tienta en medida superior a nuestras fuerzas”. Esperar, en cristiano, significa, como decía san Ignacio, “hacerlo todo como si dependiera de mí, sabiendo que, en realidad, todo depende de Dios”. Por otra parte, la falsa rutina nos puede dejar como inertes, sin rumbo, con falta de vitalidad y, sin embargo, la vida cristiana es una vida plena, en la que Dios no quita nada, sino que lo da todo, y nos invita a vivir a fondo el regalo de nuestra existencia. Por último, también nos pueden paralizar en nuestros caminos los miedos. ¡Cuántas veces nos ha advertido en la Escritura Dios de que no debemos dejarnos llevar por el miedo! Es, probablemente, la expresión que más repite el Señor en la Biblia: No tengáis miedo. Lo decía también el Papa Francisco al concluir la JMJ de Lisboa: “A ustedes, jóvenes, que quieren cambiar el mundo y luchar por la justicia y la paz; a ustedes, jóvenes, que le ponen ganas y creatividad, pero que les parece que no es suficiente; a ustedes, jóvenes, que la Iglesia y el mundo necesitan como la tierra necesita la lluvia; a ustedes, jóvenes, que son el presente y el futuro; sí, precisamente a ustedes, jóvenes, Jesús les dice: No tengan miedo”. (Santa Misa de Clausura, 6 de agosto).
CONCLUSIÓN
Nos esperan tiempos apasionantes. Y queremos vivirlos caminando juntos. Con una meta muy alta, la santidad, en la mejor compañía, la de Jesucristo. Nuestra llamada como pastores vuestros es a que os dejéis acompañar, a que no estéis solos, a que viváis la fe en vuestras parroquias, movimientos y demás comunidades eclesiales. Las Delegaciones de Juventud de nuestras diócesis están al servicio de cada uno de vosotros y de vuestros grupos. Ponemos rumbo a Roma en el 2025 y a Corea en el 2027, sabiendo que la meta está más allá, en la plenitud de cada uno y de todos que coincide con nuestro seguimiento de Jesús. Para ello, no podemos dejar de mirar a María, Madre de la Esperanza, esa Estrella del firmamento que siempre guía nuestros pasos porque brilla más que las tinieblas y nos lleva al ansiado puerto de la salvación de los hombres. Ella espera mucho de vosotros, nosotros esperamos mucho de cada uno de vosotros. Recibid nuestra bendición.