2 de junio de 2020
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[fusion_dropcap color="var(--awb-color2)" class="fusion-content-tb-dropcap"]D[/fusion_dropcap]ios, en su cuidado para con nosotros, se sirve de muchas personas para mostrarnos su providencia. Recuerdo la primera vez que D. Florencio Ballesteros me mostró la providencia de Dios, al abrirme las puertas del Seminario Diocesano de Albacete, en el verano de 1996, cuando él era Rector. Siempre he dicho que yo soy sacerdote diocesano de Albacete porque Dios lo ha querido así y porque un sacerdote bueno, como D. Florencio, me abrió las puertas de esta Diócesis. Un trece de septiembre de 2003 sería mi padrino en mi ordenación sacerdotal.
Con este pequeño hecho de vida, quiero, hoy, dedicar estas palabras a D. Florencio Balles- teros, fallecido el pasado día 12 de marzo. Florencio ha fallecido con la sencillez de las grandes personas y como, seguramente, él hubiera querido. No elogiamos o engrandecemos a las personas. Desde una actitud creyente, damos gracias a Dios por lo que Él ha realizado a través de tantas personas buenas.
Muchos lo recuerdan como el mejor orador de la Diócesis. Ciertamente, sus homilías no dejaban indiferente a nadie. Su oratoria no era de un teólogo consagrado, sino la de un teólogo de la vida porque sabía mover los corazones para confiar en el Dios, amigo del hombre, que no abandona a nadie.
Su sacerdocio se escribe como “s” de servicio. De servicio a las Parroquias de Letur, Alcalá del Júcar, Villarrobledo, Tobarra, Madrigueras y Barrax. Con “s” de Seminario, donde acompañó a los jóvenes y futuros sacerdotes de la diócesis desde su sencillez a la vez que profundidad. Los que fuimos seminaristas con él nunca olvidaremos sus preguntas: ¿QUIÉN te ha llamado? y ¿PARA QUÉ te ha llamado? Preguntas que, rápidamente, te resituaban en el camino de vuelta al Señor.
Su sacerdocio se escribe con “a” de amor, de amor a los pobres y humildes de cada pueblo. Con la “a” de acompañamiento hasta el final. Quedándose en vela toda la noche acompañando a las familias, en su casa o en el tanatorio, ante la pérdida de un ser querido. Con la “a” de amor, como consiliario del Movimiento Familiar Cristiano, acompañando a las familias en sus esperanzas y tristezas.
Sacerdocio con la “c” de coherencia. Su doctorado fue el de los pobres, el de la gente sencilla con la que tanto vivió y a la que tanto defendió, como camino para el evangelio, y “c” de cruz porque él la vivió en su día a día y la cargó sobre sus hombros.
Su sacerdocio se escribe con la “d” de disponibilidad, dispuesto siempre al ir a cualquier pueblo, por pequeño que fuese, para hacer allí presente a Jesucristo.
Su sacerdocio se escribe con la “o” de oración. Florencio era un hombre profundamente contemplativo y orante. En el Seminario, era el primero en estar siempre, bien temprano, orando ante el Sagrario. Descansa en paz, Florencio. Sabemos que te has presentado ante el Señor con las manos repletas de nombres a los que les has mostrado su bondad.