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5 de abril de 2020

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[fusion_dropcap color="var(--awb-color2)" class="fusion-content-tb-dropcap"]H[/fusion_dropcap]emos querido, en este Domingo de Ramos, conocer de primera mano el testimonio de sanitarios que, de una manera u otra, están relacionados en la vida de la Iglesia y están viviendo, en primera línea, la lucha contra el Coronavirus.


“Pues…, lo estamos viviendo con mucho miedo, incertidumbre, desprovistos de instalaciones y equipos de protección adecuados, temor por no poder atender como se merecen los pacientes y temor por nuestras familias, que, al final, también están expuestas. Pero con compañerismo, con millones de muestras de solidaridad y ánimo de todo el mundo. Y con la fe de que todo esto sirva para algo y pase pronto con los menores daños posibles”.

Yolanda Carmona, enfermera 


“Cómo internista, te puedo decir que la situación es difícil, con los recursos al límite y los trabajadores haciendo todo lo que pueden y no siempre con los medios de protección necesarios. Los pacientes están aislados en el hospital y sufren doblemente por estar mal e, incluso, fallecen sin poder despedirse de los suyos, en soledad. La parte positiva es la solidaridad en todas las personas. Jóvenes comprando a personas mayores, compañeros trabajando como una piña…

Yo, al final, cogí el coronavirus. Aparte de los síntomas, creo que lo más duro es el aislamiento. No poder ver ni tocar a tu familia, aunque el teléfono ayuda mucho. Pero también lo he vivido como un retiro, con tiempo para rezar y reflexionar sobre las cosas importantes de la vida. Nada será igual después de esto, pero seguro que disfrutamos más de todo lo que nos rodea, de las personas que queremos, de las Misas y reuniones. Ahora sé cuánto quiero a mi familia y a mis amigos, a mis compañeros de trabajo que han sido mi segunda familia; a la comunidad parroquial que siempre ha alimentado mi espíritu. Ya estoy recuperando fuerzas y espero estar trabajando esta semana. Gracias por vuestro apoyo y rezad mucho para que podamos aguantar el tirón y por todos los enfermos. Y por los mayores que sufren el aislamiento sin poder besar ni ver a los suyos”.

Amalia Navarro, internista


“A mi lado, un hombre pide agua a gritos… A mi otro lado, una mujer tose… Frente a mí, la mirada cansada de un compañero nos dice: “buenos días”. Es la cruz. He vivido la cruz. La misma cruz. Ya estoy en casa, queriendo volver a la misión. Hay mucho que hacer. ¡Gracias, Señor! ¡Gracias, Señora! Gracias a todos”. 

Francisco Miguel Naharro, médico de familia y dado de alta por coronavirus


“A menudo, como médicos, palpamos con nuestras manos el cuerpo de Cristo sufriente en nuestros hermanos enfermos. Durante esta pandemia por coronavirus lo he experimentado más que nunca. Estamos desbordados, con los medios justos o insuficientes, nunca imaginamos vivir una situación así.  A la crisis sanitaria, se añade una dolorosa crisis de soledad: pacientes solos sin acompañantes. 

Pero… ¿Sabéis qué? Está saliendo lo mejor de cada uno. Hay pediatras viendo abuelos y los cirujanos han cogido otra vez el fonendoscopio. Es emocionante. Va a costar, pero entre todos podremos. Cuando ausculto a los pacientes, rezo por ellos y porque esta crisis termine pronto con el menor daño para la gente. 

Creo que, cuando todo esto termine, vamos a volver más a la esencia de la vida, de las cosas pequeñas, vamos a volver más a Dios” 

Luis Broseta, internista


«Esta crisis me está haciendo vivir en una marea de sentimientos encontrados. Por una parte, el inevitable miedo y la necesidad de protección de los míos y de todo el que, de algún modo, dependa un poco de mí; protección que llevo a cabo autoaislándome literalmente en la medida de lo posible; y a esto sumado la necesidad de autoprotección. 

Pero a la vez, el miedo se ve contrarrestado y minimizado por la vocación y la necesidad urgente de cuidar, acompañar y curar al enfermo, enfermo que hoy en día es el hospital entero, un pulmón enfermo.

Sí, me encuentro muchas veces en la barca en medio de la tempestad pidiendo, rezando, suplicando y, solo así, encuentro la esperanza; agarrándome a la fe, sé hoy más que nunca que el Señor escucha mis súplicas y calma mi tormenta con palabras puestas en boca de quien me mira, de quien me entiende, de quien está viviendo lo que yo y de quien lucha con esperanza y entrega sabiendo que un día llegará de nuevo la calma para todos, enfermos, familiares y todo el que está luchando y remando en la misma dirección.

Y esa esperanza me da fuerza para seguir, animar y esperanzar al que, como yo, también flaquea a veces. Gracias por vuestras oraciones, son fundamentales».

Úrsula Escribano, enfermera


“Antes, yo era enfermera de intervencionismo en Cardiología. Actualmente, toda nuestra actividad ha sido anulada, en pro de evitar ingresos y contagios, y nuestro equipo ha quedado a cargo de una UCI de Cardiología, improvisada en un lugar apartado del Hospital General de Albacete.

Sin embargo, estamos muy cerca de las enfermeras, auxiliares y médicos que viven esta tragedia en primera línea. Nuestros compañeros salen de trabajar tras intentar, a toda costa, salvar vidas, e impotentes por no conseguirlo. Desolados. Han cogido la mano de personas que quedaron en la puerta de urgencia sin familiares, porque así lo exigen las normas, que no tienen opción a tratamiento curativo, y que afrontan la muerte con la única compañía de una enfermera desconocida. La gran tragedia de esta pandemia es la soledad. Y el gran esfuerzo de los profesionales es, además de intentar la curación, intentar paliarla.

En este punto de agotamiento, es cuando cada trabajador sabe que es imprescindible, que tiene que dar el máximo, que cada gesto suma porque esta lucha ya no es sólo una contienda científica con el virus. Es también una batalla en la que el amor, la conciencia del otro, la certeza de que cada gesto es transcendente y cada palabra cuenta empiezan a forjar paredes de contención.

Paredes hechas con el buen hacer de todos, los aplausos de cada día, los mensajes de ánimo, el trabajo voluntario en albergues de acogida, en las casas donde se están cosiendo mascarillas, en empresas, en cada casa donde seguimos confinados, en cada rincón donde se ore pidiendo el milagro del fin de esta pesadilla y en cada corazón que siente el dolor de todos como propio”.

Enfermera, Hospital General de Albacete