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25 de agosto de 2024

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[fusion_dropcap color="var(--awb-color2)" class="fusion-content-tb-dropcap"]M[/fusion_dropcap]aría del Carmen Morcillo Sánchez es misionera desde hace 48 años. Natural de Albacete, pertenece a la Orden de la Compañía de María Nuestra Señora. Ha estado en nuestra ciudad y, antes de que volviera a su misión actual en Cochabamba, Bolivia, hablamos con ella.

 

Después de estar en Paraguay y anteriormente en Colombia, ahora llevas 13 años en Bolivia. ¿Cuál es hoy tu misión allí?            
El carisma de mi congregación, la Compañía de María, es el de educadoras de la fe, y que esa educación fructifique en obras de justicia. Se trata de entrelazar la promoción humana integral de la persona desde esa fe que nos hace personas dignas, hijos e hijas de Dios. Trabajo en una Obra Social de la Compañía de Jesús, pero la llevamos las hermanas de la Compañía de María. Somos tres religiosas junto con laicos, es un equipo multidisciplinario. La labor que llevamos adelante es muy desafiante: trabajar con niños y jóvenes en riesgo. Ellos son niños de la calle. Las horas que no están en la escuela, están en nuestro centro. Es un centro de día que se llama Vicente Cañas, y providencialmente lleva el nombre de un misionero de Albacete que dio su vida en la misión que estaba en la frontera entre Bolivia y Brasil. Me encontré con esa grata sorpresa cuando descubrí que el nombre de nuestra misión proviene de un albaceteño. Realizamos distintos talleres y actividades recreativas que no tienen en los colegios para que vayan creciendo como hijos queridos por Dios y que se sientan felices. Sobre todo, nuestra lucha es que sean felices.

Fundamentalmente, María del Carmen, ¿estás trabajando con niños?   
Trabajamos con niños, adolescentes y jóvenes, pero también trabajamos con familias, que en la mayoría de los casos se reducen a las madres. La segunda parte de la misión está dedicada a la promoción y formación de las mujeres.

Para llevar a cabo toda esta misión, ¿con qué ayudas contáis?    
Es una buena pregunta. Desde que estamos llevando adelante el proyecto PEIC, que es un proyecto de formación integral para niños, jóvenes y mujeres, la mayoría de las ayudas provienen del exterior. Cáritas Albacete nos ha ayudado en varias ocasiones. También hay una ONG de la Compañía de María que colabora y nos aporta algún proyecto cada año. Y ahora en Bolivia, estamos consiguiendo apoyos locales. Son pequeños, pero también queremos que el país se involucre y colabore, porque el gobierno realmente no nos ayuda en absoluto.

Después de tanto tiempo en Misiones, ¿qué es lo mejor que te ha pasado allí?
Lo mejor que me ha pasado en Misiones es que me ha convertido en una persona nueva. Yo diría que, a través de las tres realidades en las que he vivido en todas en contacto con poblaciones muy empobrecidas, he aprendido a mirar la vida de otra manera. He aprendido a valorar lo que realmente tiene valor, que es lo que dice Jesús. El verdadero valor está en la persona, no en las cosas ni en el entorno. Así que he aprendido a apreciar que en los tres países hay gente estupenda y maravillosa, con valores que hay que rescatar, hacer salir a la luz y ayudar a crecer. Esa es la labor y la misión que llevamos: hacer que en cada persona emerja lo más hermoso que Dios le ha regalado.

¿Y cuáles son las mayores dificultades con las que os encontráis?          
La misión en Cochabamba es muy desafiante debido a múltiples obstáculos. Una de las principales dificultades es que, a pesar de que existen leyes maravillosas para proteger a la infancia, estas no se cumplen. Ves a niños desde muy pequeños con vidas muy rotas y un sufrimiento tremendo. Son niños tristes que se enfrentan a dificultades en sus familias, donde muchas veces las madres, agotadas y golpeadas, descargan su frustración con ellos. Los niños van a la escuela porque es una obligación, pero no reciben el apoyo necesario para ser felices.

Pero en vuestro centro, ¿es todo completamente distinto, verdad?           
Sí, cuando llegan a nuestro centro, para ellos es como un paraíso. Se sienten a gusto y felices. Para nosotros, cada persona es única e irrepetible, por lo que no podemos educar en masa. Educamos teniendo en cuenta al sujeto concreto y su situación específica. Esto es lo que les hace sentirse bien y que no quieren irse de allí. Pasan las horas fuera del colegio en nuestro centro, realizando tanto actividades escolares como recreativas y lúdicas. Estas actividades les permiten desarrollarse, crecer, aprender y ser felices. Los sábados y domingos llevamos a cabo actividades con las madres, como cursos de promoción y autoayuda, aprovechando para ofrecerles apoyo adicional.

¿Qué es lo que más te hace sufrir cómo misionera?          
A veces me siento impotente porque quiero ayudar a las personas, especialmente a las mujeres, pero sus historias son tan duras que, a pesar de llevar un tiempo en un proceso de crecimiento con nosotras a través de talleres y encuentros, ves que la situación se repite. Es un círculo muy difícil de romper, dolorosamente marcado por la violencia. La violencia intrafamiliar es muy fuerte en el país y en el mundo entero. Cochabamba tiene un alto índice de feminicidios y maltrato familiar, especialmente los niños son quienes más lo sufren. Siento impotencia al no poder hacer más. La fundadora de mi Orden decía: «¿Quién me diera mil vidas para poder ir por todo el mundo y atender a más?». Yo también lo pienso a veces y me siento muy vinculada a ella, porque veo cuánta limitación hay. Intentas hacer todo lo posible, pero te encuentras con obstáculos muy fuertes.

¿Cómo podemos ayudar desde aquí?          
¡Ya lo estáis haciendo! Os cuento algo muy interesante. Cuando nuestra congregación se hizo cargo del centro Vicente Cañas y comenzamos con el comedor, al principio teníamos ayuda del gobierno, pero a los dos o tres meses nos la retiraron. La otra hermana que estaba conmigo y yo sentimos que tirar a la calle a 70 niños sin poderles dar de comer era algo demasiado doloroso. Como en ese momento no conocíamos a nadie en Cochabamba, se me ocurrió contactar con algunas de mis compañeras de promoción del colegio de la Compañía de María. Muchas de ellas, ya mayores y abuelas, se sintieron solidarias y comenzaron a crear una red de apoyo, enviando lo poco que podían, 50 o 100 euros. Y ya llevan diez años apoyando este comedor.
También el colegio de la Enseñanza y la parroquia del Espíritu Santo nos ha ayudado algún año. Vemos claramente que esta misión la lleva el Señor y no falta. Agradezco a todas las personas que desde aquí nos ayudan. Lo poco o mucho que dan, todo se junta y el Señor lo multiplica

¿Quieres añadir algo más?   
Me queda por decir que he sido y soy una mujer feliz. Estos años en la misión han renovado en mí los deseos de servir y me han hecho plenamente feliz. Muchas gracias.